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Fernando Benítez, el demiurgo fundador del periodismo cultural moderno de México, desbordaba una altanería contagiosa, llena de gracia y de poder seductor.

Cuando Carlos Fuentes era solo el autor de Los días  enmascarados, a sus 25 años, un ya consagrado Fernando Benítez, 15 años mayor, le dijo con exacta displicencia, al cruzarse con él en la Avenida Juárez: “Joven: con un librito de cuentos no se salva nadie”.

Siguió de largo, recuerda Fuentes, “paseando su elegancia y recomendando a los políticos que se cruzaban en el camino: —¿Por qué no se hace usted sus trajes en Macazaga, como yo?” (http://bit.ly/2g8349V).

Al mismo Carlos Fuentes, pero 20 años después, Benítez le dijo:

“No voy a escribir más novelas, hermano. No puedo competir contigo, con García Márquez, con Cortázar, con Vargas Llosa. Son ustedes unos montoneros”.

En medio había ya la tierra firme de la amistad de Benítez con Fuentes. Habían hecho un largo viaje juntos, en un trasatlántico que salió de Acapulco rumbo a Holanda.

A bordo viajaba una de las dueñas de la compañía naviera, una joven a la que todos llamaban Lady Grace, y de la que Benítez y Fuentes se hicieron amigos. Los esperaba en la cubierta por las tardes para tomar un drink antes de la cena, echada sobre una tumbona, envuelta en gasas azules, y comiendo chocolates.

Benítez, que era capaz de todo menos de no hablar, ensayó una advertencia en inglés para la dama comelona. Le dijo: “Leidi Greis: do not it meni mor chocoleits becos you can diterioreit yur siluet”. A esto, según Fuentes, Lady Grace contestó: “Oh, what a charming russian dietist!”. A lo que Benítez replicó: “Ayam not a roshian daietist, madmuesel, ayam a praud mexican criollo. Guach yur uords”.

“Yo no sé si esa mujer nos quería seducir o tuvo alguna aventura con Carlos”, dijo Benítez a Carlos Marín en una suculenta entrevista, varios años después. “Las mujeres han desempeñado un papel definitivo en nuestras vidas. Muchas mujeres. Yo me casé tardíamente a los 55 años con Georgina, que tenía 25. Antes tuve amantes y Carlos tuvo todas las que quiso. Era muy guapo, extraordinariamente simpático y de un genio formidable. Daba unas fiestas en su casa cuando estaba casado con Rita Macedo verdaderamente colosales. Escurría el semen por las escaleras”.

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