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Isabel
Isabel. Foto: Dbe.rah.es

Cuando uno lee y escribe se abre un mundo donde la libertad se adueña del espacio interno, se apea y se ensancha hasta volverse el ama y señora de nuestros huesos.

Entonces uno tiene la oportunidad de reinventarse encontrando nuevos significados, rompiendo premisas, rasgando ideas que ya no hacen sentido. Aparece una metamorfosis, se dejan los grilletes del analfabetismo y de pronto se aprende a volar.

Es cómo tejer unas alas, cada letra se va volviendo una pluma, una palabra y estas sumadas se transforman en frases, luego una a una, se van convirtiendo en un plumaje que permite alzar el vuelo y convertir la experiencia en el arte de vaciarse, para llenarse de nuevo.

¿Cómo puede uno pretender que las formas lleguen antes que la idea? para hacerlo hay que llenar los espacios con letras para que se esmeren y puedan hilvanarse juntas y con ello comienza a dibujarse en un nuevo lienzo, un nuevo paraje, un nuevo personaje.

Para mi cada libro, abre puertas de un lugar lejano, como una catarsis van entrando a través de todos mis sentidos nuevas posibilidades y se van vaciando muchos conceptos que tenía dejando entrar otros nuevos.

Leí el libro de la otra Isabel de Laura Martínez-Belli y volvió a pasarme nuevamente. Ahora la historia de la conquista de México tiene nuevas imágenes para mí. Resoné paso a paso con el personaje, la hija de Moctezuma, esposa de Cuitlahuac y a Cuauhtémoc últimos tlatoanis del imperio Azteca de cuello alto y piel sedosa. En sus cartas de pronto la vi renacer libre, a través de la escritura. Sí, una indigena que leía y escribía, contrario a lo que los libros de historia pusieron como premisas en mi. ¿Y por qué no?

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Isabel. Foto: paradigmacultural.com.

Escribir su propia historia le concedió una segunda oportunidad que le había sido negada por sus dioses mexicas, la de reinventarse, la de perdonarse y con ello trascender.

Tecuixpo Ixcaxochitzin bautizada como Isabel Moctezuma fue una de los diecinueve hijos, que el gobernante tuvo siendo Chimalpopoca su favorito. A punto de morir, el huey tlatoani encargó a Hernán Cortés cuidar de él, pero este murió en la noche triste

Ella deja en carne y hueso la fusión de una nueva raza que nace del vientre germinado a fuerza, con la lujuria del conquistador. Así llega al mundo Leonor hija del sometimiento de Cortez del mundo viejo ahí donde la conquista huele a poder.

Buscando cómo doblegar su altiva fuerza, le arrebató a la niña del pecho nacer. Pero qué equivocado estaba.

Los meses de gestación la llenaron de odio hacia su victimario y hacia el producto de su lascivo actuar. Pero hay una trasmutación del odio que produce la violencia en forma de violación y con ello se emula la conquista, pero en el momento del parto, justo en ese segundo donde madre e hija se ven por vez primera se va tejiendo la posibilidad de amar a alguien mientras uno se pierde en el furto de su vientre.

Entonces sucede la magia cuando se puede, se deja por detrás el desgarro que produce la gestación del producto de una vejación, pero paradójicamente es justo ahí en este espacio de tanto dolor donde aparece la proeza de donde nacerá una nueva estirpe. La hija de Isabel es el nuevo mundo encarnado en una piel morena donde corre la sangre de grandes guerreros, de valientes españoles pero también de las injusticias, la voracidad y la codicia.

Es la escritura sin duda lo que permite a una mujer del siglo XVI sobrevivir en medio de una batalla, que aún no termina. Es esta la guerra que hay que librar para la libertad. Entonces de pronto para mi los conventos se convierten ahora en el lugar para volverse libres. Una paradoja extraña pues enclaustradas entre cuatro paredes los libros les regalaban la posibilidad de ser libres, de no ser esposa de alguien escogido por un capitán, por un tlatoani, para sobrevivir.

Pude oler los miles de muertos pasados a cuchillo, o por viruela. Inhale el tufo denso de la desolación, recorrí las calles de un México que apenas conocía. Palpite las intrigas y se me impregnó la sangre con olor a muerte.

Las letras unidas con oficio tienen esa magia, se puede atravesar el papel y se vuelve uno, uno más de los personajes que viven la trama de la novela hasta los huesos. Re configura personajes como la Malinche que más que traidora fue una mujer vendida por los suyos como esclava, que odiaba a los Mexicas por su sometimiento y desde ahí se entiende su papel.

Una brocha llena de color coloca un torrente aguacero y algo pasa que el oído se aguza, las gotas se escuchan caer en los tejados hasta volverse un río de agua lodosa.

Se escuchan las campanas de la iglesia donde Copo de Algodón sobrevive al ser bautizada en la fe católica como Isabel, descubriendo una fortaleza que le permitirá sobrevivir a los matrimonios impuestos a conveniencia de los hombres mexicas y españoles que gobiernan la tierra y destino de las mujeres de esa época.

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Isabel. Foto: pressreader.com 

Porque no, esa condición de inferioridad también las vivían las tenochcas al prohibirles ir al calmécac relegándolas a una sola función, ser madres de los siguientes pobladores de la tierra.

Más allá de una larga lista de virreyes, de la evangelización a lo largo del territorio y de algunos datos sobre la transformación del mundo prehispánico, poco se sobre el cambio paulatino, sobre la vida cotidiana ni sobre las mujeres que vivieron en este mundo que cruza en el tiempo más de cuatrocientos años.

Cuando pensamos de México solemos aprender y recordar los sucesos a partir de nombres de hombres: Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Carlos V, Miguel Hidalgo entre otros. En retrospectiva, son pocas las mujeres cuya historia es enunciada, recordada y aprendida. Se cumple también la premisa de la cocina y del cuidado de los hijos como el lugar donde habitan y no se reconoce la fuerza, de su resistencia, donde la historia “suele poner a las mujeres como una nota al pie de página”,

A lo largo de la novela, las licencias literarias conviven con datos históricos bien usados. En mí produjo la duda, la idea de que tal vez podría ser posible darles voz a la otra mitad de la población desde ahí.

Me quedo reflexiva, me gusta la idea de saber que siempre puedo destejer la historia, encontrar nuevos matices, replantearme mi adiestramiento y entonces como ellas darle nuevas pautas a aquello que paso.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195