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Juana de Ibarbourou

No, no escojo mis personajes, estos me escogen a mí. Es inútil pensar que tengo esta capacidad de creación sin que haya algo por detrás que lo dirija.

Hace relativamente poco me di cuenta que no soy la protagonista de mis cuentos como me gusta creer que lo soy, que quizá pueda ser solo un trasvase de algo más y desde luego que el ego lastimado me dejo un remiendo en mis silencios prolongados.

Sucedió en un sueño, en un estado alterado de conciencia donde los espacios se desdoblan, sabía que estaba soñando, pero mi cuerpo material estaba ahí.

Noche o día, no lo recuerdo, esa es la delgada pared entre ese lado del espejo y este. Se quedan apenas fragmentos de lo soñado y se van esfumando poco a poco hasta quedar apenas un par de imágenes que revolotean de vez en cuando, durante algunos días.

En el sueño, subí las escaleras del portón de una casa de época vestida de gala, tacones altos, vestido largo. Ahí fue cuando los vi a todos, a cada uno de ellos.

Cientos de personajes históricos imaginarios leyendas y palabras. Al entrar al gran salón se hizo el silencio, entonces cada uno me miro. Al principio sentí un escalofrío que recorrió cada centímetro de mi piel, hasta llegar a la nuca. Cerré los ojos los abrí y fue instantáneo salió de mi pecho una voz con un tono de rendición, “lo sé, yo no los busco y escribo sobre cada uno por suerte de algún mandato, los veo y me doy cuenta que son ustedes quienes me encuentran a mí y pareciera que llevan mi mano cuando escribo, dejándome jugar con mis emociones, plasmarlas en cientos de líneas que acompañan mis escritos”.

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Ese sueño es recurrente, pareciera que necesito recordarme una y otra vez, que esto es así, siempre lo ha sido.

Así que hoy faltando muchos días para enviar al periódico mi escrito aparece un rostro, una mujer que envolvió en forma de danza mi cabeza una seducción incontrolable por la belleza de su poesía, pero ¿quién es?

Antes de descubrir su nombre y acompañar su historia, me robo una de sus poesías para ponerla aquí y quizá el rostro detrás de la alquimia en cada una de sus letras, cobre un significado distinto cuando su presencia nos haya arrebatado el corazón.

Porque es áspera y fea,
Porque todas sus ramas son grises,
Yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:
Ciruelos redondos,
Limoneros rectos
Y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
Todos ellos se cubren de flores
En torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
Con sus gajos torcidos que nunca
De apretados capullos se visten…

Por eso,
Cada vez que yo paso a su lado,
Digo, procurando
Hacer dulce y alegre mi acento:
-Es la higuera el más bello
De los árboles en el huerto.

Si ella escucha,
Si comprende el idioma en que hablo,
¡Qué dulzura tan honda hará nido
¡En su alma sensible de árbol!

Y tal vez a la noche,
Cuando el viento abanique su copa,
Embriagada de gozo, le cuente:
-Hoy a mí me dijeron hermosa.

Juana de Ibarbourou llevaba un apellido que ni siquiera era el de ella, siempre fue reconocida por el de su marido del que sufrió a carretadas violencia desde que a los veinte años lo unió a su vida.

Para quien nació a fines de 1800 siendo mujer, la vida se presentaba con afanes distintos a los que hoy vivimos. En América latina los avatares europeos quedaban tan lejos que apenas se sentían. En este espacio surgió una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX.

Tejió un abordaje a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza con hilos guiados por sentimientos estéticos dirigidos por su mano.

Su infancia quedó grabada con toda la melancolía de quien vivió sus primeros años impregnándose de los azahares y de la sensualidad del mestizaje que se vive en Brasil, pues vio la luz por primera vez, en una pequeña villa ubicada a pocos kilómetros de la frontera de Uruguay con Brasil, muy cerca de la prolongación del Río Grande del Sur.
Recordando esos años con letras que parecen notas en un pentagrama, escribió:

“Fue mí paraíso al que no he querido volver nunca más para no perderlo, pues no hay cielo que se recupere ni edén que se repita. Va conmigo, confortándome en las horas negras, tan frecuentes. Allí volará mi alma cuando me toque dormir el sueño más largo y pacificado que Dios me conceda a mí, la eterna insomne.”

Quizá la experiencia de haber sufrido tanto dolor por no soltar el daño encarnado por dentro, le puso a la tinta de sus cientos de escritos y sus muchos libros, esa fuerza que engendra el desconsuelo y que brota cuando busca salida en forma de estrofas.

Ahí donde el acto de creación poética y la desnudez espiritual ocurría en soledad, calmaba sus tormentos interiores recurriendo a la morfina, encontrando el camino hacia Las Tres Marías en el sopor del golpe derivado del opiáceo. Para ella no solamente eran tres estrellas en el corazón de la constelación de Orión, estas que se vislumbran en el invierno, las que guiaron el paso de los hombres en el desierto egipcio, donde las pirámides de Giza están alineadas con ellas.

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En lo mas profundo, en el estado profundo de la intoxicación absoluta, viajaba para ocupar el sitio al que quería llegar para sentirse a salvo.

Juana de América, título enconado en el salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo en Uruguay. Quién lo dijera, también fue postulada para el Premio Nobel de Literatura en 1959. Una vida llena de premios y cientos de reconocimientos, no hubo poeta que no pisar su casa en Uruguay y que no quisiera conocerla. Recibió a Gabriela Mistral, a Juan Ramón Jiménez, a Alfonsina Storni, a Federico García Lorca y podría seguir, pero lista seria tan larga que seria demasiado.

y pese a esa fama, a esa forma de ser vista, al final de sus días esos ojos llenos de tristeza encontraron en las paredes donde vivía, una casa solitaria refundida entre la humedad y el desamparo hasta su muerte a los 87 años.

Me he quedado vacía, no encuentro cómo terminar mi escrito y de pronto en forma de susurro una voz suave me dice “déjalo así”. Ni hablar no soy ni dueña, ni protagonista, me duele decirlo, no soy la autora de ninguno de mis escritos, todos ellos lo son.

DZ