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El Banco Central Europeo utilizará todas las herramientas de su arsenal para estimular la actividad económica y evitar así un escenario deflacionario.

La semana pasada se publicaron las minutas de la última reunión de política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) llevada a cabo el 21 y 22 de octubre.

Las minutas reflejaron un tono muy acomodaticio, reiterando que el BCE utilizará todas las herramientas en su arsenal para estimular la actividad económica y evitar un escenario deflacionario.

Esto incluye una muy posible ampliación de su programa de estímulos cuantitativos (QE, por su sigla en inglés) —es decir, un ajuste en el monto o duración de su plan para imprimir billetes y monedas destinados a la compra de activos.

Vale la pena recordar que el BCE puso en marcha, en marzo de este año, un programa de estímulos cuantitativos, mediante el cual ha destinado hasta 60,000 millones de euros mensuales para la adquisición de instrumentos de deuda públicos y privados en un intento por estimular la demanda agregada y combatir la deflación.

En marzo, el BCE anunció que este programa duraría por lo menos hasta septiembre del 2016, pero podría ser expandido en caso de ser necesario.

Las recién publicadas minutas abiertamente contemplan que en la siguiente reunión de política monetaria del BCE que se llevará a cabo en diciembre se analizará detenidamente la ampliación de la duración del programa más allá de septiembre del 2016 y/o un posible aumento en el monto mensual de recompra de activos.

Asimismo, inclusive algunos observadores han comenzado a descontar una posible implementación de una política de tasas de interés negativas.

El BCE tiene claro que varios países y bancos de la eurozona tienen un problema de endeudamiento y que deben acelerar su proceso de desapalancamiento cuanto antes —con excepción de España, los demás países con altos niveles de endeudamiento como Italia, Grecia y Francia han sido poco exitosos en reducir sus razones de deuda al PIB.

En términos llanos, el BCE busca tres objetivos principales con la ampliación del QE: i) seguir reduciendo los costos de financiamiento para países y empresas en Europa; ii) contribuir a una mayor depreciación del euro que ayude a mejorar la competitividad de la eurozona, y iii) contribuir a un aumento en las valuaciones —es decir, inflación— de los activos financieros. Este último punto tal vez sea la variable más importante para el éxito del QE.

Si revisamos lo sucedido en Estados Unidos durante los últimos tres años, el alza en los precios de los activos financieros (tanto en bonos como acciones) fue fundamental para que el proceso de desendeudamiento se diera de manera ordenada y gradual, permitiendo una reactivación lenta, pero efectiva de la actividad económica.

Por un lado, el alza en los precios de los bonos mantuvo las tasas de interés de largo plazo en niveles históricamente bajos, reduciendo el costo de financiamiento para el sector público y privado.

Por otro lado, el incremento en el precio de los activos financieros ayudó a restaurar el balance patrimonial de la mayoría de las familias en Estados Unidos y generó un efecto de riqueza positivo que eventualmente se tradujo en un mayor consumo.

La lectura de las minutas tuvo un impacto inmediato en la cotización del euro frente al dólar, pasando de 1.08 euros por dólar a principios de la semana pasada a 1.06.

La posible ampliación del QE ha sido bien recibida por los mercados; sin embargo, esta decisión por sí sola no será suficiente para resolver las deficiencias estructurales en el marco económico y político de la eurozona.

El impacto del QE en los mercados financieros ha sido notable pero su impacto en la economía real, hasta ahora, ha sido limitado, porque no ha sido acompañado por un plan coordinado de estímulos fiscales, un plan de reformas estructurales de gran calado (con la excepción de las realizadas en España) y un replanteamiento profundo de la relación entre los países de la periferia europea (como Grecia e Italia) y Alemania.