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#LaPeorMamá Recuerdos navideños
Foto de Archivo

¡Ah, la Navidad!

Pues eso, acabamos de celebrar la Navidad y este año me tocó pasarla con la familia de mi mamá. Fuimos a cenar a casa de mi prima y obviamente los niños desde el minuto uno preguntando por los regalos.

  • ¿A que hora abrimos los regalos? – preguntaba uno.
  • ¿Ya casi es hora de los regalos? – preguntaba la otra.
  • ¡Ya se! – gritaba aquel – Y ¿si primero abrimos los regalos?

Por supuesto que me hizo recordar mis navidades de niña. Cuando yo era la que preguntaba un millón de veces a que hora se abrirían tan preciados y añorados tesoros.

Ya hace varios años de aquellas navidades donde la ilusión reinaba en mi y en todos mis primos y sin embargo las recuerdo perfectamente bien.

En mi casa, los días 24 de diciembre, la Nochebuena; la pasábamos en casa de mis bisabuelos, los papás de mi abuela materna. Se armaba un tremendo pachangón pues iban los hijos, los nietos, los bisnietos y por supuesto amigos de la familia.

Mi bisabuela era buenaza para la pachanga, y para la organización. Y le encantaba tener gente en su casa y por supuesto que la Navidad era un excelente pretexto.

Yo creo que las cenas eran de unas 100 personas. Aunque mi mamá dice que máximo y muy exagerado eran 50. Y en la base del árbol de Navidad había miles de regalos, de nuevo, mi mamá dice que exagero.

Lo que si les puedo decir es que en algún momento llegamos a ser unos 20 niños. Todos corriendo por el jardín y por la casa con la amenaza de la cocinera de que nos iba a acusar con la señora María. La pasábamos increíble haciendo “travesuras”.

Esas cenas comenzaban, claro está, con la posada. Lo primero era cantar la letanía, el Kyrie eleison dandole vueltas al jardín. Tengo grabada en mi memoria la voz de mi abuela y mi tía abuela cantando a todo pulmón un poco menos que afinadas pero muy inspiradas. Y todos contestábamos:

– Ora pro nobis.

Quien cargaba a los peregrinos se sentía súper soñado, al menos cuando me tocó a mí así me sentía.

Cantábamos la posada, todos los niños queríamos estar afuera porque adentro no se permitían las velitas. Todos acabábamos con las manos llenas de cera. Para los niños grandes era un deporte extremo tirarse la cera en las palmas de las manos.

Se rompían unas 2 o 3 piñatas. Había para niños y para adultos. Siempre con los ojos vendados y con el número de vueltas que correspondiera a nuestra edad. En aquel entonces las piñatas eran, en su mayoría de olla de barro, así que quien no tenía los ojos vendados la rompía en un santiamén.

Las piñatas estaban llenas de fruta: naranjas, tejocotes, limas, caña de azúcar, cacahuates y mandarinas. Lo odiábamos, pero amábamos pegarles.

Una vez terminada la posada se procedía a la cena.

Había una cantidad tremenda de comida. Siempre deliciosa.

Había una cocinera en casa de mi bisabuela que se encargaba de preparar para la cena: pavo, romeritos, bacalao, ensalada de manzana y quien sabe que tanta cosa. A la fecha, la cena de navidad chilanga, porque he descubierto que no en todos lados es igual, es de mis comidas favoritas. Esa a la que no le puedo decir que no.

Los regalos se abrían hasta después de que mi bisabuelo terminara de cenar. El señor tenía la última palabra al respecto. Y hasta que él no dijera que era hora, no había forma de adelantar ni medio regalo.

Cada año se intentaba abrir de uno en uno para que todos vieran los regalos y cada año terminaba en una rebatinga y en un ir y venir de niños entregando regalos a cuanta persona estaba, ansiosos por encontrarse con alguno que trajera su nombre escrito.

El salón de la casa terminaba lleno de papel para envolver y moños abandonados y un sinfín de chamacos dormidos en dos sillas juntas abrazados al juguete nuevo que habían recibido esperando a que sus papás decidieran irse a casa para que llegara Santa o el niño Dios a dejar los regalos que habían pedido.

¿Hasta que hora se quedaban los adultos cotorreando y echando la cuba? Quien sabe. Yo recuerdo como mi papá nos cargaba al coche y luego nos depositaba en nuestras camas y al otro día despertar bien temprano para correr a ver si había algo para mí en el árbol. Y después correr a despertar a mis papás para que bajaran conmigo a abrir los juguetes. ¡Pobres! Después de tremenda desvelada.

Y después venía la comida de Navidad en casa de los abuelos paternos, porque ahí la cosa era el 25 de diciembre. Otro gran evento lleno de niños con juguetes nuevos comiendo en familia puras cosas deliciosas que mi abuela preparaba. Más pavo, más romeritos, relleno, más bacalao. No había final para la comilona.

Cuantos recuerdos, cuantas Navidades, cuantas ilusiones.

Hoy, me toca a mi cocinar, organizar y encargarme de que mis hijos vivan las tradiciones y disfruten tanto como yo disfruté. Hoy yo construyo recuerdos para ellos y he encontrado que puede llegar a ser igual de divertido.

Y ustedes ¿como recuerdan sus Navidades?

Gracias por leer

#LaPeorMamá