Creo que la democracia mexicana le dio un tiro en la línea de flotación a su árbitro electoral cuando, a resultas de la elección de 2006, decidió descabezar y rediseñar al Instituto Federal Electoral. En vez de respetar la autonomía del IFE, gobierno y partidos pasaron sobre ella y le mostraron a los árbitros que … Continued
Creo que la democracia mexicana le dio un tiro en la línea de flotación a su árbitro electoral cuando, a resultas de la elección de 2006, decidió descabezar y rediseñar al Instituto Federal Electoral.
En vez de respetar la autonomía del IFE, gobierno y partidos pasaron sobre ella y le mostraron a los árbitros que su suerte dependía, en el fondo, del acuerdo de los arbitrados.
Les quitaron la independencia y la autoridad a los árbitros justamente cuando éstos habían resuelto la más ardua de las elecciones que podía imaginar la naciente democracia mexicana: una elección cerradísima, ganada por el candidato oficial, con un perdedor desleal a las reglas que había aceptado pero que estaba dispuesto a respetar, como vimos después, solo si le daban la victoria.
Seis años después, en la elección de 2012, el mismo candidato volvió a ser derrotado, ahora por una ventaja mayor, pero tampoco aceptó el veredicto.
El perdedor desleal de 2006 y 2012 se llama Andrés Manuel López Obrador. Los árbitros desautorizados son los del IFE que presidió Luis Carlos Ugalde. Los jugadores descontentos que pusieron al árbitro a su merced fueron los tres partidos centrales de México: el PAN, que había ganado la Presidencia, pero estaba molesto con el árbitro porque aplazó su veredicto; el PRD, que había perdido una elección que consideraba ganada, y el PRI, que buscaba diluir en el manoseo de la elección su segunda derrota, esta vez catastrófica, después de la primera del año 2000.
El árbitro volvió a ser remodelado luego de la elección de 2012 para hacerlo al parecer más grande, responsable de todas las elecciones del país, las federales y las locales.
El INE resultante parece en efecto más grande y poderoso, pero es más vulnerable. Está sobrecargado de reglas que debe hacer respetar, y obligado a cubrir más terreno que nunca.
Le han dado tareas incumplibles a un árbitro cuya vulnerabilidad sigue intacta, pues desde que lo echaron abajo en 2007 todos sus miembros son removibles y todas sus decisiones están sujetas al gusto de los jugadores.