
Michel de Nostredame, conocido como Nostradamus, el vidente renacentista cuyas profecías de 1555 aún fascinan, ajusta su túnica. Sus ojos brillan, como si viera los hilos del destino
En mayo de 2025, Clara, de 32 años, se siente atrapada en un vacío que no explica. Sentada en su apartamento del sur de la Ciudad de México, el zumbido de su teléfono la envuelve: titulares sobre la crisis climática, guerras, conspiraciones, promesas vacías de “influencers”, vidas perfectas en las redes sociales que prometen felicidad instantánea. Sus dedos sueltan una foto amarillenta de ella a los seis años, riendo en un columpio en un parque que la alcaldía borró para levantar torres de concreto que tapan el sol. Su mundo, como ese parque, parece haber perdido el contacto con la naturaleza, con su esencia original.
La presión por brillar en un mundo hiperconectado, donde cada logro se desvanece en la comparación, la ha sumido en una parálisis silenciosa. Byung-Chul Han, filósofo coreano-alemán, llama a este tiempo la “sociedad del cansancio”, donde la autoexplotación y la transparencia digital eliminan el espacio para el misterio. Todo debe ser cuantificado, dice, dejando a personas como Clara en un desierto emocional, sin tiempo para el ocio, la fiesta o los rituales.
Tras perder su empleo en una startup tecnológica, sin pareja y, por decisión propia, sin deseos de tener hijos, Clara busca conexión en las redes, pero estas, lejos de unirla con algo más, amplifican su soledad. El vacío se apodera de ella, resonando en lo profundo de su ser un eco que no sabe nombrar.
Incapaz de hallar respuestas en el torbellino de notificaciones, Clara se pregunta si hay algo más allá, si el propósito es posible en un mundo que se desmorona. Exhausta, se deja caer en su cama, mirando el techo. El zumbido de su teléfono se desvanece, y un sueño profundo la envuelve, como si el tiempo mismo la llamara.
En ese sueño, una biblioteca se alza entre brumas, con el aroma de pergaminos antiguos y el crujir de páginas modernas. Sus estantes infinitos guardan el saber de todas las eras, desde los susurros de los dioses hasta los más complejos algoritmos. Bajo la luz titilante de un candelabro, dos figuras se encuentran junto a una mesa de roble.
Michel de Nostredame, conocido como Nostradamus, el vidente renacentista cuyas profecías de 1555 aún fascinan, ajusta su túnica. Sus ojos brillan, como si viera los hilos del destino. Frente a él, Vadim Zeland, creador en 2003 de “Reality Transurfing”, un sistema que enseña a navegar la realidad con ligereza, observa con calma. Sus lentes oscuros reflejan la luz, como si supiera que el cosmos puede doblegarse.
¿Qué diálogo surgirá entre estos pensadores para un mundo en crisis?
Continúa el próximo lunes.
DZ