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#LaPeorMamá Las groserías.
Foto de Archivo

No le vayan a decir a mis papás, pero soy muy mal hablada. No sé por qué. En mi casa nunca mis padres dijeron groserías, NUNCA. Bueno mi mamá de unos años para acá es medio groserilla pero nada que ver. Supongo que conforme fui creciendo le agarré el gusto a hablar con palabrotas. ¡Es…. liberador! Dicen que las personas que hablan con groserías son más inteligentes. ¡Pues soy como Einstein!

Tengo una amiga muy querida que me dice Pepitín (por los chistes de Pepito). También decía que era como un cacharpo (o sea el que va cobrando en la micro). Quiero decirles que yo no sabía qué era hasta que me empezó a decir así. Demasiado fresa dice ella. Pero ya me ando yendo al monte, para variar.

Una de mis comadres, a la cual conocí en la universidad es igual de lepera que yo y nos decían que la primer palabra de nuestros hijos iba a ser “huevos” o “wey”.

Mis amigos me decían que cuando mis hijos entraran a la escuela me iban a hablar de la dirección.

  • Señora, me da pena, pero su hijo está diciendo malas palabras.

Y que yo tímida como soy contestaría:

  • ¡No pinches mames!

Perdón por el francés pero si no lo digo así no es tan chistoso.

Así: todo era “jijiji-jajaja”. Y un buen día #MiniSpeedy tendría dos años cuando mucho; cuando de pronto se le cae el vaso con agua y de su boca casta y pura se escucha, en el tono más dulce

  • ¡Chingados!

Me reí mucho, pero después de decirle que esa palabra no es una palabra de niños. Que no es correcto que la diga. Y la explicación funcionó por bastante tiempo. De vez en cuando escucho por ahí “No manches” y si bien no es lo más correcto, no armo tanto alboroto, solo levanto una ceja y digo su nombre muy seria, eso basta para que entienda que no debe decirlo.

Peeeeeero… esta semana llegó el recado temido en la agenda de la escuela:

  • “Señora #minispeedy mencionó una mala palabra. Ya platicamos con él, le pedimos apoyo en casa”.

Así como la vez que se madreó al compañero, cuando vio que leía el recado empezó a hacerse chiquito en la silla.

  • ¿Qué pasó guapo?
  • Nada mami
  • ¿Cómo nada? Aquí dice que dijiste una mala palabra. ¿Qué dijiste?

Silencio. Ojos dando vueltas, pensando.

  • No sé
  • ¿Cómo que no sé?
  • No me acuerdo

Claro, el chamaco finge demencia.

  • A ver. Piensa bien. ¿A quién le dijiste?
  • A nadie. Solo dije
  • Bueno, ¿pero qué dijiste?
  • No me acuerdo
  • Mi vida. No te voy a regañar, pero necesito saber qué dijiste. ¿Por qué lo dijiste?
  • Es que no sabía qué era una maldición. (Así les dicen acá en el norte a las malas palabras)
  • ¡Ajá! ¡Entonces sí sabes que dijiste!
  • No. No sé. No me acuerdo

Para qué les digo cuantas veces le pregunté. Y él, afirma que no se acuerda. No me quedó más que repetirle que no todas las palabras son para que las digan los niños y que si usa una palabra que no debe, hay consecuencias. Igual y conmigo no, ¿cómo castigarlo por algo que yo hago? Pero probablemente en la escuela sí.

Probablemente muchos me digan que deje de “maldecir” (en serio siento que soy bruja o chamán o algo) o sea que deje de decir groserías. Pero no puedo. Neta no puedo. Solo con mis papás me controlo; y ya no tanto, ya perdí la práctica.

¿Qué haré? Aún no lo sé. Porque probablemente #MiniPlausi no tarde en salir con alguna cosa similar. Pero ni modo, eso me saco por ser tan inteligente… jajaja.

Total, la profecía se cumplió con la diferencia de que a la maestra yo le contesté muy respetuosamente. Aunque en el fondo quería poner en la agenda, nada más para que se cumpliera completa:

“¡Ese es mi hijo, chigaos!”

Así mi vida a veces.

Ah sí, por cierto y por si se lo preguntan: el padre de los chamacos es igual de mal hablado que yo. Así que no hay salvación.

Gracias por leer