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Las últimas décadas han ido construyendo en México una polarización histórica. Vale decir: que dura ya muchos años.

No es una polarización política, de mayorías y minorías combatiendo por sus proyectos. Es una polarización cruda, pre o pospolítica, que no han podido frenar nuestros gobiernos. Me refiero a la polarización entre el México violento y el México no violento, cuya cuenta de muertos nos horroriza todos los días.

Es la polarización entre el México armado y el México no armado, entre los mexicanos organizados para la violencia y los no organizados para ella, que no pueden contar con la protección de la violencia legal del Estado.

Durante los últimos 40 años, digamos entre 1980 y 2020, los gobiernos de México han dado al México violento soluciones que, en vez de contenerlo, lo hacen crecer. Uno tras otro, los gobiernos de estas décadas han quedado atrapados en la doble y esquizofrénica necesidad de, por un lado, atacar al México violento y, del otro, tolerarlo.

El resultado es que han hecho crecer al México violento por las dos vías: tolerándolo y atacándolo.

La gran polarización que sacude a México es la que llena a la república de sangre y de víctimas. Es la polarización entre quienes han tomado partido por la violencia y la de quienes padecen la violencia sin protección del Estado.

La clave de la maraña es que partes sustantivas del Estado han tomado partido por el México violento contra la sociedad desarmada y contra el propio Estado. Lo que quiero decir es que el partido de los violentos incluye partes del Estado y atenta, desde el Estado, contra la sociedad pacífica, la cual cuenta solo con parte del Estado para defenderse.

Iluso quien piense hoy en México que la violencia legítima del Estado puede protegerlo de la violencia criminal de los delincuentes asociados con el Estado.

Quien eso piense puede agravar de su indefensión frente a la violencia, poniéndose en manos de personeros y personajes del Estado, que están del otro lado.

Los ciudadanos del México pacífico son una mayoría nacional, pero una mayoría inerme frente a la minoría del México violento que los amenaza, desde fuera y desde dentro del Estado.