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Egeria, primera peregrina escritora

Y como el camino por donde teníamos que ir era aquel valle de en medio que se extiende a lo largo […] donde se acomodaron los hijos de Israel mientras Moisés subía al Monte de Dios y bajaba, aquellos santos nos iban mostrando siempre cada uno de los lugares por todo el valle, como cuando vinimos”.

“Así pues, en nombre de Dios, pasado algún tiempo, como ya hacía tres años completos que había venido a Jerusalén, después de visitados todos los lugares santos a los cuales había venido para hacer oración, y con ánimo de regresar a la patria, quise también ir por voluntad de Dios a Mesopotamia de Siria a ver a los santos monjes. (Itin. Eger.17, 1) .

Fragmentos del Manuscrito del ITINERARIO de Egeria

Qué confusión de identidad te ayudó a esconderte en los rescoldos de la historia, con qué misterio se cubre la vida de una de las grandes viajeras de una época que está por detrás de un telón cubierto de siglos.

Aetheria, Echeria, Heteria, Eiheiriai, o incluso Fortin; en cuantos nombres se reviste tu hábito de monja recorriendo miles de kilómetros en los empolvados caminos de un imperio que se desmoronaba a gajos. Quedó plasmada tu altiva curiosidad en letras que hoy develan tus viajes por las provincias romanas de aquella época. Con puño y letra de tu autoría quedó plasmado en tinta lo que viviste en tu periplo entre los años 381-384.

Veo en los mapas La Cursus Publicus, esa red de ochenta mil kilómetros usados por las legiones, viajeros y comerciantes para ir de un lugar a otro.

Mi imaginación contaminada por las imágenes de las películas de Hollywood, intenta sacudirse las escenografías implantadas, pero por más que trato, me quedo pegada a ellas porque forman parte de los pequeños clústers de mis neuronas, donde archivo las imágenes y su significado.

Así que ceso semejante cruzada y mejor abrazo la geografía de espacios inmensos donde la civilización no existía. Recibo en la pupila el colorido y las texturas de las mansi, donde dormías, esas casas de postas o acogida. Cierro los ojos y siento las frías piedras de los monasterios que te acogieron, fundados en los lugares más recónditos del imperio.

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En las páginas de tus viajes hablas que tenías algún salvoconducto oficial, que te permitió recurrir a la protección militar en territorios inhóspitos llenos de peligros inimaginables. ¿Te habrá realmente protegido tu hábito? o recurriste al arte del camuflaje como tantas mujeres en la historia para llegar a salvo a tu destino. Como haya sido, lograste durante tres años, recoger tus impresiones en tu libro Itineratum as Loca Sanct. Hoy faltan fragmentos que se perdieron, pero aún así podemos darnos una idea de los lugares hasta dónde llegaste.

He tenido que ver un en un mapa actualizado para ver la ruta que seguiste, pues los linderos de las fronteras eran otros y muchos nombres han cambiado. Coloco mi dedo comenzando en Galicia y en lo que hoy es Francia siguiendo por el norte de Italia. Lo llevo a cruzar el mar Adriático. Imagino un barco con remos igual a un mosaico romano que vi en el Museo Metropolitano hace años y te veo desembarcando en Constantinopla, mareada sucia y mal comida.

Acaso era tu fervor religioso tan grande que no importaba los infortunios que pasaras, seria la pasión por caminar los lugares santos la que te impulso a llegar hasta esos lares. Quiero creer que escucho el corazón lleno de fervor religioso saliéndose de tu pecho al llegar a Jerusalén. Será solo mi imaginación que quiere saber lo que sentías mas allá de encontrar fechas y lugares.

¿Habrás besado la tierra al llegar? Quiero tocar tus lagrimas y poder verlas bajo el microscopio para develar la consistencia que tenia tu Fe en formas geométricas. ¿Te habrás quedado sin aliento al llegar a Jericó y Nazaret donde nació aquel que te habitaba desde que te hiciste monja? O quizá también tuviste tus noches de duda y por ello te aferraste al camino buscando certezas.

Quisiera saber si en Cafarnaúm recibiste la brisa como si fuera la caricia de la mano de aquel que veías como tu señor, tu dueño, tu maestro. Cuántas dudas, cuántas preguntas que se abarrotan mientras indago lo poco que hay sobre ti. Pareciera que tus pasos los delineaban los caminos por donde Jesús había pasado y te fuiste a Egipto, donde la Virgen y San José se fueron a esconder para salvar al niño. Continuaste quizá ya dejando el peregrinar místico, impulsada con la adicción que generan los viajes, la curiosidad y la sed de contemplar parajes nuevos y así te internaste en Alejandría y Tebas. Imagino tu alma llena de asombro en Antioquia, Edesa y Mesopotamia. ¿Será que te mojaste el rostro en las orillas del rio Éufrates? ¿Caminaste descalza sintiendo la tierra bajo tus pies para sentirla y hacerla tuya?

Soy obsesiva, tengo esa necesidad de meterme hasta en los huesos de aquellos que otros me regalan con sus hallazgos, con sus biografías, o aquellos que escribieron sobre sí mismos y la pasión me lleva a conectarme como si pudiera tocarlos y habitar el espacio en el que vivieron. Me pasa contigo que encuentro encrucijadas donde busco respuestas, no termino por afianzarte, te vas volviendo apenas una idea y no logro sentirte encarnada. ¿Cómo habrá sido la expresión de tu rostro al llegar a Siria?

Me produces envidia de esa que castiga, la belleza de ver por primera vez una ciudad esplendorosa, un paraje lleno de pinos o un desierto candente y sentir que la belleza nos roba el aliento como parte de la grandeza que hay por sentirme viva. Para aquellos que vivimos en la era de la tecnología el pensamiento preconcebido sobre las cosas es una limitante para el asombro, y sin embargo sé que no hay cosa más excitante que el encuentro con algo nuevo.

En mí, se genera esta sensación de que se detiene el tiempo, un espacio donde no pienso nada, no creo nada y solo me dejo estar, percibiendo con cada sentido hasta llenarme por dentro del efecto que aturde al estar frente a la perfección de la creación hecha paisaje o anclada en la piedra.

De tu muerte no se sabe ni dónde ni cuándo, desapareciste del escenario sin dejar rastro como quien aparece de pronto solo para dejar testimonio y después se desvanece en los anales de la historia.

Estuviste escondida por siglos en la Biblioteca Della Confraternita dei Laici, entre un códice y un pergamino de 37 folios del siglo XI sin autoría declarada, cosa que causo confusión a Gian Francessco Gamurrimi quien descubrió los pergaminos y pensó que eras Silvia de Aquitania, quien también había hecho una peregrinación similar a la relatada entre sus letras.

Dejaré un solo nombre para tu existencia y te llamaré Egeria como lo hizo Marrius Ferotin y lo uso para publicar un estudio en la Revista de Cuestiones Históricas. Hasta 1884 solo había una referencia de tu paso por la tierra en una carta en el Bierzo escrita por San Valerio y en ese mismo año se descubrió los rollos en letra Beneventana del siglo IX.

Me quedo con las ganas de encarnarme en tu tiempo, de viajar a tu lado, me queda incompleto lo que encuentro. No logro vestirme, llenar el escenario y me quedo rellenando los espacios con mi propia interpretación. Como me hubiera gustado conocerte mas Egeria, ahí donde estás recibe mi misiva, llena de cuestionamientos que quizá en sueños me develes.

DZ

Gracias Montse por ponerme a viajar en los espacios de la historia, mientras el mundo se debate con el encierro forzado que solo algunos pueden hacer, una pandemia que nos hace vivir un fragmento del aquí y el ahora tan distinto a lo imaginado.

Egeria, primera peregrina escritora - 1-3