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Hoy comienzo conmigo

Encuentro en una carpeta un escrito que hice en 2014, lo reviso y analizo mi trayectoria desde entonces, mis aciertos y mis desaciertos, pero sobre todo la promesa inevitable de saber al menos que soy parte de algo mas grande que me contiene y que la marca del sonido de una escoba me impulso a hacer cambios profundos, a encontrar los cómos, empezando por cosas pequeñas.

Dic 1 de 2014 

Son las 4:00 AM. Afuera de mi ventana escucho el letargo de una escoba de varas que limpia la basura de mi calle, creando un sonido rítmico de lamento. No conozco el sexo ni el nombre de quien la impulsa y me siento avergonzada. ¿Cómo pretendo exigir un cambio en el país que habito si no le he ofrecido nunca una taza de café y un pan a aquel que deja mi acera limpia todos los días? Si al menos estuviera agradecida por su esfuerzo.

El sonido de las varas sobre la acera, parecen látigos que me impulsan a saltar de mi cama. No puedo esconderme en la modorra y en la comodidad de mis almohadas. Estoy decidida a empezar un cambio, uno profundo, pero no será posible si no comienzo haciéndome consciente de que tengo que cambiar yo.

HOY EMPIEZO CONMIGO:

“Los buenos gobiernos se hacen a base de buenos ciudadanos” decía Denisse Dresser en un artículo de CNN. Y yo disto de ser uno de ellos. No le he pedido autorización a Denisse ni a tantos otros que tienen algo que decir, pero he decidido robarme sus palabras, transformarlas y moldearlas, pues hoy me parecen lo suficientemente sensatas como para acompañar mi manera particular de sentir la vida y pretendo usarlas para generarme una estrategia en la transformación de mi forma de conducirme. Y sí me percibo dormida, aletargada como si viviera en un pantano donde la cotidianidad me envolviera en una rutina sofocante que es permanente.

Me invade la inquietud y la zozobra del país en el que vivo y del espacio que le dejo a los que siguen después de mí.

Hoy todo se limita a la posibilidad de decidir qué hacer con el tiempo que me ha sido dado, con la experiencia y las habilidades que he acumulado, porque me percibo como un ciudadano privilegiado, de esos que abre la llave del agua como si fuera algo normal. Uno que tuvo la oportunidad de comer bien, de tener un hogar, vestido y sustento,  uno  de los pocos que tuvo la coyuntura para poder estudiar y tener una educación. Es momento de regresarle a mi país algo de lo qué he recibido.

Hoy y me parece que desde que tengo memoria, el pesimismo cruza al país e infecta a quienes tenemos contacto con él. Vivimos obsesionado con la crítica, estrenamos el vocabulario del desencanto y de la “fracasomanía” ( esta palabra sobre todo esta, la acuño en mis neuronas agradeciéndole a Denisse Dresser, porque se la robe a ella).

Una palabra que impulsa los comentarios de las sobremesas, que se respira en las calles, se transpira generando una energía del hastío. Son tiempos nublados de muertos y heridos de poderes fácticos y de reformas que no los enfrentan. En el fondo no los confrontan del todo y con esta mirada constante, vamos volviéndonos expertos en el deporte nacional de la queja.

Las crónicas que escuchamos y leemos son de catástrofes, de corruptelas, un relato de personajes demasiado pequeños para el país que habitamos. ¡Claro que ha habido logros!, pero se perciben demasiado insignificantes ante el tamaño de los retos que el país enfrenta.  Con todo este panorama es imperativo que nosotros los ciudadanos empecemos con evaluarnos, con un sentido crítico, con más honestidad, sin el paternalismo y la opacidad a la que estamos acostumbrados, quitando la costumbre de lamentarnos a mansalva y lamernos las heridas.

Es momento de empezar a transformar profundamente y se comienza con uno mismo.  Vivir para presenciar es vivir a medias,  tejer un conjunto de treguas contra el pesimismo es antídoto contra la apatía, un recordatorio de un destino imaginado, aunque suene a utopía.  Así, como una lucha armada, hay que reponerse, negarse a participar en el colapso moral de nuestro país.

Es entender que existe un concepto de la otredad, que nos obliga a establecer un saber geo cultural, histórico, arqueológico, sociológico y etnológico sobre el otro, porque somos un país de muchos y muy distintos, que nos une el suelo donde vivimos y desde lo que nos une es en donde podemos comenzar a trabajar.

Es saber que hay quienes sí hacen por México y es sumarse a su esfuerzo, cada quien con sus talentos y sus posibilidades.

Solo así puede ser posible trabajar en el México, al cual tenemos derecho a aspirar. Es momento de dejar la pasividad complaciente y entrar en el mundo de la participación comprometida.

Para qué sirve el conocimiento y el talento si no se usa para hacer un país más justo. Para qué sirve la educación si no se ayuda a los demás a obtenerla. Para qué sirve ser habitante de un país si no se asume la responsabilidad compartida de asegurar vidas dignas.

¡Hay que encontrar las formas de movernos de lugar, basta de la apatía, de ser ciudadanos observantes! Se necesita un cambio empezando por uno, no hay manera de pedirle a otros nada,  si en mi discurso y en mi actuar no hay un tono de veracidad que lo respalde. Cómo voy a exigir si vivo en los márgenes   de la frase tan comúnmente usada “que tanto es tantito” y me paso estirando la liga de las normas y las reglas.

Es momento de sentir este país como nuestro, porque lo nuestro lo cuidamos, lo pulimos, lo sacudimos y acomodamos, solo así podemos vivir sin el lujo del descuido.

Nuevamente escucho la escoba, las varas generan el sonido que me ha despertado. Me levanto, pongo el café, saco el pedazo de pan dulce que en la noche deje listo. Salgo a la calle y ya no está. En la orilla de la calle quedan las marcas de la escoba en el polvo que genera la ciudad, no quedan restos de la basura depositada por algún oriundo, que desprecia la tierra que pisa por ignorancia.

Inclino la cabeza doy gracias al ser humano que comienza la jornada mientras yo duermo y me preparo para mañana salir más temprano a ver si lo alcanzo. Formo parte de esos mexicanos que pensamos que ya traté y eso es suficiente. Hoy ya no lo es, hay que intentar una y otra vez y no permitir que el desencanto de lo no logrado nos detenga. Siempre hay alguna manera, siempre el esfuerzo de lo hecho sirve para algo, aunque se piense que es poco.

Hoy estamos en agosto de 2020. La pandemia va azotando con mas fuerza el desanimo, los muertos, los fracasos de las instituciones y veo el paso de este tiempo de cuatro años arropados por encontrar los porqués, los paraqués y los cómos. He visto mis manos soñar que se puede y encontré un espacio para comenzar esta restauración que se necita para dejarles a los que siguen un mensaje de mostrar que fuimos la ultima generación que pudo hacer algo y lo hizo.

Le prometí a un río que lo limpiaría y con el he encontrado quien creyera en mi sueño y juntos hemos trabajado para impulsar esta posibilidad creando Colectivo 7. Llevamos 5 talleres buscando encontrarnos en las calles, limpiándolas, sacando los residuos del río Magdalena último río vivo que nos queda en la ciudad. Con creatividad hemos pintado murales, cantando con la orquesta de Cri-Cri, sumando voluntades, trabajando en conjunto hasta llegar a construir un consultorio terapéutico, porque en los cómos hay un tejido de un impulso regenerativo que habla de salud mental, de espiritualidad y conciencia regenerativa.

DZ Ciudadana por naturalización y orgullosamente Mexicana