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Las ideas parásitas

Los periódicos sacan en sus desplegados la noticia de que el mundo del arte se ha sacudido por un plátano. La casa de arte Sotheby’s logró vender la obra “Comedian” del artista conceptual Maurizio Cattelan, en seis millones doscientos mil dólares.

Justin Sun, el comprador, describe la obra como un “fenómeno cultural” que conecta el arte y la comunidad cripto. Es sin duda una pieza que genera un debate sobre la definición y el valor del arte en la actualidad.

Como esto, hay cientos de ideas, preceptos, creencias, opiniones, principios, ideología, credos y doctrinas, que hoy nos colocan en la disyuntiva de revisar si estas suman al bien común, si nos sirven, si nos sostienen y nos convierten en personas nutricias. Quizá es momento de replantearnos para qué estamos y a dónde vamos.

Me parece que para poder empezar por algún lado me gusta la manera en que Yuval Noah Harari plantea los tres tipos de realidades fundamentales que existen y que me son útiles para entender cómo es que construimos nuestras sociedades y permite ir desmenuzando tan facinante tema.

La primera es la realidad objetiva que existe independientemente de la percepción humana, que incluye las leyes de la física o los hechos científicos, como la vida y la muerte. Después viene la realidad subjetiva referente a las experiencias y percepciones individuales que pueden variar de persona a persona, aquí se pueden incluir las emociones, creencias y opiniones. Podríamos poner por ejemplo, la creencia de un dios, un ser iluminado o varios. Por último están las realidades intersubjetivas, estas se comparten por  un grupo de personas y se basa en creencias colectivas que permiten la cooperación a gran escala. Aquí entrarian las naciones, las religiones y los sistemas económicos. Estas realidades no son físicas, pero tienen un impacto significativo en cómo las sociedades funcionan, ya que dependen del consenso y la fe compartida en conceptos como el dinero o la propiedad.

Lo del plátano entraría en el segundo y en el tercer escaño y me hace revisar las ideas que yo tengo sobre lo que es arte, que sin duda generarían un gran debate, pudiendo ser rebatidas porque hay quien piensa que el dinero gastado en la subasta valió la pena. Sin embargo, me es inevitable pensar que  ese recurso pudo destinarse a  financiar tratamientos médicos, medicamentos, alimentos para miles de personas en situaciones vulnerables o incluso en la escolarización de varios cientos de niños, cubriendo matrículas y materiales escolares.

Un ejemplo muy claro que abona a mi sorpresa y que encuadra lo que es una realidad intersubjetiva y en donde  podríamos colocar al plátano también es uno donde Harari, habla sobre Laszlo Hanyecz quien gastó Diez mil bitcoins para comprar dos pizzas. En ese momento, valían cuarenta y un dólares. Hoy, esa misma cantidad vale casi 690 millones de dólares. El valor del bitcoin, existe porque suficientes personas están de acuerdo en que tiene valor.

El psicólogo evolutivo Gad Saad tiene un libro llamado “La mente parasitaria”. Debo reconocer que el contenido me hizo pensar. Interesante leer: “Hoy vivimos una pandemia de incontinencia emocional, impulsada por una mente parasitaria, con ideas infecciosas que están matando el sentido común”.

Y es verdad que enfrentamos las problemáticas de una sociedad que se infecta de patógenos que no son biológicos, sino que son una colección de conceptos nuevos, extraños, distintos, que no sabemos acomodar y que revolucionan el mundo como lo teníamos contextualizado.

Hay una gran cantidad de estas visiones que son gestadas en los campus universitarios, propagándose en la cultura, en la política e incluso en los negocios, desafiando muchos fundamentos. Quizá el mayor cambio está en que hemos entrado en la era de una disyuntiva que observa las cosas en términos binarios, colocando el pensar versus el sentir. Una simplificación excesiva que quizá pueda llevar a mucha confusión y a decisiones erróneas.

¿Será que hay una tendencia a dejar que las emociones anulen la razón?

Lo que es un hecho es que estos patógenos amenazan con erosionar el sentido común, la libertad y la diversidad intelectual. Al menos yo me he encontrado muchas veces usando mis emociones para tomar decisiones que exigen lógica. Por ejemplo he estado en el dilema de sostener algo en lo que pienso y  decido mejor guardar silencio, para evitar ofender, dandando como resultado un clima en el que le doy demasiada importancia a la crítica, incluso cuando lo que digo se basa en pruebas.

Es miedo sin duda, se apodera de esta incapacidad de sentirme etiquetada, relegada, rechazada porque puedo sonar, intransigente, poco empática o radical. Hoy los conceptos de “verdad” con los que crecí se tambalean, generando desconfianza generalizada en los medios de comunicación y en todas las instituciones. Aunque me parece que es parte de la evolución y que siempre hay que estar cuestionando para no tragarse uno lo que los demás opinan sin digerirlas, observó un debilitamiento al pensamiento crítico y una aceptación pasiva de información sin cuestionar su veracidad.

Las ideas parasitarias de las que habla Saad se reproducen, generando mentalidades débiles, conciencias distraídas, distorsionando la manera en que vemos el mundo y alejando a las personas del sentido común.

Se enraízan así posturas irracionales o destructivas, afectando negativamente el debate  intelectual, generando un desconsuelo abrumador que lleva a  un lastimero  desarrollo interior.

En el discurso público se ha visto cómo la razón, ha quedado relegada a un segundo plano frente a la indignación emocional, lo que ha dado lugar a situaciones en las que las discusiones sobre temas como las diferencias de género en el mundo académico, se enfrentan con hostilidad, en lugar de apremiar a  un debate abierto. Creo que esto contribuye a una mentalidad colectiva que favorece la conformidad ideológica y como resultado generando un efecto paralizante.

Las ideas parásitas a menudo son presentadas de manera atractiva o idealizada en la cultura popular, mientras se van aceptando  pasivamente. Esta legitimación cultural puede hacer que sean vistas como inofensivas o incluso deseables, aunque sean perjudiciales.

Zygmunt Bauman (2003), conocido por su análisis crítico de la modernidad y la posmodernidad, ha colocado en el tintero el término “modernidad líquida” Estamos marcados por el individualismo y el consumismo. Las relaciones humanas se han vuelto más efímeras y desechables, reflejando una falta de compromiso y una búsqueda constante de nuevas experiencias. Y sí, es verdad que vivimos en la era de la inmediatez, todo está al alcance de un click, creando vacíos existenciales que llevan al derrumbe emocional cuando el anhelo no se cumple “en este momento”.

Noticias falsas, hoax, bulos, leyendas urbanas o desinformación, los mensajes fraudulentos o inexactos, pueden condicionar o fortalecer muchas de estas conductas perniciosas e ideales peligrosos como el racismo, la xenofobia, la homofobia, etc. Las tecnologías digitales han causado una disrupción dentro del ecosistema de la información que se ha ido propagando como virus, sin respetar muros ni fronteras. Las redes sociales ejercen un enorme poder sobre el discurso público. Actúan como guardianes, decidiendo qué voces pueden ser escuchadas y cuáles silenciadas.

Hoy ciertas ideologías pueden dominar el discurso cultural, así llegamos a algo que Saad llama Ostrich Parasitic Syndrome” (OPS) un fenómeno social en el que ciertas ideologías o creencias se propagan como parásitos, paralizando la capacidad de las personas para pensar críticamente.

Saad, es un psicólogo evolucionista y crítico de ciertas tendencias culturales contemporáneas.

¿Cuáles son las consecuencias de estos parásitos? Un entorno en el que se justifica cualquier cosa en nombre de la inclusión. Limitando la libertad intelectual y creando un mundo en el que la búsqueda del conocimiento se ve frenada por el miedo a causar angustia emocional. Construyendo así realidades que generan ilusiones reconfortantes.

En los campus universitarios los estudiantes y profesores se enfrentan a la presión de adaptarse a  ideologías con las quiza no estén de acuerdo porque corren el riesgo de sufrir una reacción violenta. Muchos permanecen en silencio para proteger sus carreras, sus empleos, lo que disminuye la diversidad de pensamiento que estos espacios deberían fomentar.

Cuando se enfrentan a hechos desafiantes, muchas personas recurren a argumentos engañosos para proteger sus creencias. Esta negativa a reconocer verdades incómodas en favor de narrativas complejas muestra el control que tiene el negacionismo sobre el pensamiento humano. Ya sea que rechace la ciencia o promueva eslóganes ideológicos simplistas, esta mentalidad conduce a consecuencias que afectan a la sociedad en general.

Slavoj Žižek filósofo originario de Eslovenia alerta como nuestra forma de vida busca solo satisfacción a través de bienes y experiencias que, en última instancia, pueden resultar dañinas. Transformando la búsqueda de satisfacción en algo apremiante que lleva a la cultura de consumo, donde se promueve el “goce sin restricción”, así las mercancías se convierten en el medio para alcanzar la “felicidad”.

¿Pero cuáles son los vectores en la propagación de estas ideas?

Una cultura contemporánea que enfatiza el agravio y la queja, que impulsa el consumo y el individualismo.

Un ejemplo que también me revolcó hace un par de años fue la subasta de los calzoncillos sucios de Elvis Presley en 2020 por un precio de $16,000 dólares. Una subasta organizada por la casa de Julien’s Auctions, donde se ofrecieron varios artículos relacionados con el icónico cantante. Los calzoncillos, que se encontraban en un estado bastante deteriorado, generaron gran interés entre los coleccionistas y fanáticos de la cultura pop. Este tipo de situaciones las veo como un reflejo de la cultura de consumo actual.

¿Será que estas cosas reflejan una falta de buen juicio? Los de las subastas me dirían que no. Pero todavía no encuentro un argumento que me convenza de que este tipo de obras, que parecen absurdas o carentes de valor intrínseco, son una burla a la verdadera apreciación artística y que quizá es más bien un reflejo de cómo el mercado puede inflar el valor de lo trivial.

¿Será que hoy los artistas creen que el arte no está en el valor estético sino en el efecto que producen en el espectador? Entonces tal vez si tenemos valorando el sentimiento sobre la razón.

Sin duda coincido en que habrá que promover una educación que valore el preguntarse, cuestionarse, no creer sin detenernos a pensar habitando un escepticismo saludable, para fomentar el análisis crítico frente aquello que no genera estadios nutricios o que ya no nos sostiene. Hoy esta crisis nos pone contra el suelo y será importante sentarnos nuevamente a fortalecer los cimientos de aquello que cohesiona una cultura de paz.

DZ