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La semana pasada el Banco de Inglaterra (BoE, por su sigla en inglés) anunció nuevas medidas de estímulo para intentar contener parte de las ramificaciones del Brexit sobre la actividad económica en el Reino Unido. El BoE redujo la tasa de interés de referencia por primera vez en siete años, llevándola de 0.5 a 0.25%, dejando la puerta abierta para llevar las tasas a 0% en el corto plazo pero subrayando que no favorecerían una política de tasas de interés negativas.

Adicionalmente, el BoE anunció un plan de estímulos cuantitativos —es decir, inyecciones de liquidez— por 170,000 millones de libras esterlinas, que serán destinados a la compra de bonos de largo plazo de deuda gubernamental, bonos corporativos y préstamos a bancos.

Los movimientos del BoE van directamente ligados a sus pronósticos de un considerable ajuste en las proyecciones de crecimiento como consecuencia del Brexit. El BoE redujo sus estimados de crecimiento económico del 2017 (de 2.3 a 0.8%) y del 2018 (de 2.3 a 1.8%), aunque hay varios analistas que auguran una recesión en los próximos 12 meses.

Por otro lado, el mercado espera que el Banco Central Europeo (BCE) anuncie medidas adicionales de estímulo después de su reunión de política monetaria de septiembre, principalmente enfocadas en ampliar su programa de inyecciones de liquidez, ya que la tasa de referencia se ubica en territorio negativo desde hace unos meses.

Mientras la Reserva Federal debate cuándo continuar con la normalización de su política monetaria, el BCE, el BoE y el Banco Central de Japón (BoJ, por su sigla en inglés) siguen en la tarea de implementar políticas monetarias expansivas con el objetivo de combatir la deflación y estimular el crecimiento económico. Aunque las medidas de estímulo de los bancos centrales han sido muy efectivas para impulsar a los mercados y mantener las tasas de interés de largo plazo en mínimos históricos, el impacto final deseado de estimular una mayor demanda de crédito y, por lo tanto, de consumo, ha sido muy limitado.

Con los circuitos de crédito aún en reparación, hay quienes argumentan que lo único que han conseguido los bancos centrales con sus medidas de expansión cuantitativa es contribuir a la creación de una burbuja en el mercado de los bonos gubernamentales de largo plazo y los mercados accionarios.

En lo particular, coincido parcialmente con la afirmación anterior. La recompra de bonos por parte de los bancos centrales sin duda ha creado un nivel de tasas artificialmente bajo, pero éste no es totalmente inocuo para la economía, como afirman algunos argumentos. El nivel de tasas tan bajo que observamos en la actualidad se traduce en un menor costo de endeudamiento para los gobiernos, lo cual da espacio para que algunos gobiernos implementen estímulos fiscales —como es el caso reciente de Japón—.

Asimismo, el menor costo del dinero debería permitir a varias empresas embarcarse en proyectos de inversión y crecimiento. No obstante, también es cierto que en un contexto como el actual, en el cual existe capacidad ociosa en la economía, es más rentable para una empresa buscar crecimiento vía la adquisición de capacidad instalada existente que destinar recursos a instalar capacidad de producción adicional.

Desafortunadamente esto, lejos de crear empleos, en muchas ocasiones genera despidos. Esto es evidente en la reciente ola de operaciones de fusiones y adquisiciones que se ha observado en el mercado. Aunque la creciente intervención de los bancos centrales es sin duda bienvenida por los mercados, su impacto sobre el empleo y el consumo probablemente será limitado en el corto y mediano plazos.