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#LaPeorMamá Semana Mundial de la Lactancia Materna
Foto de Archivo

Acabo de enterarme que esta semana se celebra o conmemora la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Honestamente no sabía que existía. Y sin embargo, existe desde 1992.

Al ver los posteos al respecto no puedo evitar remontarme a la época en la que yo amamantaba a mis hijos. Y hoy decidí revivir un poco esa etapa de mi maternidad. Y no, no fue tan mágico y hermoso como lo pintan, pero tuvo sus momentos. Ahí les va.

La finalidad de este texto no es hablar sobre todos los beneficios que trae la lactancia materna desde el nacimiento que bien sabemos son muchos. Tampoco es hablar sobre el tiempo que debemos o no amamantar a nuestros hijos. Si debemos o no hacerlo o durante cuánto tiempo se tiene qué hacer.

Yo más bien vengo a recordar. A recordar eso que en su momento sentí eterno, a lo que no le veía fin y que sufrí y sufrí.

Cuando estaba embarazada de #minispeedy, mi hijo mayor, solo sabía que lo mejor que podía hacer era amamantarlo.

Es importante que lo amamantes”, “le pasas tus defensas”, “es el mejor alimento del mundo”, eran de las cosas que escuchaba mientras esperaba la llegada del primogénito.

En cuanto me entregaron al chamaco me dijo la enfermera “pégueselo”. ¿Y a dónde o cómo carambas se hace eso? Y pues el instinto nos llevó a ver cómo carambas le hacíamos. Según yo, nada salía. Después me enteraría que en las primeras tomas son gotas lo que beben los bebés y que con eso es suficiente, pero en ese momento yo juraba que no había nada.

Durante la madrugada, desperté con un dolor insoportable que me despertó, juraba que moría. La enfermera me dijo “es que ya le bajó la leche señora, vaya al cunero a darle al niño”. Y sí, a las 3 de la mañana fui corriendo a buscar al chamaco para que me auxiliara. Funcionó.

El hospital donde nació ofrecía unas clases de lactancia y corriendo fui a tomarlas porque yo me sentía la más inútil en el arte de la amamantada. Ahí conocí a una mujer muy generosa que me enseñó muchas cosas, desde cómo sostenerlo, cómo colocarlo y hasta a cómo disfrutar el momento. Sí, todo era muy romántico hasta que llegué a mi casa y me volví una vaca lechera.

Cuando me dijeron que los bebés comían cada tres horas jamás me dijeron que estas contaban desde que iniciabas la amamantada, así que ya viéndolo bien, desde que lograba dejar al chamaco dormido en su cuna hasta que volvía a pedir no pasaba ni una hora.

¡Amamantaba todo el día! Y a eso súmenle el dolor. Cada vez que me pegaba al chamaco sufría, no se como explicarles esa sensación, ese dolor. De verdad llegó un momento en que odiaba el asunto. Luego, me acostumbré.

Cuando regresé al trabajo, a los 5 meses de #minispeedy, fui muy afortunada de trabajar en una compañía que daba más incapacidad de lo que normalmente da la ley, tenía oportunidad de extraerme la leche en un lugar dedicado a ello y yo muy diligentemente lo intentaba, pero por ahí de las dos semanas la cosa ya no funcionaba, poco a poco se fue acabando la leche. Así que corrí al doctor y para pronto me mandó una pastilla para cortarme la leche y yo corrí a echarme una cubita.

Con #miniplausi la cosa fue muy diferente. Yo ya sabía mas o menos a qué iba. Mínimo ya sabía que esperar en el momento de “pegármela”; la lactancia con ella si la disfruté.

Sí, fue una friega. Sí, era una vaca. Sí, la niña pedía de comer a cada rato, pero le encontré el gusto. Hoy, hasta recuerdo esa sensación cuando la leche empieza a salir y hasta siento bonito. Creo que mucho del apego que #miniplausi tiene conmigo es por lo mucho que gozamos las dos los nueve meses de lactancia exclusiva.

Lo mejor de todo es que nunca nadie intentó decirme si debía o no amamantar, si era mucho o poco el tiempo que lo hice, todo fue mi decisión y de mis hijos porque ellos también decidieron hasta cuándo y hasta dónde. Y sé que si en cualquier momento hubiera decidido hacerlo diferente, hubiera tenido el apoyo de mi marido y mis médicos.

Me siento agradecida por haber sido capaz de alimentar a mis hijos. Y aunque no fue fácil hoy lo veo como lo que fue, un brevísimo momento en la vida de mis hijos en el que los gocé, los abracé, los olí y los apapaché al máximo. Ya ven, ahora ya tienen 9 y 6, ya están grandísimos; y en nada se me van.

A nadie quiero decirle lo que debe hacer, solo quiero decirte a ti, si decides amamantar a tus hijos: ¡DISFRÚTALO! Si lo sufres, busca alguien que te ayude a disfrutarlo y si no lo disfrutas, siempre puedes buscar otra opción.

¡Feliz lactancia!

Gracias por leer #LaPeorMamá