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En Minneapolis, ciudad de Estados Unidos que a raíz del juicio contra el exagente policiaco acusado de la muerte del afroamericano George Floyd, vive en medio de gran agitación; el pasado domingo ocurrió algo que hizo subir la tensión y que agudizó la crisis racial que se vive en esa localidad y que puede extenderse por todo el país. La leña que avivó el fuego provino de una policía blanca que al pretender usar contra Daunte Wright, un joven afroamericano de 20 años, la pistola inmovilizadora, se equivocó de arma y usó la pistola que inmoviliza para siempre.

Según se supo, el joven negro conducía un automóvil, agentes policiacos le marcaron el alto. Tras determinar que el conductor tenía una orden de arresto pendiente trataron de detenerlo. En un video difundido por las autoridades estatales, se ve que Daunte está de espaldas frente a su auto, un policía está tratando de esposarlo. Wrigth se libera, corre y se mete a su vehículo. De manera simultánea Kim Potter, agente policíaca de 48 años, dispara lo que —según dicen— ella pensó que era el inmovilizador. “Mierda, le disparé” se le escucha decir. Daunte sube a su auto y se da a la fuga. Unas cuadras adelante estrella el automóvil. Ya estaba muerto.

¿Por qué siempre le toca al afroamericano? En Estados Unidos todavía está viva la llama del racismo. Como no me siento con mucha confianza para decirles a los gringos blancos lo que pienso de ellos —no de todos, sólo de los supremacistas que son casi todos— voy a solicitar la ayuda del activista político, periodista y cineasta, Michael Moore, ganador del Oscar 2002 por su documental, “Masacre en Columbine”. Le pediré, para compartir con los lectores, un fragmento de su libro, traducido al español por Miguel Izquierdo, publicado por Ediciones B.S.A., “Estúpidos hombres blancos”, título que tomé prestado para la columna de hoy:

“En mi primera película, Roger & Me, una mujer blanca mata un conejito a golpes para poder venderlo como carne. Ojalá me hubiesen dado un centavo por cada vez que alguien me ha abordado en los diez últimos años para contarme lo ‘horrorizado’ e ‘impresionado’ que se quedó al ver al conejito con el cráneo aplastado. Suelen decir que la escena les provoca náuseas; algunos tuvieron que dejar de mirar y otros abandonaron la sala. Muchos me preguntaron por qué se me ocurrió incluir esa escena. La Asociación de Distribuidores Cinematográficos de Estados Unidos clasificó el documental como no apto para menores en respuesta al alboroto levantado por la masacre conejil (lo que motivó al programa documental “60 Minutes” a emitir un reportaje sobre la estupidez del sistema de clasificación de películas). Y muchos profesores me escriben que se ven obligados a suprimir esas imágenes para no tener problemas a la hora de mostrarlo a sus alumnos”.

“El caso es que menos de dos minutos después de la escena del conejo, aparece otra en la que la policía de Flint abre fuego contra un hombre negro ataviado con una capa de Supermán y armado con una pistola de plástico. Jamás, ni una sola vez, se me ha acercado alguien para decirme: ‘No me puedo creer la escena del tipo negro. ¡Qué bestia¡ Me ha dejado hecho polvo’. Al fin y al cabo, sólo era un negro, no una monada de conejito. La visión de un hombre negro ejecutado no escandaliza a nadie (y menos aún al consejo de la asociación de distribuidores, que no advirtió nada turbador en dicha escena)”.

“¿Por qué? Porque pegarle un tiro a un hombre negro está muy lejos de resultar chocante. Es algo normal, natural. Nos hemos habituado tanto a ver negros muertos en la pequeña pantalla que ya lo aceptamos como rutina. Otro negro muerto. Esto es todo lo que hace esa gente: matar y morir. Anda, pásame la mantequilla”.