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¿Qué quiere, maestra?, le pregunto a Elba Esther Gordillo en su habitación de la torre médica del penal de Tepepan. Mediodía del viernes 14 de agosto.

—Quiero justicia, no venganza —responde como si estuviéramos en un estudio de radio—. Y quiero regresar al sindicato.

—¿La gente va a estar con usted?

—Los maestros no me han olvidado, muchos estarían conmigo.

Dos años y medio encerrada en este cuarto de hospital. Dos años y medio de no tomar el sol. Como Raúl Salinas, Carlos Ahumada, Mario Villanueva, Pancho Colorado y otras personas que he entrevistado en prisión, Elba Esther se ha vuelto erudita en el expediente de su caso.

—El Poder Judicial tiene una oportunidad histórica para demostrar que en verdad protege los derechos más elementales de todo mexicano por encima de los intereses políticos —suelta al final de un bien documentado razonamiento sobre su inocencia—. Los derechos de Elba Esther Gordillo, de usted, de cualquiera.

—La humillaron, maestra.

—¿Usted cree que era necesario que me hicieran lo que me hicieron, la forma en que me detuvieron? No veía algo así desde que detuvieron a Mario Villanueva.

—En 2001, con perros.

—Llegaron con armas largas, me pusieron una bolsa en la cabeza. Tengo bloqueados algunos momentos de esas 48 horas, pero fue un infierno, innecesario.

—¿Cuántas personas venían en el avión?

—Cinco: dos asistentes míos, los dos pilotos y yo.

Habla, narra su verdad única de un episodio irrepetible. Elba Esther Gordillo tiene un motivo para narrar esa historia. Las conversaciones con el presidente Peña Nieto, la solicitud del secretario Osorio Chong, el desayuno con el secretario Videgaray, las actuaciones de Juan Díaz en el SNTE y Luis Castro en Nueva Alianza. Las traiciones, los amigos. Pero me advierte que no es momento de darla a conocer, entre otras cosas porque sigue revisando, repasando escenas y diálogos. Le digo que se apure, pues en esta clase de historias el tiempo no suele ser un aliado. Es obvio que existe un acuerdo con el gobierno para no agitar las aguas. Ella ha cumplido.

—Pero están estirando tanto la liga que parece que quisieran forzarme a romper el silencio institucional que responsablemente he adoptado –afirma.

—No olvida.

—Yo no olvido. Todo esto ha sido político. Y lo puedo entender. Pero humillarme, ¿qué necesidad tenían?

—¿Justicia, no venganza?

—Justicia, solamente justicia.

Caminamos por el pasillo rumbo al elevador. Una mujer (de 30, 40, 50, 60 años, no sé) que está armando un rompecabezas le hace una señal con la mano en cámara lenta desde uno de los cuartos. Elba Esther se disculpa conmigo, me da un abrazo de despedida y se mete al cuarto con ella. Cárcel, pobreza, enfermedad, ¿hay una peor ecuación? Y ahí Elba Esther Gordillo se convierte en la maestra de estas mujeres en desgracia. Fue sólo una hora y media de charla. Imposible determinar si simplemente resiste o ha conseguido reinventarse.

—Así empecé, Ciro, así empecé, dándole clases a gente muy humilde —recuerdo que me dijo.

La vida sigue su curso. Quizá en unos días ya no se armen rompecabezas en la torre médica del penal de Tepepan. Porque esta maestra cumplió 70 años y tiene derecho de armarlos en casa.

MENOS DE 140. Tras la visita de un grupo de senadores, el proyecto de la nueva sede de la embajada de Estados Unidos en Polanco quedó cancelado. So long!

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