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La crítica más seria que he oído contra los plebiscitos se la oí al presidente español Felipe González.

González recordaba la polarización que indujo en España el plebiscito sobre permanecer en la OTAN (la militar Organización del Tratado del Atlántico del Norte) luego de su entrada a la Comunidad Económica Europea.Permanecer o no en la OTAN era algo que se discutía hasta entonces entre especialistas y políticos, poco más.

Luego de convocado el plebiscito, la discusión pasó a la sociedad. Conforme se acercó el día de la votación, era la materia inflamable de todos los pleitos.

Las familias se dividían al punto de suspender sus comidas, los amigos se enemistaban como en medio de una afrenta personal. Al arranque del proceso, la sociedad española tenía opiniones matizadas sobre el problema, los portavoces tajantes del Sí y del No eran una minoría.

Al final del proceso no había sino la España del Sí y la del No. Sin buscarlo, el plebiscito había polarizado opiniones que no estaban polarizadas, las había desnaturalizado, obligándolas a definirse frente a un dilema maniqueo.

Recuerdo esto ahora que el presidente López Obrador convoca poner fin a “las medias tintas”, y dice llegada la hora del Sí o el No. Es decir, que no se puede estar sino con su gobierno o contra él.

Sería buena materia de una encuesta medir el grado de polarización real en que está hoy la sociedad mexicana. Me refiero a una encuesta precisamente sobre las “medias tintas”, es decir, sobre la cantidad de ciudadanos que no están definidos en blanco o negro ni con el gobierno ni contra él.

Creo que una encuesta matizada sobre la polarización recogería posturas mayoritarias cercanas al muy mexicano: “Sí, pero no”. “No, pero sí”.

Por lo pronto, no conozco un amigo que haya roto con otro discutiendo si está o no con la llamada 4T. Tampoco conozco una familia que haya dejado de reunirse a comer porque esa discusión hace imposible la convivencia.

Como demuestra el ejemplo que pongo, la polarización puede crearse donde no existe o existe relativamente. Una opción para no alimentar ese proceso es, sencillamente, dar un paso fuera del plebiscito.