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Utopía
Utopía. Foto: Disney Turist

Por utopía se entienden dos cosas: un proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización, o la representación imaginativa de una sociedad futura de características perfectas donde el ser humano podría vivir “feliz para siempre”.

Al ser esto imposible, entonces usamos herramientas que nos permiten vivir un poco más cómodos, menos heridos.

Georges Braque decía que “el arte, es una herida hecha luz”. Para quienes encontramos en la expresión una forma de hilvanar lo que duele, ya sea con el pincel, la pluma o el cuerpo, encontramos en ellos un instrumento para suturar las heridas de la vida, e intentamos convertirlas en luz, para que no nos destruyan.

Así vamos encontrando espacios para escapar de la realidad, crear dimensiones mágicas donde a uno se le antoje exagerarla y pintarle a brochazos nuevos colores. Buscando que quizá entonces el tránsito por la vida, no resulte tan aburrido o tan doloroso, cayendo en el riesgo de quedarnos atrapados en él.

Entonces sucede que uno desarrolla un recurso que permite escapar de ahí y es entonces que echamos mano de la creatividad y del talento y este nos impulsa. Pero hay un riesgo, si esto no se autorregula, se puede caer en el peligro de la disociación que toca la separación del ambiente circundante, donde se pueden experimentar distanciamientos graves de la experiencia física y termina uno recluido en algún sanatorio mientras encuentran como desatarnos de ahí.

Yo soy de esas que viaja mientras escribe o se queda viendo a lo lejos imaginando y creando realidades paralelas donde me divierto colocando personajes a mi voluntad. Para mí la ilusión y la capacidad de soñar generan la posibilidad de disfrutar mucho más de la vida. Volverme hada o guerrero y regresar nuevamente a enfrentar lo que toca.

Es por eso que las maquetas o los espacios creados por la imaginación me vuelven loca. Crecí con la magia de Don Quijote, de los cuentos de los hermanos Grimm, con los cuentos de las mil y una noche, donde mi mente se regocijaba volando en las alfombras mágicas, mientras el mundo a mi lado era convulso y profundamente doloroso.

Me volví amante de la mitología, me revestí de los héroes de la antigüedad y los fui mezclando con los nuevos, con esos que me iba encontrando hasta que comenzaron a brotar los míos. Dar a luz personajes es sin duda una válvula de escape, cuando la cosa se pone difícil.

No he sido recluida nunca en ningún sanatorio todavía y no he pasado al lado de la locura perdiéndome ahí del todo, he aprendido a coquetear con ella y siempre regreso. Aunque debo confesar que de chica me fabricaba un entorno para escabullirme y sentirme segura, donde las pesadillas se diluían en un anestésico sin absolutamente nada de dolor entre bosques encantados y unicornios de color dorado.

Walt Disney me ayudó sin duda, me reorganizó los finales de los cuentos y apareció el “y vivieron felices para siempre” como una idea que revoloteo anidando en lo más profundo; permitiendo que mi mente descansara dando un gran suspiro.

Pese a su reconfiguración de los cuentos y de la necesidad de que no fueran tan amenazantes, me sigue costando muchísimo acomodar a la sirenita con el príncipe al final de la historia, ya que en mi infancia la había dejado convertida en espuma de mar.

También es cierto que para mantener un punto de equilibrio en eso de estar cuerda y ser funcional, hay que hacer reflexiones donde uno pone atención especial; es un no permitirse volverse Peter Pan por demasiado tiempo.

Así aparece una disertación interna donde voy preguntando porque la necesidad de la idealización que hago sobre espacios o personas. Por qué los colocó como imágenes que idolatro. Se que eso me genera serotonina y dopamina, me vuelvo adicta tan solo a observar imágenes poetizadas impulsadas por mi necesidad de huir del dolor.

Pero la realidad es que aunque quiera escapar esto, lo logro apenas. Que esos momentos son apenas un fragmento de la vida misma, que falta la película completa ahí donde los personajes no solo son genialidad, bondad, belleza y creatividad.

Cuando leí que esto se gesta cognitivamente con nuestros padres a los que de niños los vemos como modelos perfectos de lo que aspiramos ser.
Esta idea utópica de los padres, interviene necesaria y positivamente en la constitución de las instancias psíquicas de los seres humanos. Así, los hijos necesitamos ensalzar a nuestros padres para crecer tranquilos. Somos tan pequeños e indefensos al nacer, hay tantos ogros y brujas en el camino, que será conveniente contar con aliados que puedan vencerlos.

Pero al crecer nos damos cuenta de lo fragmentados estaban, de lo rotos y lo dolidas que fueron sus vidas y entonces la figuración, se desintegra y se vuelve más real. Visto así, me hace sentido y entiendo la dificultad que empieza cuando comienza la desmantelación del icono, esto nos desajusta y nos entristece. La exaltación que creamos, coloca las imágenes que veneramos, en el suelo.

Cuando realizamos que los hombres estamos llenos de blancos y oscuros, no sabemos cómo hacerle frente a ello, el castillo resulta un lugar atemorizante y los príncipes azules se vuelven hemofílicos, tiranos y dolorosamente más reales.

Entonces lo que era colosal, ahora se ensombrece. Cuando uno no quiere saber nada de las carencias del otro o de uno mismo, se evita enfrentar la angustia que pudieran provocar, vinculandolo de pronto con la negación.

A medida que uno va creciendo, debería uno sentirse más capaz de enfrentar las cosas por sí mismo, ya no haría falta idealizar a los padres, construir realidades paralelas y el principio de realidad irá poniendo a cada cual en su sitio, con sus virtudes y limitaciones. Pero esto no es siempre así.

Para quienes fuimos abrazados por el mundo de Disney en mayor o menor medida, se genera un darnos cuenta que estuvimos hipnotizados, adiestrados y aprendimos a elevar a los altares a un ser humano con fanfarrias, monumentos e idolatría que genera en cientos de millones de seres humanos un escape. Así el nombre de Walter Elias Disney se convirtió en este ser extraordinario sin manchas en su traje.

¿Qué pasaría si de pronto esos lugares fantasticos o el genio, ese grandioso ser humano pudiera ser hilvanado también con sus partes oscuras, esas que son fuente de lo que también somos, donde se anida, la envidia, la avaricia, la lujuria, el egoísmo entre otras cosas?

Con estas preguntas me dí a la tarea de revisar qué había hecho en mi crecer así, de pronto me sentí secuestrada y comencé a tejer una restauración interna sin demonizar, sin culpar.

Tome al personaje, lo contextualice en su tiempo, con su historia, y entonces me encontré con un ser más humano. Aparecieron sus carencias y sus demonios y me di cuenta cuánto me cuesta a mí contemplar los defectos de otros. Entonces bingo, aparece la pregunta ¿no será que te cuesta aceptarlos en ti?

Anudado a la adicción a la dopamina, la dificultad se anuda a las ganancias de una empresa creada por este hombre que recibe un promedio de 20 millones de visitantes en sus parques, sus películas y la compra de cientos de millones de productos, generando unos 70 mil billones de dólares con todo y COVID. Entonces entiendo porque los arroces negros de la historia se guardan y se entinerran. No nos gusta ensombrecer a nuestros tótems y me doy cuenta del poder que hay por detrás de todo esto.

Pero es bueno aterrizar, no quedarnos solo con el estado alterado de conciencia que genera el elevar nuestros mitos a los altares y es justo en ese ejercicio que aparecen cosas de la vida de Walt Disney, que me ayudan a mirarlo distinto. No desaparece la admiración a su genialidad, pero de pronto lo veo mucho más humano.

Después de la II guerra mundial, siguió apoyando al gobierno americano, esta vez para luchar contra el comunismo. Para ello, la empresa filtró toda la información sobre sus trabajadores, generando una especie de “caza de brujas” político. Esa información se entregaba directamente al Comité de Actividades Antiamericanas, creada para luchar contra el comunismo procedente de la Unión Soviética. Así mi deidad comienza a caerse del peldaño.

Cientos de historias alejando a los ciudadanos de lo duro de lo cotidiano, deja en el olvido que no podría haber logrado todo esto solo. Para semejante empresa, era necesaria la cooperación de muchas manos para sacar adelante un proyecto de tales dimensiones. Cientos de caricaturistas trabajaban de sol a sol para hacer los grandes clásicos que conocemos ahora. El problema reside en que Disney destacaba por tratar no demasiado bien a sus empleados.

El éxito cosechado por el lanzamiento de Blancanieves supuso un gran auge económico para la empresa que vio multiplicado por ocho la inversión que habían realizado previamente. Todos los empleados anhelaban los buenos tiempos, el reconocimiento por su esfuerzo pero nunca llegaron. No les aumentó el salario prometido, a pesar de que la recaudación de Blancanieves daba para hacerlo de manera solventada.

El día de la inauguración de la historia de la princesa de pelo negro y rojos labios, no aparecia en los creditos finales muchos de los que participaron en su desarrollo por orden expresa de Walt Disney.
Esto llevó a que en 1941, los trabajadores se agruparan en torno al Screen Cartoonist Guild, sindicato perseguido por Disney y se sumaron para luchar por los derechos de los trabajadores. Así los guionistas decidieron ir a la huelga.

Por miedo a perder todo lo logrado hasta entonces, decidió reunirse con los responsables sindicales para llegar a un acuerdo. A regañadientes aumentó el salario de sus empleados, aunque se dice que varios de ellos fueron despedidos.

Corrían rumores en aquellos tiempos de que Walt Disney guardaba cierta empatía con los regímenes fascistas de comienzos del siglo XX. Por ello, encargó la producción de “Education for Death”, “Der Fuehrer`s Face” y “Victory Through Air” para limpiar su nombre y convencer a la sociedad de que era necesario entrar en la guerra contra los “malos”, estados fascistas.

Entonces comenzó la manipulación deliberada por el FBI para mejorar la imagen de sus agentes frente al público en el discurso, en los guiones y en la pantalla.

Hoy el mundo tiene una clara referencia sobre la filosofía de los Estados Unidos; presiden una especie de Banco Mundial de los estilos y los símbolos, un Fondo Cultural Internacional de imágenes, sonidos y celebridades que incluyen el mundo de Disney, así van permeando maneras de abrazar al mundo, brotando con la creación de un Mickey mouse con señora, que impulsa en el sueño americano; una gran maquinaria que también tiene un lado oscuro.

La lingua franca universal, es raíz de la cultura popular de los Estados Unidos, lo más cercano a una zona cultural federada distribuyendo sueños compartidos de libertad, riqueza, comodidad, inocencia y poder.

Aunque la reflexión me lleve a cuestionar, sé que soy adicta a estos símbolos y a su experiencia. Hoy veo la forma en que esta herencia sobrepasa el alcance de los romanos, la Iglesia Católica y el islamismo, pues no tiene ejército, ni dios. Una seducción de manos de las multinacionales, donde se producen los escenarios y los símbolos de una curiosa especie de sensibilidad mundial, creando una subcultura global.

En la pantalla o en el parque temático, se respira un sentimiento acogedor, una sensación agradable y se percibe un mundo familiar. Aunque uno sabe que esto no es real, que por detrás de los escenarios no hay nada, relazando lo profundamente hueca y trivialmente limpia que es esta pequeña utopía circunscrita. Un lugar sin mugre, sin conflicto, donde las largas filas atraviesan solo el desafío del cansancio. Este es el sello de distinción de su capacidad comercial.

Me quedo con la reflexión y con la posibilidad de saber que mi mapa del mundo se achica y se agranda respirando cuando me cuestiono, cuando me pregunto y tengo cierta idea de lo que genera en mí.

Sin duda seguiré viajando en mi mente, creando escenarios utópicos porque me sirven, mientras pueda encontrarme con personajes reales y otros no, amoldandonos a mi capricho, dibujando espacios hermosos llenos de Baobabs gigantes, aunque nunca haya visto uno en mi vida. Buscaré bosques hermosos para encontrarme con elfos y duendes y seguiré buscando cómo no perderme en ellos o con ellos.

Y si se preguntan si me volveré una voz descalificadora de Disney, diré que no.

Desde luego volveré y no me perderé a mirar la cara de asombro de mis nietos, de sorprenderme yo misma del ingenio humano. Pero no dejaré de buscar cómo autoregularme evitando desbocarme del todo, reflexionaré sin volverme un autómata más, y no me permitiré olvidar que por detrás del disfraz de Mickey hay un ser humano que está cansado por estar durante horas al rayo del sol, que al quitarse la botarga regresará a su casa, quitando la sonrisa obligada mirando el sueldo que apenas alcanzará para enfrentar los retos que le impone su realidad.

Qué en las noches los camiones de residuos llevaran toneladas de basura a algún destino donde no se vea. En un mundo utópico no se producen cosas desagradables.

No sé cómo harán para disfrazar el sobre peso de miles de seres que les cuesta desplazarse, eso es difícil de que pase desapercibido y genera sin duda un cuestionamiento de lo que realmente está pasando ahí.

Por DZ

Claudia Gómez

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