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Por qué Achamán creó al ser humano
Foto de Lobogoliat Blog.

Guanches – Isla de Tenerife (España)

“En un principio, sólo existía Achamán, poderoso dios de los cielos, que se bastaba a sí mismo y no tenía necesidad de nada ni nadie.

Siendo eterno, antes de él no había nada. Todo estaba vacío. No había mar que reflejase cielo alguno, ni había luz que trazara los colores del arcoíris en ningún cielo.

Achamán lo creó todo. Creó el agua y la tierra, el fuego y el aire, y también creó a todos los seres y cosas que habitan el mundo.

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Foto de Archivo / D.Z.

Y, enamorándose de lo que había creado, descendió de las alturas para contemplar su creación desde las cumbres de las montañas.

Un día se posó en la cima del Monte Echeyde, y todo su ser se conmovió hasta las lágrimas por la belleza contemplada. Era como si lo viera todo por vez primera. Y, de pronto, pasó una idea por su mente inmortal: «¡Tanta belleza no puede ser sólo para mis ojos!»

Fue entonces cuando decidió crear al ser humano, una criatura capaz de percibir y valorar la belleza que sus propios ojos habían contemplado.

Y así fue cómo moldeó a la mujer y al hombre, y les infundió el carácter de ser testigos de su obra. Pero no sólo eso. Les encargó que la conservaran y la protegieran, que vivieran en armonía con todo cuanto él había creado, y que transmitieran ese encargo a sus hijos e hijas, y éstas a las generaciones que vinieran después, hasta la eternidad.

Y Achamán descubrió entonces que, al no guardar para sí su deleite en la belleza y compartir su gozo, le había otorgado su más pleno sentido a la obra que había creado”.

La imaginación es sin duda una fuerza que se ancla en el impulso humano, donde brotan los anhelos activos para tocar el mundo sutil y enrarecidos de las deidades, en esta contemporaneidad. El racionalismo occidental acabó con los espíritus que infestaban el mundo. Con la posibilidad de contestar las preguntas a la existencia y al orden desde las leyendas, mitos, los cuentos y las historias.

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Foto de Archivo / D.Z.

Para las culturas nativas, la Luna nunca fue solo la Luna; un río no era apenas un caudal de agua, tampoco lo fueron las montañas y el bosque. Cada regalo de la naturaleza era un espacio para honrar la existencia. Pero un día, el mundo se llenó de las luces de otro mundo, uno más elaborado que el que teníamos, se cubrió con un manto de insensibilidad que obscureció el raciocinio y achicó los abordajes donde la imaginación ilumina la realidad. Esta visión cobró su espacio solo para los ojos que pertenecen a este cuerpo perecedero y aprisionado. Sin embargo, en la tradición oral se fueron guardando las historias en cada cultura y han sobrevivido, matizadas muchas de ellas de contemporaneidad.

Si queremos transformar esta civilización planetaria en una civilización sostenible, tiene que haber un cambio colectivo sobre nuestra visión del mundo. Debe tejerse desde lo más profundo, pensando en la posibilidad de que el planeta es mucho más que una fuente inagotable de recursos y una búsqueda frenética de confort a cualquier precio.

Nos toca abrir la mirada, integrar el conocimiento de las culturas primigenias, recobrar nuestro embebecimiento, viajar con la imaginación y asombrarnos. Es este último un don que ha permitido que el hombre pueda filosofar sobre la existencia misma. Donde las preguntas metafísicas surgen de la visión del mundo, y no de lo que se aprende en los libros. Quizá re aprender sea un camino para rescatarnos y gozar de la alquimia que se gesta cuando podemos soñar, recrear y descubrir respuestas nuevas a las preguntas que hoy parece necesitar otras replicas.

Este cuento forma parte del reservorio de historias que Grian Cutanda viene impulsando a través de Avalon Project y se llama “The Earth Stories Collection”. Grian hizo una selección de 336 relatos tradicionales pertenecientes a 87 naciones, 102 culturas y 20 tradiciones espirituales de los cinco continentes.

Cada una de las historias se seleccionaron en función de los distintos principios y fragmentos de la Carta de la Tierra, pero también por sus características como «dispositivos tecnológicos» ancestrales capaces de transmitir una visión del mundo sistémico y ecológico.

Son sin duda una posibilidad, de encontrarnos de nuevo cuando perdamos el rumbo y quizá al leerlos y releerlos podamos nuevamente sentarnos a pensar y a generar comunidad transmitiéndolos y así encaminarnos de nuevo hacia espacios más amorosos, incluyentes y que podamos restaurar aquello que hemos dañado mientras reflexionamos sobre las experiencias encarnadas.

En este relato la completitud se gesta, cuando compartimos con otros lo que somos, cuando nos donamos y preservamos la belleza de lo creado dejando un bello legado para los que siguen, dejando esta posibilidad de saber que fuimos creados para cuidar y proteger la obra más bella que existe; la creación.

Pero quizá para poder hacerlo tenemos que pasar por el estado evolutivo de ir amalgamándonos. Quizá para poder apreciarlo en su totalidad debemos perderlo. Tal vez estamos en ese punto de inflexión que gesta la posibilidad de saber que estamos a punto de perder nuestro hogar, porque lo hemos destruido a mansalva y que para restaurarlo debemos recordar para que fuimos creados.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195