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Vivimos tan apresuradamente que damos por hecho que las cosas están allí para nosotros y nuestra eternidad. Cuando logramos tener una casa, un auto, algún logro material, no imaginamos su origen: el primer bloque, el primer costal de cemento, el chasis antes de ser armado, lo olvidamos porque nos saciamos con tenerlo.

No creemos que eso se pudiese desmoronar o que pudiera desaparecer. Simplemente mantenemos la idea de que nada nos pasará y que la inmortalidad es parte de nuestros súper poderes.

Pero cuando pasa, despertamos entre escombros de recuerdos de lo que tuvimos, lo que fuimos y lo que hicimos en esos espacios que fueron tan nuestros.

Como África García, una mujer que siendo madre y jefa de familia perdió su casa en aquel temblor del 19 de septiembre del 2017.

Hace tres años aún hay pedazos de loza puestos, como si fuera la entrada a su sala, como si pudiera imaginar las conversaciones, las risas, los llantos, el crecer de sus hijos y un sin fin de emociones en esos metros cuadrados ahora abandonados.

Los temblores en la Ciudad de México son constantes advertencias de que todo puede cambiar en cuestión de segundos, literal.

El de aquel 19 de septiembre fueron segundos tan eternos que quienes lo vivimos, aún podemos recordar el vaivén de los muros, el sonido crujiente de las estructuras, la caída de vasos al piso o de libreros azotando en el piso.

Seguramente muchos aún tenemos temblores internos e imaginarios que nos recuerdan aquel día. Estoy segura de ello.

El fotoperiodista José Méndez de la agencia de noticias EFE realizó un recorrido por los sitios aún deteriorados y olvidados por las autoridades para su recuperación y reconstrucción; y al ver su material elegí esta imagen por la fuerte carga emocional que contiene.

Entre escombros - danos-sismo-19-septiembre-2017
África García Rivas, madre afectada por el sismo ocurrido el 19 de septiembre de 2017, muestra el sitio donde se ubicaba su casa, el lunes 14 de septiembre de 2020 en Ciudad de México (México). Foto de EFE/José Méndez

Parecería una foto simple, sin ningún tipo de exigencia técnica, pero es que en esa ocasión lo que construye el mensaje es la información que nos da el vacío de la construcción y el caminar de África.

Cuando uno cambia de casa, y mire que en mi consciente tengo más de catorce mudanzas, deja recuerdos por doquiera. Uno cree llevárselos todos, pero no suele ser tan sencillo el desprenderse de los momentos que uno crea en su interior.

Los pisos guardan el sonido de las pisadas de cuando entramos corriendo aquel día que olvidamos las llaves del coche, o aquella vez que entramos tan felices porque obtuvimos el empleo de nuestros sueños; las paredes esconden la intimidad de nuestros cuerpos andando por allí como ambulantes en nuestra propia casa y los muebles se convierten en tesoros con nombre y apellido.

Verla caminando sobre el cascajo, con ese cuerpo erguido, pero con la mirada caída de volver a imaginar lo que allí fue, tuvo y con tanto tiempo construyó. Tres años después, con un cubrebocas porque ahora la complejidad se llama “pandemia”, ella sigue estando allí, esperando una respuesta, una solución, un apoyo que la haga levantar esas varillas y reiniciar.

La fotografía me lleva a imaginar ese temblor interno, justo en el estómago donde se guarda el temor, el nervio y la incertidumbre de lo que va a pasar.

Mañana será el tercer aniversario de un montón de recuerdos y escalofríos que nos dejó ese 19 de septiembre del 2017.

Leeremos que muchos continúan viviendo entre escombros de nostalgia, de esperanza, de horror y espanto, de haber perdido todo y que apenas ahora están recuperándose de la nada.

Una fecha que duele más a uno que a otros, un vacío aún no reemplazado, una fotografía que nos hará recordar que la eternidad puede ser rota por un inesperado temblor.