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Lee la escritora

“Escribir me salva de ahogarme en lo que veo. No es arte, es supervivencia”. 

De una carta a Roland Penrose (circa 1939, según el archivo de Lee Miller). 

La vida de Lee Miller ha sido ampliamente estudiada y documentada, especialmente a través de la biografía escrita por su hijo Antony Penrose y el archivo que él y su familia preservaron.

Yo desconocía su existencia y su historia hasta que una tarde de ocio encontramos una película de Kate Winslet. Como su trabajo me atrae profundamente y su evolución desde que la vi en *Titanic* ha sido espectacular, nos sentamos en el sillón, me puse mis lentes y me perdí durante una hora y cincuenta y seis minutos, embebida en una trama que me dejó sin aliento. Al terminar, tenía la boca seca; quizá la mantuve abierta desde la primera imagen o tal vez no tragué saliva. Mi cuerpo habló de esa manera, mostrándome el impacto que me dejó la historia.

Puedo calificarla de extraordinaria, sin duda. Comentamos su contenido durante largo rato y, en mis sueños, aparecieron imágenes, fragmentos de la historia, pero sobre todo de las fotografías.

Al terminar, la sed se transformó en una ansia por conocer más sobre ella, así que comencé a rastrear no solo sus fotos, sino que también di con algunos de sus escritos. Cuando esto me pasa, sé que tiene un propósito, porque una hebra me va conduciendo a algo más y otra a otra cosa, hasta ir hilvanando una madeja de riqueza que es difícil de explicar. Entonces, una sonrisa se apropió de mi cara; de haberla tenido al alcance, sé que hubiera sido mi amiga y mi admiración por ella, sin duda, habría sido monumental.

Así como a Kate la frustraba ver su historia reducida a etiquetas simplistas como “musa de Man Ray” o “exmodelo”, ignorando su papel como una pionera que capturó el dolor del conflicto con su cámara, a mí me atrajo su escritura, algo que poco ha llamado la atención.

Encontré un primer reportaje escrito por su puño y eso me llevó a otro y a otro, impactándome en el alma. Pude colarme entre las letras, entre las frases, viajando al mundo de la reflexión que tanto me apasiona.

Me interesó saber las dificultades a las que se enfrentó Kate para llevar este proyecto a la gran pantalla, uno que le tomó diez años realizar. Me costó trabajo entender la resistencia de los inversionistas, pero llegué a la conclusión de que quizá lo que pasaba era que no comprendían por qué alguien querría ver una película sobre una mujer sin curvas pronunciadas, sonriente y femenina, metida en lo más sórdido de la vida. Entiendo que, debido a esto, ella se vio en la necesidad de financiar parte de la producción con su propio dinero cuando los fondos comenzaron a escasear.

De Miller, más allá de sus extraordinarias fotografías, que estuve observando con detenimiento, encontré una capacidad para capturar emociones y escenas con gran intensidad, mostrando también su relación con la palabra escrita, usándola con una intención visceral. Sus textos hilvanaban el impacto emocional que la escritura propicia y sus palabras mostraban una extensión necesaria de su visión fotográfica. Aunque no se consideraba una escritora profesional, sus frases me dejaron perpleja.

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El tono de estas palabras se aprecia con claridad cuando escribió sobre Buchenwald y Dachau, dos de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. En ellas muestra su necesidad de documentar verbalmente lo que fotografiaba y, con ello, transmitir el poder de la escritura, complementando sus imágenes y plasmando una dicotomía poderosa.

Aprendió a tomar fotos inicialmente gracias a su padre, Theodore Miller, quien era un aficionado a la fotografía. Desde pequeña, en su hogar en Poughkeepsie, Nueva York, Miller estuvo expuesta al mundo de la fotografía, ya que él la usaba frecuentemente como modelo para sus imágenes y le enseñó las primeras nociones del arte, incluyendo el uso y reparación de cámaras, así como el proceso de revelado en el cuarto oscuro.

Más tarde, su aprendizaje se profundizó cuando se trasladó a París en 1929 y se convirtió en aprendiz de Man Ray, que comenzó como pintor, pero es más conocido por su trabajo en fotografía experimental, cine, escultura y collage. Miller se presentó audazmente en su estudio, insistiendo en trabajar con él, y terminó siendo no solo su asistente, sino también su musa y amante.

Bajo su tutela, perfeccionó su técnica y desarrolló un estilo propio. Mientras trabajaba con él en París en 1929, ella encendió accidentalmente la luz en el cuarto oscuro mientras revelaba una fotografía. Esto provocó un efecto de inversión tonal que lo fascinó, y luego él perfeccionó la técnica, popularizándola. Me parece que el crédito inicial debería ser de Miller o, al menos, haberle dado algún reconocimiento. Este incidente muestra su influencia en el arte fotográfico más allá de ser solo una musa o asistente.

¿Dónde aprendió a escribir? Al parecer, esto brotó de forma orgánica, influenciada por sus experiencias y estados emocionales. El abuso sexual a los siete años le dejó secuelas profundas; el contacto directo con los horrores de la guerra debió tambalear su estabilidad emocional, atreviéndome a decir que quizá sufrió de síndrome de estrés postraumático, ya que el aumento de la ingesta de alcohol se hizo patente a partir de los cuarenta años y más al final de sus días, tal vez buscando lidiar con el dolor y sus demonios internos. Algunos de sus biógrafos describen períodos marcados por arrebatos impulsivos, relaciones tumultuosas y altibajos emocionales.

Esto me hace pensar que esa energía la transformó en arte para que no la ahogara, y fortaleció un carácter tozudo y una asombrosa capacidad para reinventarse. Este vaivén entre la melancolía y los sombríos estados de ánimo, que la distanciaban de los demás, contrastaba con el ingenio, el carisma y la simpatía que también eran parte de quien era; esta polaridad era un área de cultivo que pudiera explicar la fuerza que imprimió en sus imágenes y en su escritura.

“No basta con ver esto, hay que contarlo. Las palabras tienen que golpear tan fuerte como las imágenes, o no habré hecho suficiente.”

De un reportaje para *Vogue* sobre los campos de concentración (1945).

“Las fotos muestran el humo, pero las palabras tienen que hacerte sentir el fuego.”

Sobre su trabajo en *Grim Glory: Pictures of Britain Under Fire* (1941).

“Creo que me he convertido en una especie de adicta a la verdad de la guerra… Es como si las palabras fueran tan necesarias como las imágenes para mostrar lo que vi.”

Sobre la guerra (reportaje para *Vogue*, 1945).

“Escribo estas cosas porque el desierto me ahoga, y si no las saco de mí, me perderé en la arena.”

De una carta personal (1930s, archivo privado).

Leo estas frases, que enmarcan su forma peculiar de escribir, una y otra vez, dejándome perpleja, viajando al mundo de mis sensaciones corporales donde, mientras el impacto de la idea realza el contenido de las imágenes, transforma ese instante, impulsando mi capacidad de mirar para luego entrar en la extraordinaria capacidad de contemplar. Ese es el poder de la mezcla que producen la escritura y la fotografía, un viaje a una profundidad que es asombrosa.

“Créalo o no, he visto cosas con mis propios ojos que no creía posibles… La realidad es mucho peor que cualquier pesadilla que puedas imaginar.”

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Esta frase, tomada de uno de sus artículos como corresponsal de guerra para *Vogue* donde escribió sobre la liberación de los campos de concentración en 1945, encapsula la crudeza de su experiencia y su habilidad para transmitir el horror con una mezcla de incredulidad y urgencia. Es un reflejo de cómo, a través de sus palabras, intentaba hacer que el lector enfrentara lo que podía parecer inimaginable, justo como lo hicieron sus fotografías.

En un artículo sobre la liberación de París en agosto de 1944, muestra su habilidad para capturar la dualidad de las emociones humanas: la euforia de la liberación mezclada con el peso del trauma reciente. Es un ejemplo perfecto de cómo combinaba su sensibilidad poética con la crudeza de la realidad que había presenciado:

“La ciudad estaba en éxtasis, borracha de libertad, y yo estaba ebria con ellos, pero no podía olvidar que detrás de cada esquina había un cadáver o un recuerdo.”

En el periodo que estuvo casada con Aziz Eloui Bey, entre 1934 y 1937 en Egipto, experimentó con la escritura de cartas y notas personales que mezclaban observaciones poéticas con reflexiones sobre su identidad y su aburrimiento con la vida de expatriada acomodada. Estas notas, aunque no publicadas como obras literarias, revelan una faceta introspectiva y casi literaria de Miller que contrasta con su imagen pública de fotógrafa audaz y decidida. Algunas de estas anotaciones permanecieron en su archivo personal y muestran su lucha interna por encontrar un propósito creativo antes de regresar a Europa y eventualmente convertirse en corresponsal de guerra.

Revisé muchas de sus imágenes con textos que reflejaban su perspectiva única y, a menudo, mordaz sobre los eventos que presenciaba y quedaron plasmados en la revista *Vogue*. Estos escritos, aunque eclipsados por sus fotos, ofrecen una visión más profunda de su mente y su capacidad para narrar historias. Usaba de pronto un tono sarcástico y, a veces, cínico, que equilibraba la crudeza.

En su artículo sobre la liberación de París, mezcla la alegría desbordante con la sombra de la muerte en frases como “borracha de libertad, pero no podía olvidar”. Recibo el impacto de la tensión entre luz y oscuridad que encuentro como una constante en muchas de sus frases.

Este aspecto de su vida —su incursión en la escritura como una forma de procesar su inquietud— no suele recibir tanta atención como sus logros fotográficos o su relación con figuras como Man Ray, pero ofrece una ventana a su complejidad emocional en un momento de transición.

Descubrí que, además, tenía un interés genial por la cocina gourmet en sus últimos años. Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se instaló en Farley Farm House en Sussex con Roland Penrose, Lee abandonó en gran medida la fotografía y se dedicó a experimentar en la cocina. Creó recetas excéntricas y sofisticadas, como un helado de coliflor o platos inspirados en sus viajes, y llegó a ser admirada entre sus amigos por su talento culinario. Este giro hacia una vida más doméstica contrasta con su imagen pública de fotógrafa audaz y corresponsal de guerra.

Si tuviera la posibilidad de haberla conocido, sin duda hubiéramos pasado horas hablando, pues tengo intereses muy parecidos a los suyos, incluso la fotografía, que me acompañó en algún momento de mi vida mientras tomaba fotos en blanco y negro con una cámara Canon y un lente angular que era de mi padre. Desde niña volqué en el papel mis cuentos y mi sentir, hasta que escribir se tornó en mi pasión y cocinar en una de mis grandes fascinaciones.

El estilo literario de Lee Miller se podría definir como una mezcla visceral de realismo crudo, ironía mordaz y una sensibilidad casi poética que bordea lo surrealista. Es un reflejo directo de su vida: una mujer que transitó entre el glamour, el arte y el horror, y que escribió desde un lugar profundamente personal, pero con una voz que busca sacudir al lector.

Aunque no era una escritora “literaria” en el sentido clásico, su prosa tiene un carácter visual y táctil que parece heredado de su ojo fotográfico. Usa imágenes vívidas y detalles concretos —el sonido de las campanas, el olor de la sangre— para sumergir al lector en la escena. No se escondía detrás de una voz objetiva; lo hacía desde su propia experiencia, dejando entrever su asombro, su ira o su agotamiento. Esto le da una autenticidad que conecta, como en “he visto cosas con mis propios ojos que no creía posibles”, donde su incredulidad es tan palpable como la del lector.

En sus palabras encontré una extensión de su personalidad: la puedo ver audaz, sin concesiones, con un pie en lo bello y otro en lo atroz. Es como si tomara la precisión de su cámara y la tradujera en palabras, creando una narrativa que no solo informa, sino que golpea y resuena.

A Kate Winslet, mi reconocimiento más profundo. Logró llamar mi atención y seguir el hilo conductor que me impulsó a descubrir más sobre otro personaje que enriquece mi espíritu.

DZ