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Inzambullibles

Para entrar en materia hay que recalcar que el vocablo “inzambullible” no existe, no es una palabra reconocible en el idioma español ni en ningún otro, al menos que yo sepa. Pero me gusta como para imaginar que puede existir la posibilidad que alguien no pueda hundirse, por más que el destino lo ponga a prueba.

Después de inventar el vocablo y sonreir, inhalo profundo y comienzo mi aventura. Cierro los ojos, cruzo el océano y mientras voy retrocediendo ciento siete años, hasta llegar al mar Egeo, donde estamos en plena primera guerra mundial. Para llegar justo el día y a la hora precisa, me ha tomado varios años de desaciertos, pero hoy es la mañana del 21 de noviembre de 1916, estamos en el transatlántico británico Britannic, equipado como buque hospital camino del sangriento campo de batalla de Gallipoli, en Turquía. ¡Lo he logrado!

Observó a toda la tripulación cumpliendo sus labores, de pronto una explosión sorda sacude el buque, hemos chocado con una mina alemana cerca de la isla griega de Kea, el agua comienza a meterse por todas partes y con ruidos estruendosos, nos hundimos rápidamente.

Veo a cientos saltando a los botes salvavidas, pero hay una mujer que es a la que vengo buscando, y mientras voy a tientas por la cubierta la alcanzó a ver, ahí está Violet Jessop. En vez de ir con el flujo de la gente para salvarse, ella corre hacia adentro, va a su camarote y tal cual como lo escribió en sus memorias, va en búsqueda de algunos objetos de valor, su libro de oraciones y un artículo de aseo personal.

“Nunca emprendas otro desastre sin antes asegurarte de llevar tu cepillo de dientes”. Venía repitiendo como mantra, una advertencia que le hizo en forma de chiste un compañero amigo conociendo la historia de su primer naufragio.

Así que lo toma, sale corriendo, salta al mar y sufre una grave fractura de cráneo y un corte profundo en una pierna. Medio desmayada observa la vorágine en silencio, escucha los gritos ensordecedores, los pulmones llenándosele de humo, dificultando el respirar. De pronto las hélices del Britannic, que aún se movían empezaron a atraer las lanchas, generando un oleaje tremendo, el agua se tiñe de rojo, pedazos de personas flotan junto a los escombros.

Mientras, su lancha da un giro inesperado, logra alejarse milagrosamente, entonces los recuerdos se le abarrotaron y se pregunta nuevamente, si el haberse alistado como enfermera voluntaria tendría algún peso en su juicio final si moría.

Vamos a pensar que fue verdad cada pedazo de lo descrito arriba y voy a colocar la escena donde más tarde, a bordo de un destructor británico, vio un par de caras conocidas: dos médicos junto a los que se había arrodillado en misa aquella mañana y escucha que uno le dice “Sé lo que te ha salvado hoy, jovencita”.

Ella no puede verme pero la acompaño a lo lejos, y en menos de un minuto pasan los tres años siguientes que le tomó recuperarse de sus heridas, y darle tiempo a que termine la guerra y a que los transoceánicos vuelvan a cruzar el Atlántico. Entonces en 1920, vuelve a enrolarse en el restaurado Olympic, trabajando nuevamente como enfermera, hasta su jubilación en 1950, a los 63 años. Años más tarde murió en Inglaterra en 1971, a los 83 años.

Ella se volvió famosa por haber sobrevivido otros dos hundimientos y como comencé con el último, el anterior fue el del RMS Titanic en 1912 un barco gemelo al HMHS Britannic, pero también estuvo a bordo del mayor de los tres barcos gemelos, el RMS Olympic, cuando chocó con el Buque de guerra británico HMS Hawke en 1911.

Para quien además sobrevivió a la fiebre tifoidea y a la tuberculosis de niña, la cercanía de morir ha dejado un tatuaje en la piel. A pesar de sentir su fría cercanía una y otra vez, siguió sirviendo en transatlánticos, y con una historia así, me es imposible no ser curiosa, ¿qué hace que alguien repita la posibilidad de lanzarse al mar después de haber atravesado de cerca, tres veces las puertas de la muerte en sus aguas?

“Sencillamente, necesitaba trabajo y la vida en el mar era lo único que conocía”. Esta contundencia me genera un asombro incontenible. De qué está hecho alguien que puede hablar con tanta fiereza. Quizá las duras enfermedades de su infancia la curtieron, marcándola con una feroz voluntad de vivir. Pudiera ser que la misma fortaleza que tienen los migrantes para aprender a levantarse, a esperar, a estar pensando que tienen un papel importante para su familia, que son capaces de lograr lo que se han propuesto, o será la fe de sentirse cobijados por ese dios en el que creen. Quizá es la suma de todas estas cosas que blindan las emociones, para que no se les desborden y desde ahí se vayan volviendo resilientes.

Lo qué sí sé, pero es poco probable que Violet la haya padecido, es que existe una extraña dolencia denominada mal de Urbach-Wiethe, también conocida como lipoidoproteinosis, en la que se produce una destrucción completa de la amígdala, ésta se endurece y se encoge, provocando que las personas que la padecen no experimenten ningún sentimiento parecido al miedo. Pero en sus memorias no aparece ningún síntoma que me haga pensar que la padecía, por lo que queda descartada.

Como al principio del texto viajé a esa época y como me puedo dar el lujo de imaginar que puedo invitarla a tomar un café en algún lindo restaurante en Londres, lo hago. Necesito conocerla, pero no solo eso, se me ocurre algo más.

Los vestidos de la época me son familiares, los he usado en muchas de mis andanzas por ese tiempo, y puedo usar quizá otro sombrero, nuevos guantes y un vestido ajustado hasta los tobillos, para salir a caminar en la lluviosa tarde.

Sentarme con ella implica verla a los ojos e imaginarla, pues la encuentro en algunas fotos en blanco y negro, pero en ninguna sonrie, sale acartonada. Seguramente era una mujer de apariencia típica de principios del siglo XX. Pero como no hay una descripción física detallada o ampliamente documentada de ella en las fuentes históricas disponibles, y lo que hay sobre ella generalmente se centra en sus experiencias y su carrera en el ámbito marítimo, en lugar de en su apariencia física, entonces puedo darme vuelo.

La imagino alta, delgada, de cabello castaño y facciones finas, sin ser una belleza, me da la impresión de verla tan segura de sí misma, que pudiera tener un dejo de altivez, en medio de su elegancia. Veo su bella sonrisa, sus dientes blancos y esa cordialidad que la refinada educación procura en aquellos quienes la heredan.

Como conozco su historia, no hace falta que me cuente de su nacimiento en Argentina en 1887, de su familia de inmigrantes católicos irlandeses en Sudamérica, donde se dedicaron a la cría de ovejas.

Aunque en 1903 tras la muerte de su padre contando ella con 16 años, su madre se vio en la necesidad de trasladar a su familia a Inglaterra, encontró que para llevar alimento a la mesa, existía la posibilidad de hacerse azafata o sirvienta de pasajeros adinerados a bordo de los barcos de vapor de la Royal Mail Line, que cruzaban el Atlántico.

Lo que no sabía y esta vez lo escuché de sus propios labios, fue que su madre tras cinco años en el mar, cayó enferma y ella, que ya tenía 21 años y trabajaba como enfermera en algunos hospitales, se convirtió ahora en el único sustento de la familia.

Le pedidmos al camarero unos tes, “un early gray para ella y uno negro para mí, con una orden de galletas de la casa, por favor”. Continuó narrándome cómo siguió el camino andado por su madre, y se enlistó para adentrarse al mar. Ríe cuando me dice que la consideraban demasiado joven para el puesto, pero que a estas alturas curtida con una vida dura, y su facilidad para los idiomas inglés, español y francés, le ayudaron a convencerlos de que era la indicada para el puesto.

Me parece que no hay otra palabra en el diccionario que pueda definirla mejor como la de una persona con tesón, un término que en sus cinco letras aglutina sus cualidades personales de perseverancia, determinación, constancia y la voluntad inquebrantable para alcanzar un objetivo, a pesar de los desafíos y obstáculos que surgieron en su camino.

Sonriente, Violet me pregunta si esperamos a alguien, pues hay un tercer lugar en la mesa que he pedido no desmonten, le digo que quiero presentarle a alguien que quizá vio en el Titanic y de pronto a lo lejos, jalándose el bigote para un lado, aparece Charles Joughin.

“Me parece haberlo visto de lejos” me dice, “pero está un poco más gordo de lo que lo recuerdo”. Yo le respondo riéndome, “es que ser panadero a veces coloca un poco de grasa sobre los huesos, al estar constantemente dando el visto bueno a lo horneado en la cocina”.

Nos saluda con gran cordialidad y para mi sorpresa, no se conocían. Los presento y mientras él pide otro té, le cuento que Joughin también sobrevivió como ella al naufragio, cuando trabajaba como panadero a bordo del Titanic, donde al parecer no tuvo la suerte de conocerla.

Para mí es difícil poder quitarme la imagen de alguien, cuando éste ha sido representado tanto en Una noche para recordar, como en el éxito de taquilla Titanic de 1997, como el tipo que aparece borracho colgado del costado de la barandilla.

Durante el hundimiento del Titanic, Joughin y los demás chefs tenían la tarea de llevar comida y suministros para poner a bordo de los botes salvavidas. Junto con los mayordomos y otros marineros, ayudó a mujeres y niños a subir a los botes salvavidas. Cuando, después de un tiempo, las mujeres en cubierta se negaron a subir al bote diciendo que estaban más seguras a bordo del Titanic, él las levantó a la fuerza y ​​las arrojó al bote salvavidas.

Más tarde, bajó al paseo de la cubierta B donde arrojó unas cincuenta tumbonas por la borda para que las personas pudieran utilizarlas como dispositivos de flotación en las heladas aguas.

Charles fue la última persona en salir del Titanic, y lo hizo con estilo. Estaba en el exterior del barco, agarrado a una barandilla de seguridad, y en lugar de morir de miedo y de un ataque al corazón masivo en ese momento, bajó de la nave como un ascensor. Simplemente se bajó del Titanic y se metió en el agua.

“¡Ni siquiera me mojé el pelo! pasé tres horas en el Océano Atlántico a menos dos grados, antes de ser rescatado. Tiempo suficiente para matar a cualquiera, pero la verdad es que traía encima tanto whisky corriendo por mis venas, que el alcohol combatió las gélidas aguas y me mantuvieron con vida.
Nadé quien sabe cuanto tiempo, hasta la luz del día, donde encontré un bote salvavidas plegable volcado con el segundo oficial Charles Lightoller, y otros 25 hombres parados en el costado del bote. Pero al llegar no había lugar para mí. Me salvó Isaac Maynard, un cocinero que me reconoció y sostuvo mi mano mientras me agarraba al costado del bote, con los pies y las piernas aún en el agua. Luego apareció otro bote salvavidas, y nadé hacia él donde permanecí hasta que el RMS Carpathia, me rescató”.

Cuando Violet terminó de escuchar su historia, quiso saber dónde había nacido, cuando había vuelto su mirada al mar… él contestó que había nacido en Birkenhead, Inglaterra, en 1878, nueve años mayor que ella, que escuchó la llamada del océano a una edad temprana siguiendo los pasos de sus dos hermanos, quienes se habían unido a la Royal Navy, y que había comenzado a trabajar a bordo de barcos desde los 11 años.

Las risas de los dos comenzaron a esparcirse por el pequeño café, me dí cuenta de que yo ya no tenía nada que hacer ahí, así que dejé unos chelines para pagar mi cuenta, me despedí de ambos dándoles las gracias por tan agradable tarde y los dejé, mientras me alejé alcancé a escuché a Charles:

“Nunca había conocido a alguien que hubiera sobrevivido tres veces a semejante tragedia”. Comienza a reírse a carcajadas “Mientras el agua helada entraba a raudales en nuestros barcos, y la mayoría estaba en estado de pánico, yo regresé tranquilamente a mi habitación a tomarme todo el licor que podía, y tú regresaste por el cepillo de dientes; fue justo eso, desafiamos a la muerte porque ninguno tuvimos miedo, eso fue lo que nos salvó la vida”.

Sin duda los dos son “inzambullibles”, no hay otro vocablo que pueda definirlos mejor, y yo me quedo satisfecha de haberlos presentado, igual estos dos se vuelven amigos.

Por DZ

Claudia Gómez

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Charles murió después de suficientes aventuras acuáticas para toda su vida, en 1956, a los 78 años en Paterson, New Jersey, en Estados Unidos. Él sí se casó y tuvo hijos, al parecer Violet no.