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El arte de sentir

Amarte, tocarte, mirarte, abrazarte, escucharte; en cada vocablo existe la posibilidad de volver un arte esto de reaprender a conquistarnos de nuevo. Por donde se empieza a trazar el camino para salir después de este Covid, de este encierro.

En búsqueda de soñar, mientras mi celda de pandemia va cobrándose en días, rastree a tres mujeres que hace dos siglos gestaron cosas extraordinarias. Mi amiga Galy publicó en su muro de Facebook sus rostros con un par de frases y no pude evitar sentir lo que la piel recuerda.

¡Mañana me parecerá que ha sido un sueño! No me podré creer que mis ojos te han visto, que te he tocado, que he vuelto a hablar contigo.

¿Existe alguna cosa que no la acerque a mí y no me la recuerde? No puedo ni bajar la vista al suelo sin que sus rasgos se dibujen en las baldosas. En cada nube, en cada árbol, colmando el aire nocturno y refulgiendo de día a rachas en cada objeto, me veo continuamente cercado por su imagen.*

El arte de sentir - 2

Suspiro, en verdad que no se olvida lo que evocaban estas frases. Siendo apenas una adolescente, me perdía en las letras de la novela sintiendo en cada diálogo una explosión de emociones. Era vivir un amor destructivo, una fuerza comparable a la de la naturaleza. Odios generacionales, venganzas, rechazos una oscuridad que quedo grabada en mi mente como la dura tierra.

En verdad hoy no tengo que cerrar los ojos para trasladarme vestida de largo por los charcos de un páramo desolado en Haworth. Entrar en materia de viajar en el tiempo, se vuelve sencillo. A mi alrededor hay un espacio, sin árboles, sin flores la humedad me aprieta en la ropa cargada de lanas pesadas. Camino vereda abajo, me topo con las piedras llenas de moho que enmarcan el viejo cementerio. Ahí, pasando las fosas de los muertos, al final del camino donde termina pueblo, está una casa gris que se dibuja gastada, las lozas flojas del techo, las piedras viejas y cansadas. En ella surgieron los sueños más extraordinarios creando espacios y mundos que dejaron una huella inolvidable en la literatura.

Cruzo la puerta pequeña de madera de la entrada y antes de cruzar el umbral de la casa, doy una vuelta por el jardín abandonado, no hay símbolo que abrace más a la miseria, que del descuido en el entorno donde se vive. Quizá la tuberculosis y el hambre va arrastrando los días llenos de sufrimiento, de pronto se van quitando las ganas de cuidar nada, porque ya no hay una razón para hacerlo.

Los tonos lúgubres de esta Inglaterra industrial vienen a mi mente evocando sentimientos encontrados. Tantas veces he remachado en mi cotidiano decir, que fue justo esa época de la revolución industrial, que se desencadena esta crisis climática en la que estamos, esta pandemia acompañada del yugo por haber acabado con los ecosistemas del planeta.

Sin duda lo que se sabe sentir, se sabe vivir y más allá de una realidad dolorosa dentro de esta casa, vivieron tres hermanas valientes, brillantes y llenas de pasión y tormenta. Tocaron los opuestos entre una realidad de encierro sin pasión arrebatada y la libertad de soñar en su celda para dibujar amores, huracanados románticos, tormentosos de anhelo y de espera. De tal envergadura es la capacidad de la mente que nos hace sentir como si fuera verdad, aquello que con tanto deseo brota en forma de letras.

Deslizo la puerta pesada de madera, hay un olor peculiar a encierro con matices de ajo y cebolla que impregnan la casa pequeña. Los muebles elegantes enmarcan la sala, quizá fueron en algún momento nuevos, pero hoy están viejos y llenos de polvo.
Me siento mientras, en un sillón de tela deslavada y veo pasar la vida de aislamiento y desolación cargada del yugo de la pobreza que vivieron las hermanas Bronte. Apenas soy un observador, un fantasma que va deslizando los años desde que la casa vio crecer a los cinco niños y escucho en el cuarto de al lado el último aliento de una voz cansada que dice “Dios, mis pobres hijos.”

Veo salir del cuarto al párroco Patrick con los ojos hinchados. Viudo autoritario y enigmático, lo observo dedicar horas de estudio y dura disciplina con el único hijo varón que tenía. Duele ver tanto esmero mientras los años se vuelcan en despidos, en enamorarse de una mujer casada y volverse adicto al opio. Acompaño el dolor de todos enterrándolo con apenas de 21 años en el cementerio.

El arte de sentir - 3

Mientras estoy sentada observado veo como a la muerte de la madre las otras cuatro mujeres están desatendidas, las veo también libres para leer y enamorarse de la literatura. De pronto se las llevan al internado, donde conocerían el infierno, ahí donde el maltrato, el hambre y la intransigencia eran parte de la currícula cotidiana. Mary murió muy joven devorada también por la tuberculosis, un duro final para quien había sido la guardiana de sus hermanos al morir su madre. Veo la mirada de alivio de las chicas cuando Patrick fue por ellas y las llevo de regreso a casa. Ahí transcurrieron los días cultivando el arte de soñar y escribir sus anhelos.

Las veo sentadas en el escritorio junto a la ventana vaciando en tinta sus lagrimas y el palpitar de sus corazones. Qué duro publicar con nombres masculinos para poder vender su obra. Una época difícil para las mujeres constreñidas a un rol de casarse “bien” y al no pensar mucho. Una vez más estoy en el tiempo de la muerte de su hermano y me toca vivir como al poco tiempo también murió Emily. Un más de tuberculosis y esta con un ingrediente terrible, el de la anorexia. Duele ver como una a una murieron de lo mismo, esta enfermedad que tosía a pedazos los pulmones y que se instauró en los ladrillos de la vieja casa, cobrándose las vidas de unas de las mujeres más brillantes de su época.

En los libreros están las cuatro novelas de Charlotte, ella que fue la única que alcanzó por unos meses a sentir en la piel el arrebato del amor, pero murió embarazada de seis meses de tuberculosis también. Están las dos novelas de Anne quien murió a los pocos meses después de Emilie quien dejó tras de sí, su única novela, una de las joyas de la literatura inglesa.

Mujeres atrapadas en una casa, en la sociedad y en una época rígida y con un absurdo orden. Qué maravilla, que inspiración saber que fueron capaces de traspasar los límites de su horizonte, al menos en sus novelas, donde cobraban vida como mujeres libres, independientes, indómitas.

Regreso a mi tiempo, a mi encierro, estoy sentada en mi escritorio, no me quito la ropa de época, me veo a mí también entre estas paredes, buscando como soñar para construir algo distinto más allá de los muros en los que me encuentro. Es la esperanza y la ilusión las herramientas que necesito para saber que cuando salga de aquí podré usar el arte de poder relacionarme nuevamente como si en este tiempo en verdad hubiera cambiado las palabras de ver por contemplar, de oír por escuchar. Imagino mis brazos salir desbordados de emoción en los reencuentros con los otros y me escucho decir “Qué increíble poder abrazarte, mirarte, en verdad que duro ha sido extrañarte”.

DZ