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Sabíamos que el bastón de mando que le dio el Presidente a Claudia Sheinbaum no existía, o existía a medias, o tanto como quisiera el que lo daba, no la que lo recibía.

Lo que no pensó nadie, al menos yo, es que la prueba de que el bastón no existía iba a ser tan pública y tan inmisericorde como fue.

Uno piensa que la negativa a que García Harfuch fuese candidato de Morena a Ciudad de México, podía habérsela dicho en corto el Presidente a Sheinbaum, desde que a ésta se le ocurrió proponerlo. Y ahí hubiera quedado clara la lección de fondo: “Tú no mandas, Claudia, mando yo”.

Pero no: el jefe dejó a Sheinbaum salir a la plaza a mover su propuesta y luego la fue mellando, o dejando que la mellaran, hasta llevar a Sheinbaum a dos momentos públicos penosos.

Uno, el mitin en el estadio de futbol del Cruz Azul, repleto ese día de gradas vacías. No le llevaron a nadie.

Luego, el mitin en la Arena México, ése sí lleno a reventar pero de los partidarios de Clara Brugada, la rival de García Harfuch y, en ese sentido, de la propia Sheinbaum, a la que le gritaron sin tregua y casi no dejaron hablar.

Al día siguiente, Brugada resultó la candidata de Morena en la ciudad, vencedora de Harfuch… y de Sheinbaum.

¿Por qué tanto circo, tantas maromas, tanta humillación? Porque así es el dueño del bastón de mando.

Un día, Porfirio Muñoz Ledo quiso volver a la causa de López Obrador, luego de haberse dado una vuelta impura por la de Fox.

Lo aceptaron y lo invitaron a hablar al Zócalo, en un mitin. Cuando llegó su turno y dijeron su nombre empezó en la plaza una rechifla histórica.

Jesús Ortega, que coordinaba la campaña de López Obrador, le sugirió al oído que pidiera a la gente una tregua para Muñoz Ledo. No la pidió.

Al terminar el mitin, Ortega le comentó a López Obrador: “Creo que se nos pasó la mano con Muñoz Ledo”.

López Obrador negó, sonriendo, y dijo:

“La plaza purifica”.

Se diría que ha dejado que la plaza purifique también a su candidata presidencial respecto de los alcances de su bastón de mando.