El día de hoy les escribo con el corazón muy apachurrado. Y es que hace unos días murió mi perra. Después de 14 años de compañía perruna, Hannah descansó
El día de hoy les escribo con el corazón muy apachurrado. Y es que hace unos días murió mi perra. Después de 14 años de compañía perruna, Hannah descansó.
A quienes han tenido la dicha de contar con compañeros perrunos como ella, sabrán que la despedida es muy triste y acá no fue la excepción.
Por su edad (14 años) y raza (cocker) Hannah ya tenía muchos achaques. Que si la rodilla, que si la columna, que si un soplo en el corazón, que si infecciones interminables en la oreja; en fin, a cada rato nos visitaba el veterinario.
Los últimos 3 años tuvo una infección recurrente en la oreja que se volvió crónica, ya no había forma de que se le quitara, únicamente de controlarla y por ello se le hizo una calcificación que generaba también abscesos.
Había tenido episodios complicados pero siempre salía airosa del asunto. Hasta que ya no.
Todo empezó un sábado después del festejo del cumpleaños del señor de la casa. Hannah no se levantó en todo el día y no comió. Pensamos que había sido la cruda de la fiesta porque siempre se duerme hasta que la fiesta termina. Pero el domingo siguió igual.
Para el lunes que vino a verla su veterinario favorito, porque de verdad que aunque siempre que la viera la picaba, lo adoraba; estaba peor. Sin comer, con unas evacuaciones bien feas y el vómito peor. Y se sentía fatal, apenas y se movía y ni repeló cuando la inyectaron.
El martes en la noche, la encontré en el patio prácticamente sin poderse mover intentando tomar agua sin lograrlo. Ese día pensé que se me moría.
Para ese momento mis hijos ya habían preguntado si se iba a morir, para lo cual yo no tenía respuesta, aunque en el fondo de mi corazón sabía que se estaba acercando el momento.
Siempre ha habido perros en mi casa, bueno en casa de mis papás, y si hay algo que he aprendido a lo largo de los años es que un perro que no come, no toma agua y no va al baño está en las últimas. Y sobre todo, he aprendido que lo mejor que puedes hacer por ellos cuando empiezan a sufrir, es dejarlos ir.
El jueves hablé con el veterinario y le pregunté directamente si había llegado la hora de dormirla. A lo cual me respondió: Déjame hacer un último intento.
Ese intento consistió en ponerle suero y medicamento por ese medio. Cuando el suero terminó de entrar en su cuerpo vimos una ligera mejoría, se levantó sola y fue a tomar agua sin ayuda. Eso nos dió esperanza. Así que el viernes se repitió el tratamiento pensando que mejoraría.
El sábado seguía sin comer, y de nuevo casi no se movía y a pesar de que le pusieron suero de nuevo, ya no hubo gran cambio.
- Yo no puedo decirte que hacer. – Me dijo el veterinario. – Sus niveles muestran que hay falla renal. Podemos intentar hacer una diálisis con medicamento, quizá eso ayude. Pero no puedo asegurar nada.
- Si fuera tu perra ¿qué harías? – Le pregunté.
- Honestamente no estoy seguro de que seguiría intentando. Platica con tu esposo y tus hijos. No tomes la decisión sola.
Ese día comimos en casa de mis papás y mis ánimos andaban por los suelos. Platiqué con ellos y con el señor de la casa y finalmente tomamos la decisión de dormirla. Cosa que por supuesto no les dije en ese momento a mis hijos. No ví la necesidad de que sufrieran toda la tarde por ello.
Hablé con el veterinario y quedamos que lo haríamos en casa el domingo por la mañana que los niños no estarían.
Que noche tan larga pasé, no paraba de despertar y ver a mi Hannis echada a los pies de mi cama. Lloré y lloré. Me cuestioné hasta el cansancio pero sabía que el momento había llegado.
Por la mañana mi marido se despidió de ella y se dispuso a llevar al chamaco a su competencia de natación, la hermana se había quedado a dormir con los abuelos.
El procedimiento fue muy sencillo y muy rápido, estoy segura de que Hannah ya sabía lo que estaba pasando. Se acomodó en mis piernas y tranquilamente su corazón dejó de latir. Escribo esto y aún siento su calor en mis piernas y mis ojos se llenan de lágrimas.
Decirle a los niños no fue fácil.
A mí me tocó mi hija pues fui por ella a casa de los abuelos. Lloró mucho, dijo que iba a extrañar a su hermana.
A mi hijo le dijo su papá pues cuando llegaron a casa, lo primero que hizo fue buscarla para ver cómo seguía. Por supuesto que también lloró bastante.
Cuando me preguntaron a dónde la había llevado, les comenté que la iban a crear y me regresarían las cenizas.
- Hay que pensar dónde las vamos a poner.- Les dije.
- Yo creo que puede ser en el librero, esta cerca del lugar donde siempre se acostaba. – Dijo mi hija.
- Yo más bien estaba pensando enterrarlas en el jardín de la abuela.
- También podría ser. Junto a los demás perros que se han ido.
Los regresos a casa desde ese día han sido difíciles porque no hay quién nos mueva la cola al entrar. Las mañanas pesan porque no hay quien me siga cuando me levanto. Ahora ya no hay quién se coma la comida que se cae al piso. No puedo dejar de partir un jitomate sin pensar en ella.
Hemos recordado tantos momentos con ella. Desde el día que la conocimos y se fue a casa con nosotros después de un arranque de locura de unos recién casados con un mini departamento hasta las veces que se enojaba cuando mi hijo empezó a gatear y ella juraba que le estaba robando su territorio.
- Hay que guardar las camas y los platos para el siguiente. – Dijo mi hijo.
- No creo que haya siguiente en un buen rato corazón. No estoy preparada para educar un cachorro.
Y al ver las caritas de los niños. ¿Qué creen que prometió el papá?
- Si quieren les compro un pez.
Así que aparentemente tendremos un pez en cualquier momento.
Así la historia de la despedida de mi dama de compañía por los últimos 14 años.
Gracias por leer
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