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El acoso
El acoso. Foto: Especial / DZ.

Hay una incomodidad que enfría la piel, rectifica la columna y genera un malestar difícil de procesar. Éste está ligado a la relación con un otro que nos hace sentir perturbados.

A muchos nos ha tocado vivir y experimentar algo así. Nos deja una sensación de vulnerabilidad, desata un estado de alerta, y si la
experiencia es intensa, incluso nos arrebata el sueño, volviéndonos irascibles, inatentos y con toda nuestra energía puesta en lo que nos preocupa.

Antes de comenzar el relato es importante aclarar que el acoso, el hostigamiento, la persecución no está supeditado a un género, es parte de las conductas humanas, que traspasan el tiempo.

En el país donde vivo, me ha tocado ser testigo de esta conducta en muchos ámbitos, mostrando la línea delgada que marca las conductas, en términos de lo que es correcto y lo que es demasiado.

Lo que es socialmente tolerado, está influenciado por cosas como el cine, donde en la pantalla grande se inculcan conceptos, que influyen en cómo se percibe cuando un hombre es rechazado, y si persiste al final se queda con la chica. Me tocó crecer con películas el Graduado, Tootsie y tantas otras, donde NO significa algo más, generando una confusión. Si es la mujer quien persiste tantas veces, termina muerta.

Es lo que distingue el acoso hacia las mujeres y su historia multifactorial, lo que me ha traído a empuñar la pluma.

Cuando la conducta no está ligada a una violencia evidente, sino que se manifiesta de una manera sutil, me genera una necesidad de ponerlo sobre la mesa para discutirlo. ¿Qué pasa cuando alguien es amable, caballeroso, pero genera incomodidad? ¿Qué pasa si ante la negativa insiste una y otra vez, usando herramientas como la vulnerabilidad del otro para acercarse?

Manuel llegó un día sonriente, amable y bien parecido, enfundado en unos pantalones y camisa de marca, que apretados hacían lucir su cuerpo trabajado en algún gimnasio, dedicando horas visibles a ello.

Llegó como un pavo real enseñando su plumaje, inevitable no mirarlo. Su mayor atractivo, sin duda más allá de su sensualidad, era su caballerosidad, una mezcla de sueño encarnado cubierto de ternura y generosidad. Gozaba de una labia abrumadora, colocando sus cientos de libros leídos, títulos de maestrías y doctorados en distintas universidades del país.

Algo en él no me gustó desde el principio, difícil de explicar ante semejante desparrame de atributos. En la oficina, como miel de
abeja, todos sucumbían ante su dulce sabor.

Entre los dos, se abrió un abismo una tarde, cuando lo vi acercándose a una de las chicas de recepción, de manera familiar, colocando su mano en la cintura. Al darse cuenta de que yo estaba ahí, me fulminó con la mirada, y al ver que se la sostenía sin pestañear, se apartó de inmediato.

Durante casi dos años, la conducta de Manuel fue permitida y callada por todos. Un “qué bonitas amanecen”, un comentario ligeramente lascivo aquí y allá, no cruzaba la línea de lo reprobable.

Era molesto saber que las mujeres comenzaban a sentirse incómodas, pero nadie decía nada. En las juntas, su erudición asfixiaba a todos, pero su halo de grandeza, apabullába, generando una molestia incómoda, que se encubría por todos.

Resultó que una de las chicas del segundo piso quedó embarazada, y las cosas se pusieron difíciles. En un acto de rabia, cuando él le dijo que ella sabía que él era casado, y que no se iba a hacer cargo del niño, ella se volcó con todas sus fuerzas a comunicarlo.

Desde el baño de mujeres, el chisme salió como una humareda, piso por piso, y todos se enteraron. El silencio que había tomado forma de secreto en la comunidad, rompió sus cadenas y se transformo en linchamiento. El castigo, envuelto en distancia, obligó a Manuel a enviar su carta de renuncia, argumentando diferencias en la forma de conducir la empresa, y el maltrato del director.

Quedó entre dientes “ella lo sabía, se metió en eso sola”. Pero por detrás de el consentimiento había una historia, una necesidad
afectiva, un sentirse halagada, un cobijo para alguien de baja autoestima, con dificultades en casa. Cuando una persona hostiga, persigue o molesta a otra, está incurriendo en algún tipo de acoso.

El verbo acosar, se refiere a una acción o, a una conducta, que implica una incomodidad o disconformidad en el otro. En este caso, hay una relación que no es de iguales, porque uno está aprovechando una circunstancia para saciar sus necesidades.

El acoso, tal y como se define en el artículo 259 bis del Código Penal Federal, es un delito: establece las penas aplicables a las personal que acosan o acechan a una persona con fines lascivos. Así resulta, que hay hilo delgado, que permea las conductas permitidas y, que han sido incorrectamente abordadas, estudiadas y atacadas.

El acoso es una manifestación de discriminación y afecta a todos los géneros, pero en términos del relacionado a lo sexual, fundamentalmente, son las mujeres quienes tienen que enfrentarlo.

Se esconde tras el secreto, la intimidación y en muchos casos, tras un velo que cubre el que alguien quiera obtener algo, cuando encuentra la vulnerabilidad de otro y, lo usa para satisfacer sus necesidades, muchas de estas no resueltas.

La incomodidad, la inseguridad y la desconfianza, son herramientas relacionadas con la intuición, juegan un papel fundamental, para detectar cuando alguien usa un lenguaje o una expresión que genera estas sensaciones, y que activa el sistema de alerta interno; hay que hacernos caso.

Hay algunas cosas que debemos tomar en cuenta cuando se trata de cuidarnos en relación a otros. La palabra NO debería ser entendida como frase. Es una palabra que nunca debe ser negociada, porque la persona que elige no escucharla, está tratando de controlarte.

En los casos de hostigamiento, debe uno tomar en cuenta que la persistencia, solo prueba que esa persona es persistente, y no
confundirlo con amor, no necesariamente significa que seas especial, puede significar que esa persona tenga problemas.
Como fenómeno, aunque es multifactorial, hay un sesgo que se observa en aquellos que no tienen herramientas para afrontar la
rabia, la frustración y la necesidad de ser mirados, tocados y necesitados. Hay en muchos, una relación directa si han sido acosados previamente, y ahora quieren mostrar su poder atosigando a otras personas.

Los acosadores buscan obtener una reacción por parte de sus víctimas. Si te alejas y los ignoras, les estás enviando el mensaje de
que lo que te hacen, no te afecta.

Los instintos tienen componentes directamente relacionados con el funcionamiento nervioso del organismo, y sobre todo, tienen un complejo diseño para la preservación de la vida. Sucede que la razón interfiere, generando un anestésico cuando entran las premisas:

“Estás exagerando, estás sobre reaccionando, es muy amable no vayas a ser groser@, nadie te va a creer. Estoy muy sol@, el/ella me ha mirado, vas a perder el trabajo; tu lugar en el grupo. Necesitas alguien como yo, solo una copa, etc. ”

Hacer caso a nuestra intuición, puede salvarnos de situaciones muy dolorosas, incluso que estén ligadas a la violencia. Dice Gavin de Becker en su libro de The Gift of Fear, que solo los seres humanos pueden mirar directamente a algo, tener toda la información que necesitan para hacer una predicción adecuada, tal vez, incluso momentáneamente, hacer la predicción precisa, y luego
decir que no es así.

Hemos dormido el sistema defensivo más sofisticado que existe; el de nuestra intuición. Sumando a esto viene el momento en el que decidimos no contar, para no generar problemas, porque nos avergüenza y entonces se convierte en un secreto; nuestro córtex orbital prefrontal comienza a estimular la sensación de lo malo que será contar el secreto. Esta parte está relacionada con la toma de decisiones, en primera instancia, disparando las primeras señales del estrés.

En consecuencia, nuestra amígdala, parte fundamental del sistema límbico, se satura, generando un estado de alerta. Comienza aquí la irritabilidad y el mal humor. Afecta a cómo descansamos, lo que incrementa el estado de estrés. El hipocampo, también parte del sistema límbico, se ve comprometido por un aumento del cortisol, hormona segregada debido al estrés en el que está el cerebro. Más adelante comenzarán a segregarse citoquinas en exceso, lo que se notará en el aprendizaje, la memoria y hasta en el sistema inmunitario.

Hay de qué decir que no todos los secretos son tan “graves”. Esto es porque no todo a lo que llamamos secreto, se considera “secreto”. Algunas cosas son, solamente, privadas.

Como todas las cosas malas que no se dicen, no se reconocen, no se cuestionan o incluso se reprimen activamente, no se les permite supurar como una herida sucia y dejan una impronta por lo que las cosas continúan sucediendo. Cuando se trata de acoso, el silencio juega un papel principal para asegurarse de que este continúe y continúe.

Sana hablarlo, trabajarlo, revisar los porqués, los para qué y desde ahí tejer una nueva narrativa. En el caso del perpetrador acercarlo a buscar ayuda, muchas de estas conductas están ligadas a una historia personal no resulta, y él también puede sanarse cuando aprende de la experiencia.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195