Elecciones 2024
Elecciones 2024
Mary Ann Beaven
Mary Ann Beaven. Foto: 20 Minutos.

Nuevamente requiero colocar una escenografía para mi personaje, necesito encontrarme con ella. Me parece burdo mencionar su vida solo desde lo anecdótico, colocando fechas, lugares y demás datos que siempre parecen tan importantes, quitando todo lo humano que puede haber tras el ser que pasa a la historia con un título tan abominable como el de la “mujer más fea del mundo”.

Lo primero es viajar a su época, pues según algunas fuentes nació en 1847 en Bromley, Inglaterra, un pequeño pueblo ubicado en el sureste de Inglaterra, que formaba parte de la zona rural que en aquellos tiempos, experimentaba una transformación significativa debido a la rápida industrialización.

Hoy se pueden ver todavía en la arquitectura, reminiscencias de aquellas casas delgaditas de tres pisos, con techos de dos aguas pegadas unas junto a otras, donde ​​​​​​el uso masivo de carbón mineral como fuente de energía para la industria, el transporte y la calefacción, resultaba en la liberación de dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno, partículas de hollín y otros contaminantes en el aire, que expulsaban las fábricas y casas por sus largas chimeneas. Dejando una nata negra en épocas de poco viento casi al nivel del piso.

En alguna de esas casas, seguramente nacieron ella y sus siete hermanos.

Le dieron el nombre de Mary Ann al nacer y el apellido de su padre Beaven. Quiero imaginar que tenía bellos ojos azules, como los vi en alguna fotografía que podría ser fake en las redes, pero me gusta pensarla así, con una figura delgada generándole un aspecto llamativo; hermosa diría yo. Se casó y tuvo cuatro hijos ¿o tres? Algunas fuentes varían.

Durante algún tiempo estuve escudriñando entre cientos de hojas con tan poca información sobre ella, que un poco acompañada de esa frustración que me deja sedienta, seguí revisando una cuartilla aquí, otra allá, pero no me fue suficiente. Así que decidí irla a buscar e invitarla a un café cerca Hospital de la Caridad de Lambeth, donde dicen que trabajó como enfermera desde muy joven.

Imagino una cafetería pequeña con mesitas en la calle, me visto a tono, odio los corsés apretados así que lo evito. Eso sí, me pongo un sombrero rojo decorado con flores que me queda espectacular, siempre he admirado sus diseños. Guantes de tela, falda larga y botas, la estética de las prendas de vestir siempre me ha fascinado.

Pido un café con leche de soya. Los ojos de la mesera me ven extrañados y recuerdo que es imposible, debo recordar la época en que estoy. Asi que lo pido negro. A mi edad, ya no tolero la lactosa.

Poco antes de las 12 llega mi invitada y la veo caminar con dificultad. No es la belleza que tenía en la mente, se presenta tal cual como se fue convirtiendo, debido a esta enfermedad llamada acromegalia que genera un crecimiento anormal y distorsión facial. La mandíbula poderosa y masculina, pómulos, nariz y frente prominentes, unas bolsas grandes que penden de sus ojos caídos.

No puedo evitar que me produzca ternura y al acercarse me saluda. Lo primero que me dice es “no me tengas lastima, la puedo ver en tus ojos y esa me cuesta más trabajo que ninguna otra emoción, si fuera repulsión, asco, desagrado e incluso horror me sería menos difícil; he estado acostumbrada a lidiar con ellas desde los 29 años”.

De pronto me siento avergonzada. Se sienta con dificultad en la silla y me pregunto por qué, si yo la había imaginado antes de que la enfermedad deformara sus huesos, ella se me presenta como se fue transformando con el tiempo, y es que quizá de esta forma puedo tocar su alma, ahí donde no hay cuerpo, donde en lo profundo está la belleza de su ser y no en la apariencia.

Al verla este término me conflictua, se que las sociedades humanas han desarrollado normas y estándares de belleza a lo largo del tiempo, que varían según la cultura y la época, que influyen en cómo las personas perciben la belleza y cómo se sienten presionadas para cumplir con ciertos ideales estéticos. La apariencia física puede estar relacionada con el estatus social, la aceptación social y la autoestima, y sin duda como constructo social, nos ha llevado a sufrimientos que marcan la vida de miles de personas, etiquetando segregando, marginando.

“¿Un café, algún pastel?” “Sí” me responde, y al acercarse la mesera nuevamente con su lindo uniforme y su blanca cofia, mi invitada pide un Victoria Sponge Cake. Un pastel, nombrado en honor a la Reina Victoria, que fue un gran éxito durante este siglo. Dos capas de bizcocho esponjoso rellenas de mermelada y crema batida, espolvoreado con azúcar en polvo.

Mientras esperamos que nos traigan la comanda, me presento, le pido disculpas si la ofendí de alguna manera, y si querer emularla antes de su enfermedad le molesta, y obtengo una sonrisa que interpreto como “no hay problema”.

Los transeúntes voltean hacia nosotros, los hombres con sus sombreros largos, ataviados con sus trajes oscuros de tweed de tres piezas, chaqueta, chaleco y pantalón a juego, ponen cara de asco, ese al que Ann tampoco le teme y de pronto se escucha “regresa al circo donde perteneces”.

Las mujeres cuchichean al pasar y de pronto la incómoda soy yo. Quiero gritarles y decirles que son unos cerdos, que la dejen en paz. De pronto me invade el pedirle que entremos mejor para evitar que la maltraten, pero decido que es mejor que ella me diga que prefiere, y al no decir nada, decido que nos quedaremos pese al ruido que su presencia ha generado.

Las personas con deformidades físicas a menudo enfrentaban estigma y discriminación en la sociedad victoriana. Eran consideradas diferentes y en muchos casos, se las excluía o marginaba. Esto se debía a la creencia de que la apariencia física “anormal” era un signo de inferioridad o una maldición.

Para Mary Ann todavía faltaba tiempo para que los movimientos de derechos civiles y humanitarios, así como el surgimiento de corrientes de pensamiento más empáticas, abrieran el camino para una mayor comprensión y aceptación de la diversidad física.

Debo confesar que aún nos falta mucho por recorrer en este siglo, donde todavía permea esa mirada como un espesor oscuro en la sociedad. De pronto recuerdo a mi hija, cuando a los trece años un accidente le hizo mucho daño en la cara, y me decía “mamá me voy a tener que casar con un cieguito”.

Le cuento porque he venido, le digo que en mi época no he encontrado mucho sobre ella, la información no va más allá de que si tras la muerte de su esposo, se quedó sin sostén en la casa, acumulando deudas y necesidades económicas.

Soy yo quien le habla de que encontré como había decidido entrar en un humillante concurso, y como había ganado el ofensivo título de “mujer más fea del mundo”, llevándola a ser contratada por un circo que recorrió diferentes ciudades.

“Se busca: La mujer más fea. Nada repulsivo, mutilado o desfigurado. Buena paga garantizada y mucho trabajo para la solicitante exitosa. Enviar fotografía reciente. Así lo puso Claude Bartram, agente europeo del circo americano Barnum y Bailey” respondió Ann.

“Me volví la nueva estrella de los freak shows, donde las mujeres barbudas, siameses, la gente pequeña, los gigantes y personas con discapacidades físicas de pronto ya no eran la atracción. Para mí esto generó una exclusión más, ahora de los que llegué a considerar como míos. La rivalidad es amiga de la hostilidad y las dos van abriendo paso a la enemistad, donde el resentimiento se apropia de los espacios.

La gente acudía en masa a verme. Me vestían con ropa que realzaba mi físico masculino, me enmarañaban el pelo y me hacían parecer lo menos atractiva posible. Esto provocaba horror entre las multitudes que pagaban solo para mirarme.

Era un trabajo fácil, y lo doloroso que implicaba ser un fenómeno, el repudio y la marginación, lo fui calmando con la posibilidad de que gracias a eso, recibí muchísimo dinero. Esto permitió que mis hijos pudieran ir a un internado, donde les escribía con regularidad, y ellos podían recibir una buena educación y no ser víctimas de burlas”.

No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas, escucharla me conmueve, pero en realidad lo que hay por detrás es un enojo que ebulle en forma de agua salada. Cómo es posible que todo lo que encontré sobre ella llevara ese título innombrable, ninguno comenzaba con su nombre de pila, ese que lleva por detrás de los escupitajos, a los que fue víctima durante casi la mitad de su vida.

Alcanza mi mano y me mira fijamente: “Querida tuve una buena vida, pero eso no vende. Los titulares usan lo escandaloso, lo que genera emociones fuertes para llamar la atención. Por debajo de lo que generó, tuve la oportunidad de tener hijos sanos, de verlos crecer como hombres y mujeres buenos.

Viví en una época con duros retos, tantos como los que ustedes tienen ahora. La Revolución Industrial trajo consigo cambios drásticos en la economía y la sociedad, pero también resultó en condiciones laborales difíciles para miles de trabajadores. Los salarios eran bajos y no alcanzaban para cubrir las necesidades básicas, las jornadas de trabajo eran interminables (a menudo de 12 a 16 horas al día) donde se esperaba que hombres, mujeres e incluso niños trabajaran en condiciones peligrosas e insalubres. La pobreza era generalizada, y las condiciones de vida en los barrios obreros eran extremadamente precarias. Había problemas de hacinamiento y falta de vivienda adecuada.

Muchas personas se apiñaban en áreas urbanas congestionadas, viviendo en condiciones insalubres y en espacios reducidos.

Las ciudades estaban plagadas de contaminación del agua, falta de sistemas de saneamiento adecuados y mala higiene, lo que llevaba a brotes de enfermedades como el cólera, la fiebre tifoidea y la tuberculosis.

El acceso a la educación era limitado para gran parte de la población. La educación primaria estaba disponible en algunas áreas, pero no era obligatoria y muchas veces era de baja calidad. El acceso a la educación superior estaba reservado para las clases más privilegiadas.

La sociedad del siglo XIX estaba marcada por una fuerte desigualdad social. La brecha entre las clases alta y baja era impresionante, y el poder y los privilegios estaban concentrados en manos de unos pocos. Esto generaba injusticias y falta de oportunidades para las clases trabajadoras.

Yo no tuve que prostituirme, ni volverme obrera, mis hijos tuvieron un techo decente, un plato de comida y una educación que les permitió vivir con dignidad. A mí nunca me faltó nada y siempre pensé que el repudio que les generaba a todos aquellos que venían a verme, era solo un reflejo de la sociedad que habían construido, donde la vida de las clases trabajadoras llegaban apenas a los 30 en promedio y la de las altas a los 50. Yo viví hasta los cincuenta y nueve. Así que dime si mi vida al final no fue la de oportunidades”.

Sus palabras me revolcaron, me quedo pensando en como un evento que puede ser abordado como algo traumático, se puede modificar en un acontecimiento transformador, como lo plantea un filósofo francés de este siglo llamado Alain Badiu.

Sin duda me falta tiempo, quisiera preguntarle tantas cosas, que fuéramos amigas, hay una admiración que me brota y que me impulsa a abrazarla. “¿Ann será que algún día vengamos aquí para hablar de tu siglo y yo del mío, para que pueda yo contarle de nuestros problemas y que pueda aprender de ti?”.

Pedí la cuenta, ella no me dejó pagar, dejó 8 chelines sobre la mesa, un lujo que la mayoría de las personas no podían permitirse en esa época. Nos despedimos con un gran abrazo y yo regresé a mi escritorio donde de pronto me siento cansada. Las emociones cuando son tan intensas consumen mucha de mi energía.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195

Consultorio C7 Salud Mental

Teléfonos de atención

+525521060923

+525519514858

Facebook: @c7saludmental

Instagram: @c7saludmental

Mail: [email protected]

#saludmental

A Javier; mi corazón siempre estará agradecido; me enseñaste los conceptos de Badiu, los de Byung-Chul Han, los de Gregory Bateson, abriste mi apetito para leer a Bowlby, Minuchin, Cancrini, Andolfi, Bowen, Boscolo, Maturana, Fonagy, Goldner, Haly, Gottman, Papp, Satir y tantos más.

Me enseñaste a pensar con una mirada sistémica que por dos años y medio de recorrido en la maestría de Terapia de Familia de CRISOL donde eres creador y director, ha comenzado a encarnarse en mí.

Me impulsaste a co-crear con Claudia y un grupo maravilloso de terapeutas, un consultorio que hoy nos hace sentir orgullosas. Tu paso por mi vida me ha engrandecido, me ha permitido ensanchar la mirada, mi mapa del mundo y esto ha sido fuente de una grandeza interior que me permite ponerla al servicio, y que será difícil poder agradecerte suficiente.

Has sido un regalo para mi vida en esta tercera etapa donde las canas se asoman y las arrugas van tomando forma.

Gracias, gracias siempre.