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Pocas cosas hay tan insufribles en la llamada “izquierda mexicana” como el tonillo de superioridad moral. Su fiel compañera, la grandeza autoproclamada, crece como la verdolaga en estos días.

La superioridad moral tiñe el ambiente público con un acento pretencioso, íntima y públicamente autoritario, inclinado a decretar cambios épicos y logros irreversibles.

El episodio de Porfirio Muñoz Ledo renunciando con gran gesto a una reelección en la presidencia de la Cámara de Diputados, reelección a la que no tenía derecho, es un episodio revelador. Falló en su intento de saltarse las reglas y los acuerdos parlamentarios, fue derrotado en la batalla y renunció en gran formato a su derrota presentándola como una prueba de la grandeza de sus convicciones democráticas.

No se ahorró elogios para sí mismo ni altas calificaciones sobre el pequeño problema de su paso a la historia. Dijo: “Se puede tener poder y no pasar a la historia. Se puede no tener poder y pasar a la historia”.

Entendemos que no ha tenido poder pero pasará a la historia, entre otras cosas, por haber renunciado a una reelección parlamentaria a la que no tenía derecho. He aquí un episodio menor pero significativo de la sensación de grandeza que acompaña a algunos de los personajes que hoy gobiernan la República.

La certidumbre de estar pasando a la historia que hay en la renuncia grandiosa de Muñoz Ledo es un juego de niños frente a la idea, toda del gobierno, de ya haber “hecho historia”, de estar encabezando en tiempo real una transformación del tamaño de la historia misma de México.

Se trata de un propósito cumplido antes de ocurrir, una transformación de la historia anterior a la historia que pasa. No somos iguales, dice una y otra vez el presidente Andrés Manuel López Obrador, queriendo decir: somos mejores. Somos el cascarón de proa de la historia. En realidad, según sus discursos, el barco entero.

Yo prefiero la frase de mi madre: “No hay nada tan parecido a un político mexicano como otro político mexicano”.

Pregunta a los nuevos dueños del poder en México: ¿podrían dejar de hablar en gran formato histórico? Sería más amable la conversación.