Se abrió una pequeña posibilidad de volver a tener un perrito y ahora leen a una madre que anda en friega tratando de entrenar una cachorra
Súper spoiler el título. Así que empiezo por el final. Por fin convencimos al señor de la casa de tener perro de nuevo, y pues ahora una hermosa perra raza sorpresa es parte de nuestra imperfecta familia.
No sé si ustedes recuerdan pero les cuento: en marzo del año pasado, nuestra perra Hannah, una cocker de 14 años, se enfermó muy feo y finalmente tomamos la decisión de dormirla.
Por supuesto que en el instante en que mis chamacos dejaron de llorar por su partida preguntaron: ¿cuándo vamos a tener otro perro?
La respuesta fue: Ahorita no, ni pronto.
Las razones eran varias. El duelo por un lado, porque hay que vivirlo. Por otro lado la flojera de entrenar un cachorro. Además los gastos que conlleva el tener una criatura más en casa, como alimento, veterinario y demás bisbirules.
Así fueron pasando las semanas y los meses. De pronto los niños decían que extrañaban a Hannah, lo cual no me sorprendía porque yo misma despertaba algunos días volteando a ver el rinconcito donde dormía y sentía cómo se apachurraba mi corazón.
Pero cada vez que alguien me preguntaba si tendríamos otro, muy convencida decía: No, al menos no pronto.
Pero más rápido cae un hablador de que un cojo.
Empezaron obviamente los niños.
– Mami, ¿en serio no podemos tener un perro?
– Por ahora no. Ya lo hemos platicado, no sé si en un tiempo pero ahora no es el tiempo.
Cada vez que veían un perro había un comentario, desde “qué lindo, qué bonito, mira su carita”, hasta “cómo me gustaría tener un perro”.
Y pues, ¿qué les digo? La zona en la que vivo está llena de perros. Hay muchos departamentos y por lo tanto muchas personas que salen a pasear a sus perros, así que veíamos al menos 10 perros al día.
Pero yo, firme. Hasta que empecé a flaquear y me descubrí pensando: qué lindo, qué bonito, mira su carita… cómo me gustaría tener un perro.
Sí, soy muy débil.
Un día nos sentamos a platicar en familia sobre la posibilidad de volver a tener perro y el señor de la casa dijo un rotundo no.
Los tres nos quedamos fríos. Pensamos que nos iban a decir que sí y nada.
Así que continuamos con nuestra tarea de solo ver y ver perros y seguir deseando tener uno.
Pasaron más semanas, más meses y un día se abrió una pequeña posibilidad, un comentario al aire algo así como: Pues busquen uno para adoptar y vemos.
Pobre señor de la casa. Más tardó en decirlo que yo en buscar lugares para adoptar; y así un día me topé con una foto de una cachorra rescatada cuya carita me robó el corazón.
La historia larga-corta fue que envié una solicitud para adoptarla en 24 de diciembre, y el regalo de Santa, el niño Dios o el destino fue que el 25 al abrir el ojo me encontré con el mensaje de la chava que tenía en hogar temporal a Rufina.
La fuimos a conocer, me derritió más a mí que a nadie y para el 1ro de enero estaba en nuestra casa a prueba.
Por supuesto que en los quince días que pasaron de prueba pasé por todos los sentimientos: emoción, felicidad, miedo por su tamaño, porque no sabemos qué tanto va a crecer y la posibilidad de que sea una perra grande está muy latente y de pronto hasta ganas de decir que mejor no.
Pero estoy convencida de que esta chiquilla llegó a nuestra familia por algo y que nos dará mucha felicidad.
De entrada hoy me da la felicidad de ver a mis hijos felices y cooperando con todo lo que tiene que ver con la perra. Excepto recoger cacas. Esa sí es mi tarea.
Gracias por leer a esta madre que anda en friega tratando de entrenar una cachorra.
#LaPeorMamá