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#LaPeorMamá. No dejo de correr en todo el día
Foto de Archivo

Esta es la tercera semana que mis hijos van a la escuela de forma presencial. Después de 18 meses con un simulacro en junio pasado que duró 5 días.

Arrancando este ciclo escolar decidimos, como ya les he contado, que se quedarán en casa. Mucho más por mi flojera de llevarlos y recogerlos que por otra cosa.

Pero claro, cuando empezaron a ver que cada vez más compañeros iban a clases, empezaron a pedir ir ellos también y ya no tuve corazón para negarme.

Por mucho que me hubiera acostumbrado a tenerlos en casa y me resultara mucho más cómodo, les tocaba decidir a ellos..

Así que al iniciar octubre compramos zapatos, forramos libros y se fueron a la escuela.

Lo maravilloso fue que ya podían ir diario y no solo dos veces por semana como en un inicio.

No puedo decirles la emoción de regresar a clases, a una escuela en la que estuvieron todo un ciclo escolar en línea sin conocerla, pues eran nuevos. El primer día salieron con una sonrisa de oreja a oreja, el uniforme chorreado y un millón y medio de anécdotas qué contar.

Para mí, los primeros días no contaron porque me enfermé, pero una vez que estuve sana, sanísima, pude disfrutar de la libertad y la soledad de mi casa. Casi, porque el señor de la casa ahí sigue y seguirá. Pero él casi no se nota cuando está, no le tengo que buscar las pinturas, los pinceles y el color rojo que desaparece misteriosamente en el escritorio donde estaba.

Ahora puedo hacer ejercicio cuando se van o hasta meterme a la cama y volver a dormir. Sí, el lunes me levanté hasta las 10 de la mañana.

Ya puedo sentarme en mi lugar de trabajo y dar cursos, tomar juntas y trabajar sin esperar la interrupción. Pero la verdad sí se extrañan.

Por supuesto no todo es miel sobre hojuelas. Mi mañana ya es toda mía. Al menos para
organizarme como mejor me parezca y acomode, pero las tardes se han vuelto una locura.

Obviamente hubo muchos cambios en la rutina que ya tenía yo tan dominada.

Para empezar me formo durante una hora para poder recoger a los niños cuando salen y que sean de los primeros. ¿Por qué? Pues porque si no llego a formarme una hora antes, en lugar de salir de la escuela con ellos 2:35 me dan casi las 3 y si eso sucede, no llegamos a la natación y al fut de martes a viernes.

Ahora mis pobres hijos tienen que comer en el coche y yo tengo que comer a la 1 para poder llegar con ellos. Lo cual supone todo un reto porque es difícil planear comida que se pueda comer en el coche para salvar más o menos su integridad.

Nada de sopas o guisados, vivimos a base de tacos dorados o similares. Se me acaban las ideas.

¿Por qué comen en el coche? Porque salgo disparada al club para llegar a hacer tareas en 40 minutos, lo cual no siempre se logra; sobre todo si hay proyectos de algún tipo.

Pero me rehúso a sacarlos del deporte o moverles el horario porque eso implicaría que se durmieran más tarde y la levantada al otro día sería un suplicio más grande del que ya es.

Eso sí, mientras ellos están en clases de natación y fut llega el respiro número dos del día, donde puedo sentarme en el jardín a leer, platicar o escribir para ustedes como lo hago ahora.

Cuando terminan sus actividades, la corredera de regreso a casa si es qué aún falta tarea para que terminen y puedan cenar y acostarse 7:30 se pone buena.

A las 8 que caen dormidos fulminados y mi cuerpo ya no da para más. Me siento agotada. Y bueno, no siempre uno puede dormirse a esa hora porque siempre faltan cosas por hacer.

Y al otro día hay que empezar todo de nuevo. Con la promesa de que la mañana es para mí solita, eso ayuda a distraer mi mente de la nueva rutina que me agota cada día más y a la cual aún no me acostumbro.

Siempre vi cómo mi mamá corría de un lado a otro para llevarnos y traernos y pensaba que quizá se podría hacer diferente. Y así lo hice por algún tiempo pero hoy, en esta escuela y esta ciudad es la única forma que he encontrado.

Ni hablar. Algún día, como todo lo demás, pasará.

Gracias por leer
#LaPeorMamá