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Una caminata sagrada

La memoria se teje en fragmentos que son únicos para quien los almacena. Cuando se narra lo que se desvela atrás de ellos, entran los escaños del pantanoso espacio de la ficción y la realidad, ambas supeditadas a lo que cada persona guardó en formas de imágenes tapizadas de emociones que palpitan, volviéndolos únicos para cada persona cuando se narran.

Este relato está cubierto por este halo personal, y si alguien que compartió esos fragmentos de tiempo junto a mí, difiere, está en su derecho, y yo honraré sus recuerdos, porque así los vivió y son reales para él o ella.

Una caminata sagrada - 1

México septiembre de 2016

Hemos llegado en punto de las 8:00 de la mañana a la entrada de la vieja casa en la calle de Alumnos en la colonia San Miguel Chapultepec, de la Ciudad de México, pintada de verde claro. Tocamos la puerta del recinto, donde vivía con su amada Gabriela, ahí tenía su despacho y guardaba con pulcritud en el tercer piso, el cuarto donde vivió Regina antes de su muerte en 1968. Comienzan a llegar personas de rostros amables vestidos de blanco, he traído mi paraguas pues barrunta agua.

Nos abren la puerta y vamos entrando uno a uno, la casa se yergue en dos plantas y media, con su barandal oxidado, las puertas hinchadas con sus marcos pintados le dan una imagen que nos remonta a los años cincuenta. En sus muros se lee el paso de los años, donde Antonio Velazco Piña pasó su vida escribiendo junto a su mujer, a la que con dulzura se refería como el amor de su vida.

Entonces tenía 79 años, pisé su casa porque Ana Lu, una mujer medicina que me ayudó a sanar el corazón, me invitó un día a hacer una caminata sagrada en el bosque de Chapultepec.

Pasamos a su sala llena de muebles antiguos y cortinas de raso pesadas, encuentro entre el grupo apenas un par de caras conocidas, y nos sentamos unos en el piso, otros se quedaron parados. Guardamos silencio, con paso pausado se acercó saludando a todos con su amable rostro. Con dificultad se sentó frente a mí, donde nos dio la bienvenida a todos. Su tono amable y ronco, lleno de poesía y magia ancestral, el espacio con la historia de los Volcanes, de Regina, del despertar de México y su especial cosmogonía.

Una hora después salimos por donde entramos, las nubes abrieron paso al sol, Ana Lu a la delantera dirigiendo al grupo.  El bullicio urbano se fue transformando en un suave murmullo al cruzar la Calle de Constituyentes. Velazco Piña se quedó en su casa, sus piernas cansadas ya no podían acompañarnos, pero lo sentí junto a mí.

Una caminata sagrada - 2

Este hombre maravilloso, dedicó su vida a explorar la profunda conexión que entrelaza el fino tejido entre la naturaleza, la historia y la espiritualidad. Esta caminata sagrada no solo fue un recorrido físico, sino un viaje hacia lo profundo de la memoria colectiva, y la identidad cultural de México.

Llegamos frente a la Puerta de Xochilinhuicatl, la del Mercado de las Flores. El aroma de las flores frescas nos envuelve, compro unas rosas para deshojar y llevarlas al interior del parque. Según entendí, los vendedores son descendientes de los pobladores originales de este espacio, y como legado, cuidan el portal que da entrada al bosque.

Pido permiso para entrar, siempre lo hago cuando entro en un lugar sagrado. Imagino a Velazco Piña deteniéndose un momento, respirando profundamente, como si cada inhalación le conectara con las historias ocultas, símbolos de vida, renovación y rituales ancestrales. Aquí los aztecas llevaban a cabo muchas de sus ceremonias.

Me parece escuchar su voz: “En la mitología mexica, las flores eran portadoras de un rico significado. Representaban la belleza efímera de la vida, así como la conexión con el mundo espiritual. Eran ofrecidas a los dioses en ceremonias que buscaban la fertilidad y la abundancia, cada flor un recordatorio de nuestras raíces y de la importancia de honrar la naturaleza”.

De pronto ya no está en mi visión, es la voz de Ana Lu que ahora toma su lugar, cruzamos en silencio uno detrás de otro con pasos pausados, guardando distancia entre nosotros, sumergiéndonos en un espacio donde el tiempo parece detenerse. Es un umbral que simboliza la conexión entre lo terrenal y lo espiritual, la neblina que cubre el suelo, el agua de rocío sobre las hojas verdes. Aparecen los primeros susurros del bosque, escucho el canto de algunos pájaros, el ruido de los autos y camiones comenzaron a perderse con la ciudad.

Comienzan los detalles a ser perceptibles, se van agudizando los sentidos, ampliando la mirada. Cruzamos a los baños de Moctezuma, lugar de sanación y purificación, venerado por sus aguas curativas, cuando brotaban de la tierra.  Dejamos los primeros pétalos en forma de ofrenda, pidiendo claridad, salud y prosperidad. “Ahí al fondo crece un nuevo ahuehuete, él será algún día el siguiente guardián del bosque” Me susurra Ana Lu al oído.

Las caracolas que traen los concheros comienzan a sonar, son utilizadas al cruzar un pequeño puente, unos pasos hacia la derecha, media vuelta a la izquierda.  El sonido es un llamado a los espíritus del agua y de la naturaleza, pidiendo su protección y bendición durante la caminata. El sonido limpia el espacio y purifica la energía, creando un ambiente propicio para continuar el camino.

Una caminata sagrada - 3

Aparece el Sargento, un árbol majestuoso, símbolo de fortaleza y resistencia que se secó en 2010, un guardián del bosque de Chapultepec, con al menos 800 vueltas al sol. Su presencia sin ramas sigue inspirando respeto y admiración. Este ahuehuete o “viejo del agua”, como indica su nombre en náhuatl, tiene esculpidas unas lagartijas distribuidas alrededor de un murete que le construyeron, símbolos de la rica historia y cultura prehispánica de México, donde tanto los árboles como los animales tenían significados profundos. Me detengo abrazada por su sombra y solo guardo silencio.

Estos árboles milenarios son guardianes del bosque, quedan 123 testigos del paso de millares de seres humanos, y de la sabiduría ancestral que se va diluyendo sobre el asfalto. En el camino me encuentro uno, le pido permiso, lo rodeo con mis brazos tocando su corteza suave de color morado rojizo, se levanta unos cuarenta metros sobre el suelo.

Cierro los ojos inhalo y exhalo, pido guía, protección, serenidad. Ana Lu susurra con ternura: “Estos árboles han estado aquí durante siglos, observando el paso del tiempo, y son testigos de los eventos que han dado forma a nuestra nación; son más que hojas y tronco; son símbolos de resistencia y longevidad, hilos conductores del pasado con el presente”.

Cada paso va marcado con la cadencia que la espiritualidad del bosque emana. Cada rincón parece estar impregnado de historias, de espíritus que habitan en la naturaleza. “Los mexicas creían que la naturaleza tenía un alma, y aquí en Chapultepec, podemos sentir su presencia conectarse con la nuestra.” Me dice en voz quedita una mujer indígena que viene de Chiapas, y que camina frente a mí.

Frente a las placas donde están los nombres de los niños héroes, Velazco Piña honraba su sacrificio, como el que decía que había hecho Regina, cuando las balas atravesaron su cuerpo aquel 2 de octubre de 1968.

Sobre la pendiente que lleva al castillo, hay unas piedras labradas con imágenes prehispánicas, la curiosidad de su significado me distrae, pero de pronto vuelvo a entrar en sosiego, realmente no importa si están esculpidas deidades, símbolos de la naturaleza, o guerreros. Esas piedras también han atravesado el tiempo, y yo he sido afortunada de poder contemplarlas.

Nos detenemos en un claro, donde la luz del sol filtra a través de las hojas. “Tómense de las manos y formen un círculo”, nos dice Ana Lu, bajamos la mirada, nos invade el silencio. El susurro del viento parece decir: “Aquí están las respuestas, siempre y cuando estén dispuestos a escuchar y a tejerse como parte de un todo. Han recorrido un camino que los conecta con su herencia cultural. No olviden que naturaleza e historia están entrelazadas, han sido elegidos, tienen un llamado a proteger y honrar estos espacios sagrados. Ahora mírense uno a uno, reconózcanse como parte de un universo más grande que ustedes”.

Terminando me dirijo como cada vez que voy al audiorama que está por detrás del Sargento, dónde todavía escucho a Don Carlos darme la bienvenida, él es guardián de este recinto desde hace varias décadas, un oficio heredado por su padre y por el padre de éste, y así hasta donde ya no hay memoria.

Una caminata sagrada - 4

“En la cultura mexica, la vida y la muerte eran vistos como ciclos interconectados. La cueva que ves al fondo es un paso hacia el Mictlán, un lugar donde las almas encuentran su camino. Esta dualidad, entre la vida y la muerte, era central en la cosmovisión de nuestros ancestros, recordándonos que cada final es un nuevo comienzo. Aquí en tiempos ancestrales, se abría paso a los túneles que cruzan el bosque por debajo de la tierra”.

Una Mantis Religiosa diminuta, se posa en uno de mis dedos, Don Carlos susurra: “Eres bienvenida, ella representa una conexión con el mundo de los espíritus, donde rebozan los poderes sobrenaturales”.

Para mí ese día, fue un recuerdo sobre la capacidad que he desarrollado para estar presente en medio del bullicio, fue una meditación consciente, donde la respiración y mi andar unieron mi cuerpo al bosque, despertando mi capacidad de asombro, y pude abrazar la riqueza de las creencias de quienes veneran este espacio.

Mientras escribo, me parece escuchar a Velazco Piña: “Sí crees en la magia que produce un encuentro como éste, más allá de lo místico, te darás cuenta de que hay algo que pasa dentro tuyo. Comienza a re-tejerse la conexión y el alma responde, sin importar las creencias que tengas. Mechico (así lo pronunciaba) es un país religioso, no necesariamente católico, donde se incorporan distintos pensamientos a su fe, entrando en el espacio de lo ecuménico, un lenguaje que lo sostiene”.

“Esta es una época donde entra en una era de luz, estamos llamados a reconectarnos con el conocimiento ancestral y las tradiciones sagradas, para abrir la conciencia planetaria”.

La visión de Velazco Piña no sólo era un llamado a la reflexión, sino también a la acción. En cada paso, nos invitaba a ser guardianes de nuestra historia, y a reconocer la belleza y la espiritualidad que nos rodea. Así, su legado perdura, resonando en cada ahuehuete, en cada flor, y en cada rincón del Bosque de Chapultepec.

“Sin duda ahí donde estés, te recibió Regina y se que te dijo que lo hiciste bien, te abrazo con el recuerdo de mi encuentro contigo maestro”.  Lo digo en voz alta como si pudiera escucharme. Una brisa entra por la ventana mientras escribo, escucho en forma de testigo “yo nunca fui maestro, fui testigo querida, no lo olvides”.

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DZ

A Gaby Cano con quien hicimos alguna vez una caminata, y también trabajamos en el proyecto de Guadalupe Madre Tierra para restaurar unas casas en Hueyapan, gracias. Ella era su amiga y le pidió que interviniera una escultura de un personaje al que llamamos XCU. Cuando fui por ella, pasé tres horas en solitario con él, embebida en sus historias, en su caminar desde México hasta Colombia, buscando probarle a Gaby que la amaba, y ella le hizo regresar para casarse con él.

Las Fotos son mías.