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Hace un año, en la conmemoración de la expedición de la Constitución de 1917, el expresidente, Andrés Manuel López Obrador, lanzaba, desde lo profundo de sus dogmas y sus rencores, una decena de iniciativas de cambios a la Carta Magna.

Parecía el coletazo de quien veía el final de su mandato, pero realmente era parte de un plan electoral ya en marcha que acabó por dar los resultados que, al costo que fuera, tenía en mente el propio López Obrador.

Que nadie le regatee sus habilidades políticas, pues lo logró. El reclamo viene por las consecuencias de muchos de esos cambios constitucionales que hoy tienen a México en un panorama muy diferente del que había hace un año.

Por lo pronto, el 108 aniversario de la Constitución de 1917, el de ayer, fue una fiesta privada donde uno de los tres poderes se reservó el derecho de admisión y eso es una consecuencia del nuevo enfoque del desequilibrio de poderes.

Hasta la conmemoración del 5 de febrero del año pasado se veía a un México resiliente, de reglas claras, capaz de soportar un sexenio de crecimiento perdido y malas decisiones de políticas públicas.

Nunca fue una preocupación para nadie la continuidad del régimen en el Poder Ejecutivo, la candidata oficialista tenía buenas calificaciones. Había más temor por un triunfo opositor y la eventual reacción colérica del derrotado.

Sin embargo, el escenario de una mayoría calificada en el Poder Legislativo no estaba en el radar y menos que se construyera de manera artificial con la complicidad de la autoridad electoral.

En ese México inesperado la batería de iniciativas presidenciales del 5 de febrero del 2024 le cambió la cara, para mal, a las expectativas nacionales.

Como indicativo de ese cambio en las expectativas de no pocos agentes económicos, ahí está uno de los indicadores más populares, el tipo de cambio.

Hace un año, el México estable, resiliente, tenía una tasa de cambio con el dólar de 17.11 pesos, un año después, 20.60, una depreciación de más de 20 por ciento.

Claro que en ese año de referencia también tiene cabida el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos con todos los efectos, básicamente negativos, para la economía mexicana.

Pero lo que ha pesado más son esos factores internos, la concreción de aquellos caprichos de cambio a la Constitución de López Obrador hoy materializados en una evidente destrucción institucional que se ejemplifica en ese lujo de marginar a uno de los tres poderes de la Unión.

Un año después del paquetazo de iniciativas de López Obrador, la presidenta Sheinbaum lanza otras dos propuestas de cambio a la Constitución, ambas con una impecable corrección política y que parecen atacar los males de su propio movimiento: no al nepotismo, no a la reelección.

Sin embargo, las consecuencias de lo que un año atrás se veía como una ocurrencia, como un coletazo del saliente Presidente, hoy es parte de lo que a este país le ha costado en niveles de credibilidad y confianza.

Y todo, con el añadido, totalmente externo e incontrolable de tener que lidiar con una presidencia como la de Donald Trump en Estados Unidos.