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1. La incongruencia gubernamental se evidencia con las actuaciones penales contra 27 participantes en la marcha del sábado incitada por la cibernética Generación Z.

Desde el 2 de octubre pasado, cuando alrededor de 350 delincuentes (cálculo oficial) del siniestro bloque negro desató una violencia inaudita, no hay un solo detenido.

Ese día los vándalos destrozaron mobiliario urbano, rompieron vidrios, saquearon comercios y, en el episodio más brutal, incendiaron a la policía Karen Jazmín Alencaster, que por fortuna sobrevive.

Para esa fuerza, profesionalizada en la generación del caos y tolerada o financiada por el gobierno, ni la mínima acción penal. En cambio, para los detenidos del sábado la “justicia” se manifestó de inmediato.

De los 27 consignados ante juez ninguno pertenece al bloque negro, pero todos están siendo tratados con una severidad que contrasta con la impunidad que se les brinda a los verdaderos criminales.

Tres enfrentan la acusación de homicidio en grado de tentativa, imputación particularmente grave para hechos que no alcanzan ese nivel extremo, y a otros cinco acusados de lo mismo les fue reclasificado tal delito por el de resistencia de particulares (forcejeos o desacatos), cargo por cierto considerado inconstitucional por la Suprema Corte anterior a la tómbola y los acordeones.

La narrativa oficial insiste en inflar las acusaciones contra manifestantes que no cometieron algo remotamente comparable a lo hecho por el bloque negro.

2. Pero lo insensato no solo viene de las autoridades:

La imprudente convocatoria de Generación Z para una segunda marcha este 20 de noviembre hacia el Zócalo se modificó la tarde de ayer para que el recorrido sea por las islas de Ciudad Universitaria, comenzando en la Biblioteca Central y rematando en la Torre de Rectoría.

Pretender que los protestantes salgan una y otra vez a la calle desnaturaliza el impulso de la primera movilización y lo reemplaza con un activismo coreografiado que, lejos de servir, desgasta.

El éxito del sábado es que sin partidos, sindicatos ni liturgia de la vieja política, la Generación Z irrumpió ya en la escena pública.

¿Para qué engolosinarse?

La modificación del recorrido conjura el riesgo de un eventual choque entre manifestantes exaltados y tropas militares en el desfile, pero llevar la protesta a CU es igualmente insensato y provocador, porque se mete a la UNAM en un conflicto político, lo que despierta una gran suspicacia, sobre todo cuando la institución viene saliendo de paros y peticiones descabelladas de grupúsculos que no son representativos de la comunidad.

En vez de cancelarla, los promotores se vuelven indefinibles, porque ahora también azuzan a los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Veracruzana, la Autónoma de Nuevo León y el Tecnológico de Monterrey, entre muchas otras, para que marchen.

¿Los convocantes sabrán que, como bien lo dijo Salvador Allende, “las revoluciones no pasan por las universidades…”?