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Yamelí

Puesto que el individuo posmoderno obedece 

a lógicas múltiples, frecuentemente 

prepara él mismo “su cóctel religioso: unas 

                                   gotas de islamismo, una brizna de judaísmo, 

algunas migajas de cristianismo, un 

dedo de nirvana; todas las combinaciones 

son posibles, añadiendo, para ser más ecuménico, 

una pizca de marxismo o un paganismo a medias” 

(Luis González-Carvajal 

Santabárbara, 1991: 176-177).

Si pudiera resumir las épocas en los eventos que las contienen, hay algunos que se quedan tatuados con cincel a lo largo y ancho de la piel y en el corazón. Se graban en los bordes con un antes y un después y ese espacio de tiempo que se queda suspendido en medio. Se guarda en una esfera con púas, vagando dentro, haciendo heridas que supuran por algún tiempo.

Y de pronto sumergido en ese estado, se resume a como era antes del golpe, antes del ardor en la boca del estómago que anuda lentamente la garganta dejando apenas un hilo de aire para respirar. El cuerpo va tomando forma de dolor, entumeciendo los sentidos y se apea poco a poco el silencio. La cara pierde su serenidad, se frunce el ceño en señal de duelo, escurren las lágrimas a borbotones como si en ellas se pudriera tragar uno el nudo que ahoga la garganta, acomodando la rabia que está por detrás de la tristeza. 

El surco que sé ha abierto por dentro tiene su propio lenguaje y entonces hacerse ovillo, encontrar los brazos y no saber qué hacer con ellos se vuelve parte de una  ritual. 

Despedirse cuesta, vaya que cuesta y más cuando la vida se trunca en el momento que todavía se es demasiado joven, cuando las circunstancias de pobreza blanden su duro látigo.

Abrazada a la santa muerte a una cuadra del SAT de Xochimilco, la encontré descalza en la esquina llorando; la imagen que la acompañaba de un metro, vestida de luchador con su tapabocas, me hizo ponerle atención. 

Me duele saber que me hubiera seguido de largo ante el ser humano que lloraba, de nos ser por que está efigie me hizo fijar la mirada en ella. “”necesitas algo? ¿tienes hambre?” Le pregunté y un silencio mudo acompañó el ruido de los coches y camiones que llenaban de humo negro la banqueta. En la esquina había una frutería, le llevé un par de manzanas, y se las ofrecí. Apenas alzó la mirada le pedí permiso para sentarme junto a ella y al no decirme que no, entonces escuche la voz de su corazón desgarrado. 

A este ente desencarnado me enseñaron a temerle, a tenerle cuidado y a no acercarme, así que me senté del otro lado por si acaso. Yamelí que así se llama, me generó una compasión que borró a medias todos los introyectos que aprendí en algún momento de mi vida sobre un personaje del que sabía tan poco, pero que a brochazos tocaba al señor de la tinieblas.   

Covid le robó a sus dos hijos y a su mamá y la pobreza la posibilidad de comprar medicamentos y ser atendidos en un hospital por no tener seguro social. Se ha quedado sola y ha arrastrado a la Santa muerte veinte kilómetros para hacer penitencia porque “seguro es un castigo seño, porque mi madre era una mala mujer, vendía su cuerpo para darnos de comer aunque era tan buena, seguro a diosito no le gusto.”

¿Qué hace que alguien que ha atravesado momentos de tantísimo dolor pueda sostenerse para no desfallecer de una imagen que le brinda protección, porque así lo cree?   

Quizá es por que la arropa, la acuna, la reconforta y le ayuda a encontrar una respuesta a lo que no tiene explicación. Esa es una noción verdaderamente poderosa en la psique humana, que contiene a quien profesa esa creencia.   

Los rituales de duelo son una de las manifestaciones más antiguas de la experiencia religiosa. Si creemos que la muerte  no es necesariamente el final de la vida, sino que es solo una transición, que al pasarla estaremos en un mejor lugar; la emoción del dolor que produce la pérdida se vuelve un poco más ligera. En un mundo que se drena de creencias en pos de una secularizada modernidad, las religiones milenarias parecen desprovistas de aliento numinoso, en el tiempo.

Hay una naturaleza en el hombre que “quiere creer” así surge como el ciudadano que no encuentra en las instituciones respuesta a sus necesidades prácticas, un homo religiosus incompleto y que se percibe a sí mismo, en muchos de los casos, excluido de sus creencias de origen y busca pertenencia para sentirse menos solo.

Entonces se rediseñan las creencias, en un intento de llenar la vacuidad racionalizada y excluyente a la que se sienten sometidos. Ejerciendo en tantos casos creencias light que arrastran pinceladas psico-místico-cósmico-chamanico-paracientífico-espiritual-terapéuticos, como estrategia para llenar las insuficiencias y así se van  incorporando complementos externos. 

Quizá así es como aparece el devoto a la Santa Muerte y otras advocaciones y se mezcla con las creencias de donde los difuntos y otros espíritus pueden ver lo que pasa en este mundo y que  tienen cierta influencia en los eventos que ocurren.

Tal vez expiando sus culpas, aquellos que parten encontrarán el camino más rápido, ahí donde viven los dioses, o el dios que ha permeado durante siglos en las ideas de los grupos de seres humanos. 

La posibilidad de que los muertos o hasta los dioses están con nosotros y pueden intervenir en nuestras vidas, es reconfortante y aunque ha ido llenándose de nuevos matices, la búsqueda es siempre la misma desde que el hombre se hizo hombre y  es darle sentido a la vida encontrando como atravesarla, sin que duela tanto.

En el caso de la Santísima Muerte hay todo un tejido de significados y es que es una figura popular que personifica la muerte siendo objeto de culto para miles de mexicanos. Es una deidad que lleva en su ropa el sincretismo de siglos de historia. Un proceso de evolución que comienza con una larga etapa donde se fueron conjugando distintos elementos. 

Así fue tomando cosas de Ah Puch dios maya del inframundo, un esqueleto con un rostro de jaguar o búho adornado con campanas. Se fue mezclando con los dioses Aztecas de la oscuridad y del Mictlan, ahí donde habitan los muertos.  El mundo virreinal abrazado del catolicismo, aportó la unción de los enfermos en la que se pide a Dios, una santa muerte  para quien está terminando sus días sobre el planeta. Justo en esa época también aparece la imagen de  San Pascual Baylon en Chiapas y Guatemala, que se representa como un esqueleto humano coronado. Cabe decir que fue y ha sido duramente rechazado primero por la inquisición y luego por la iglesia y otras instituciones, pero que como niebla se escudriño, siguiendo el culto en muchos lugares a escondidas hasta el día de hoy.   

De la cultura helénica la imagen de la muerte fue personificada con un esqueleto que lleva una guadaña, a veces con una balanza y una túnica negra. ¿Por qué en México es mujer? Quizá porque la presencia de la Virgen de Guadalupe es parte de la piel del mexicano y por eso en muchos lugares la visten con la  ornamentación funeraria de  las monjas de la época virreinal y hay quienes la llaman “virgencita”.

Pero sin duda  desde la mitad del siglo xx la marginación social y la pobreza, se fundieron con su presencia, sobre todo en las colonias de bajos recursos de las ciudades. Los antropólogos lo llaman un culto de crisis,”  y no se si estoy de acuerdo pues la clase popular siempre ha estado en crisis. Lo que es un hecho es que la veneración se difunde entre los sectores menos favorecidos de una sociedad, donde los devotos rezan Padres Nuestros, le echan porras, le cantan, la inundan de ofrendas.  

En cada petición, en cada oración hay una  búsqueda, un ritual más cercano y manipulable, que prefiere esto al cobijo de una institucionalidad formalizada.

Para muchos de sus fieles la muerte no puede ser mala, ya que es parte de la naturaleza, como lo es la vida. Para otros es un buen lugar para depositar el odio que le tienen a alguien y entonces además de protección le piden que le haga daño. Le piden favores, hacen mandas y promesas para obtener su favor. Para los espiritualistas trinitarios marianos, quienes la llamaban “La Niña Blanca” había la creencia de que la podían contactar los médicos entrenados.

Nombrala Santa, ha generado muchísimas controversias, condenas e incluso repudio, pues para el mundo cristiano, carece de las características tradicionales para recibirlo. Solo los seres humanos pueden aspirar al título de Santos y esto es algo que sucede cuando han llevado una vida en la que ejercitan heroicamente las virtudes  cristianas, alcanzando un estado de comunión con Dios y a eso se le ha llamado Santidad.  Entonces se le considera pecado de idolatría a cualquier intento de mistificarlo. 

La Santa Muerte permaneció en la clandestinidad durante siglos. En 1997, en el barrio de Tepito de la Ciudad de México, se estableció el primer santuario público. Aunque desde 1950 las estampas con oraciones ya circulaban por el centro de la ciudad y hoy cuenta con unos ocho millones de fieles.

A Yameli le deje el teléfono del consultorio por si creía que podíamos ayudarla con terapia psicológica, sabiendo que ella estaba abrazada a su ayuda. Para mí es de esos seres que cruzan la vida de uno, marcando con fuerza. Cada 27 de Enero recordaré sus pies sucios, su cuerpo delgado y sus ojos vacíos. 

Me quede con la boca amarga porque no hay peor dolor que el de la miseria. Se me ha ampliado la concepción del culto a la Santa Muerte y quizá no sea algo  propio de criminales, homosexuales y prostitutas en la visión simplista y condenatoria. No es una solo una realidad para los  seres  que viven en exclusión, tal vez por detrás hay una realidad en la que el devoto se transforma en víctima de su realidad.

Especial dedicación a mi santa muerte

Por protegerme y proteger a toda mi gente

Por ser justa entre las cosas

Por dejarme seguir vivo

Por darme la fuerza para castigar al enemigo

Por la bendicion a mi fiero pulso sertero

Y por poner a mi lado una jauria de fieles perros

No tengo miedo a brincarme ya de aquí

Cuando usted me invite nos vamos por ahí

No tengo miedo a brincarme ya de aquí

Cuando usted me invite nos vamos por ahí

Fragmento de una canción a la Santisima Muerte

Compositores: Eduardo Davalos De Luna

DZ