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Tonto artificial
Tonto artificial. Foto: Pixabay.

Hay figuras en la historia de la humanidad que acompañan sus párrafos vestidos de tontos. Personajes que nos muestran a través de un velo, una narración impertinente de los hechos. Estos me generan una curiosidad extraña y me da la impresión que son el hilo que teje la hipocresía, el mundo de lo sórdido, las pasiones más bajas, los pecados y los transparentan a través de risotadas para que sean tolerables.

Cuando aparecen los locos, los bufones, los payasos y los mimos, los veo a todos formando una gran familia, unos hermanos, otros primos, y aparece en mí una parte curiosa que siempre pregunta y cuestiona dándome mucho que hacer, así comienza la tarea de una búsqueda que aplaque mi sed.

Estos personajes revestidos de disfraces se transforman en una plasticidad que englobaba tanto al bobo, al demente (el que tiene la mente cautiva), al tullido, al necio y al afectado de alguna deformidad física, particularmente el jorobado, calificados todos ellos en la cultura occidental como “desvíos de la naturaleza”.

El payaso es primo hermano de los otros, entra en la misma categoría pero de distinta manera pues este se burla de sí mismo, el mimo se enfoca en la expresión corporal y la imitación de la realidad a través de gestos faciales y corporales.

De todos, es el bufón el que más me atrae, un marginado social, que encuentra a través de su inteligencia ácida, como abrazar la dureza y la crueldad con humor. Mofándose, bromeando, traspasando la fina línea de lo que no se puede expresar de otro modo porque está castigado, prohibido o es incómodo. Es sin duda un conocedor profundo de la política, de las costumbres y de la condición humana.

Es por eso que me atrae tanto, pues con su astucia logra que su público se muera de risa, mientras acaricia la porosidad de una realidad dolorosamente avasallante. Con esta confusión entre loco y demente tiene permiso de burlarse, criticar, cuestionar, e incluso restregar las miserias humanas al público que lo observa mientras las carcajadas llenan los espacios, permitiéndoles una familiaridad sin consideración por la diferencia, y es que si se piensa que tienen una “discapacidad intelectual”, pues se les tolera, ya que no pueden evitar decir lo que piensan.
En el mundo cristiano la sabiduría de los hombres sensatos era considerada a menudo corta, mientras se consideraba que los locos podían observar más allá. En muchas fiestas que se fueron suspendiendo con el tiempo, después de haber sido absorbidas por el cristianismo, como las saturnales y las bacanales, celebrando el final de los trabajos del campo, la llegada del invierno y el descanso hasta la primavera, aparecían estos personajes entre las multitudes como entretenimiento.

Los ciudadanos se dejaban llevar por el ambiente festivo y la relajación de las normas sociales, se celebraban banquetes públicos, orgías privadas y se entregaban a la fiesta. En estos espacios la figura del chiflado actuaba para preparar en la conciencia colectiva el triunfo del loco sobre el sensato, una auténtica inversión de los valores.

En su evolución aparecieron las fiestas de locos, celebrada en el entorno del primer día del año (Kalendas Ianuarii), en la fiesta de la Circuncisión de Cristo, aunque también podía celebrarse el seis o el trece de enero. A los tontos en su exaltación, se le vestía con unos faldones rojos recortados en punta, y se le tocaba con una capucha amarilla con dos largas orejas, (parodia de la mitra episcopal).

Existían los que portaban gorros con campanas en cresta de gallo y tres puntos flojos, (contrafigura de la corona real), adornados con cascabeles o campanillas tintineando con sus movimientos bruscos. En la mano, un cetro burlesco, ataviado de la parodia del báculo obispal, del cetro real y de las varas de autoridad civil. A este se la llamaba la maza o marotte, un largo bastón derivado de la calva del loco y del salvaje, ahora culminado por una cabecilla humana a su vez encapuchada, como una especie de alter ego, imagen especular de la locura que no hace más que multiplicarse a sí misma.

Ropa de colores brillantes y sombreros hechos de tela, una risa sardónica dándole al personaje una presencia entre extraña y simpática, que le permitía decir lo que “quisiera” aunque a muchos se les castigaba o se les expulsaba, cuando las fibras de algo demasiado incómodo se tocaban en exceso.

Pero algo comenzó a molestar a las autoridades eclesiásticas y las fiestas fueron castigadas. En 1199 el obispo de París, Odón (Eudes) de Sully con una condena implacable dijo: “Sabemos que en la fiesta de la Circuncisión del Señor, es habitual cometer vulgaridades y acciones deshonestas, que embrutecen el templo con la obscenidad de las palabras, y hasta se llega al derramamiento de sangre”.(1) Esta condena fue permeando hasta la supresión oficial de la fiesta en 1435. Pero el personaje del loco, del bufón, logró escabullirse transformándose ahora en un ser, que formaba parte del entretenimiento en las cortes.

La fiesta de la Circuncisión del Señor, se transformó en el día de los Inocentes, donde los mozos de los pueblos aún hoy, salen con las caras pintadas de colores,(normalmente medio azul y medio amarilla o roja), y tienen libertad para hacer lo que quieran. Queda claro que la prohibición de las cosas, va encontrando un campo de cultivo para manifestarse.

De pronto el personaje se mezcla con aquellos que tienen enfermedades físicas, aunque pueden ser fingidas, jorobados o enanos, con cuya sola presencia, el motivo de jocosidad aflora. En esta modernidad, donde se ha avanzado en materia de derechos humanos, he visto en películas, videos, gente pequeña que es usada portando grandes sombreros para pasar la botana en las fiestas, seres humanos humillados trabajando de esta manera para sobrevivir, convertidos en payasos para la animación de otros, degradando su condición humana. Pareciera que esta parte oscura de nuestra naturaleza no desaparece.

En Grecia como en Roma, en Asia, en Mesoamérica y en todos los continentes, era difundida la práctica de deformar voluntariamente la espalda de algunos niños, para convertirlos en jorobados, pues se les asociaba con lo sobrenatural, por ser considerados propiciadores de la comunicación entre mundos distintos. Se les atribuían poderes mágicos y su presencia al lado del soberano era valorada como protección, por ejemplo, en contra el mal de ojo. La cercanía de enanos y jorobados con la élite era tan íntima que, en algunos casos, estos últimos eran enterrados en las tumbas familiares.

Será que poco a poco, la unión de muchos de estos factores fue generando un sincretismo de eventos que fueron dando forma al bufón, transformándolo en algo más sofisticado, traspasando el mundo del entretenimiento. Hoy ya casi sin disfraz, se han ido convirtiendo en un estilo de comedia, en el que un artista se presenta solo en el escenario, generalmente con un micrófono, y comparte anécdotas, chistes y observaciones humorísticas de la vida cotidiana. Este formato se caracteriza por su inmediatez y la interacción directa con el público.

Los representantes de stand-up suelen ser llamados “comediantes” o “standoperos” en algunos países de habla hispana, en referencia a su práctica del stand-up comedy, aparecen mezclados con los payasos y los mimos, todos miembros de la misma familia.

Los bufones que son los que me interesan hoy, tienen habilidades especiales, ser muy torpes o sumamente ágiles y extremadamente graciosos, pues es la base de su trabajo. Bromas, chistes, imitaciones; su función es el entretenimiento y la diversión. En las cortes junto a los malabaristas, músicos, representantes del teatro, fueron actores de la diversión de los poderosos. De pronto, muchas veces resultaba que se convertían en consejeros y críticos.

Este personaje se popularizó en la Antigua China, el Antiguo Egipto, el Imperio Mogol de la India, en el Imperio Romano, África, América precolombina, incluso en Australia en distintas épocas. Pero donde tienen más visibilidad para los que vivimos en el continente americano, es en el medioevo y el Renacimiento europeo, pues la conquista parece que se quedó atrás y el fin de estos personajes se va desvaneciendo con ella.

En Europa existieron los del folklore (trickster y tontos sabios) que no la pasaban tan bien, recibiendo sólo algunas monedas en su paso por los pueblos, pero estaban los reales. Éstos son los que han cautivado mi atención, porque encontré uno, de esos que se volvieron legendarios.

Se llamaba William Wommers, y su relevancia está anclada en la influencia que tuvo en uno de los reyes más controversiales del medioevo, Enrique VIII. Era un gran estratega político, y se aprovechó de sus actuaciones cómicas para influir en las decisiones del rey. Tenía fama de ser discreto e íntegro, y poseer un ingenio sin igual.

Se decía que había nacido en Shropshire y llamó la atención de Richard Fermor, un comerciante de Staple en Calais, quien lo llevó a Greenwich en 1525 para presentárselo al rey. ¿Cómo llega a ese momento? Se sabe muy poco de esta etapa de su vida, pero aparece con certeza cuando se le menciona por primera vez en las cuentas reales el 28 de junio de 1535. Enrique padecía una dolorosa afección en una pierna, y se rumoraba en los pasillos que sólo él podía levantarle el ánimo.

En ocasiones traspasó los límites. En 1535, el rey amenazó con matarlo con sus propias manos, después de haber sido desafiado a llamar a la reina Ana “obscena” y a la princesa Isabel “bastarda”.

Vivió en palacio como sucedía frecuentemente a los bufones, mantenidos en las cortes y en las casas de las familias aristocráticas. En el caso de él, incluso hasta después que el rey murió, retirándose en el reinado de Isabel I.

En un cuadro de alrededor de 1544-1545 pintado por un artista desconocido, aparece una figura que se cree que es Sommers junto a Enrique VIII y su familia en el Palacio de Whitehall. También aparece con el rey en el Salterio, y que ahora se encuentra en la Biblioteca Británica (MS Royal 2. A. XVI). Una imagen previamente desconocida en la que aparece Sommers fue descubierta en 2008 en Boughton House, Northamptonshire.

Hoy en día, en las ferias renacentistas, los artistas a veces actúan como ‘Will’ recordando su fuerte presencia en la corte.

Unas cuantas líneas da poco para escudriñar sobre este personaje, pero en mi mundo interior me ha dado la posibilidad de acercarme de una manera menos cruda a ese yo interior que roza lo que llamamos “oscuridad”. Para mi, entendida como la falta de luz, donde habitan nuestros monstruos, nuestras pasiones prohibidas.

El poder usar al personaje del bufón para entrar ahí, es una posibilidad de que uno pueda verse tal cual es, con cada sombra, con cada luz. Quizá ahí hay una sabiduría en él, esa que llevamos por dentro que permite guiarnos con más suavidad. Es nuestro loco que tantas veces avisa, que da la alerta, que denuncia el escándalo, que interpreta signos enigmáticos, que dice las verdades sin tapujos.

Él es el único que como al rey puede decírselo todo, inmunizado por el aura mágica de su locura, puesto que sabe librar al soberano de las preocupaciones y ansiedades propias del ejercicio del poder, en una clara función terapéutica. Sí, propongo que todos encontremos a nuestro bufón y le demos forma, dialoguemos con él y quizá comencemos a movernos hacia un lugar más amoroso.

Es el equilibrio entre la cordura y la locura donde aparece la sabiduría, entre la experiencia de los errores y las situaciones dolorosas, quizá el bufón es el que permite que todo eso se convierta en eventos que nos transformen, y necesitemos de su astucia para guiarnos hacia ahí.

Por DZ

Claudia Gómez

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