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De regreso
De Regreso. Foto: DZ.

Hay algo que pulsa desde días antes; es como si el corazón supiera.

Un avión de Avianca recibe mis pies, sentí el temblor en las piernas que antepone la emoción de la incertidumbre. De pronto una opresión en el estómago seguido del acento de la tripulación apenas ocupé el asiento y abroché el cinturón se hizo presente, entonces la suma de cada cosa, provocó que se humedecieran mis ojos. Estoy emocionada de regresar aunque sea por unos días.

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De regreso. Foto: DZ.

Uno piensa que se olvida el lugar donde se nace y no, en lo más profundo donde los huesos dan vida al líquido rojo que recorre las venas, se imprime el olor a la tierra que lo vio a uno nacer y se cubre en forma de melancolía, tan sutil que es una impronta que parece imperceptible.

Palpita por dentro suavecito, casi intangible y se apea con la cadencia del ritmo de un acento que habita en una palabra, en una frase. Se aviva con un sabor, un olor, con el compás de una guabina; esa que se interpreta con guitarra, tiple, requintos, caña, chucho, carrasca, quiribillo, aspa de caña, pandereta, cucharas y puerca. Entonces, la piel se eriza.

Mi alma vuela sobre todo por las noches, cuando las largas jornadas me llevan a la almohada, el sofoco del cansancio apenas cierro los ojos me pierde en en apenas unos segundos. Al desprenderme de la materia que ocupa mi espíritu, abro las alas y pasó por encima de los andes. Dentro mio se recrea el rojo de los ladrillos de sus edificios. Se reaviva en el color verde de la sabana, la transparencia del aire que barrunta en sus nubes abultadas, el agua que cae por las tardes.

Entonces al despertar el recuerdo se guarda en el alma, regresa de nuevo a la realidad construida , el corazón baja su ritmo y un hondo inhalar llena de aire los pulmones mientras se esboza una inevitable sonrisa.

Han pasado 39 años y no ha pasado un día donde mi mente no me traiga aquí por un momento, por una fracción de segundos y me regale lienzos de pequeños fragmentos de mi niñez, que aparecen despierta o dormida sin pedir permiso, simplemente abriéndose paso.

Y bien, aterriza el avión cuatro horas después, siento ganas de besar la tierra, pero no lo hago. Transité las calles llenas de vías donde las bicicletas son fuente de transporte junto al Transmilenio, idéntico al que transita en la Avenida de Insurgentes en México y que llamamos metrobús. Dejando la maleta en un lindo hotel cerca de la montaña, me encuentro con la tarde que dibuja un arcoíris a lo lejos.

Reviví aquello guardado en lo más profundo de mi ser, sentir el aire frío en mi rostro, comer una arepa, un pandebono, recordar el barrio donde nací.

Recorrer las calles del centro y encontrarme de nuevo con mis raíces, esas que anidan la sangre del mundo Inca, de la dolorosa conquista y sí, yo soy también el nuevo mundo, ese que se teje a base del sincretismo entre el dolor y la suavidad de la lengua.

En lo alto de Montserrat, un letrero marca los 3512 metros de altura que la separan del nivel del mar y no, no me mareo, no me hace falta el aire, mi cuerpo recuerda, se ensancha y vibra.

Mis pies flotan a unos centímetros de la tierra, la ligereza de mi cuerpo me habla de una embriagante serenidad y un ineludible agradecimiento brota en lo más profundo, para quien lo hizo posible.

El grafiti se ha fundido centímetro a centímetro como parte del paisaje urbano. Algo que expresa denuncia y una forma artística de pertenencia sobre los espacios. El grafitero entonces se integra en el lenguaje implícito de la vida que pulsa en la ciudad. Se encuentra con el ciudadano de a pie dando voz a sus tribulaciones, a su diario acontecer.

Pareciera que también funge como un atractivo turístico más, que vibra con la vida cultural y política de la ciudad, y que si ejerce algún tipo de atractivo para algunos, podría pensarse que embellece el hormigón bogotano.

Pero por debajo, quitando el sentido artístico, la expresión esta también en la denuncia del dolor, usando el color como símbolo de la sangre que corre por las calles y que el arte urbano en la ciudad recogió después del asesinato de un joven grafitero de 16 años, de nombre Diego Felipe Becerra, al que le dispararon mientras huía de un policía que lo descubrió pintando un puente y que luego intentó encubrir su error diciendo que Becerra era un ladrón.

Así que hoy, Bogotá es una meca del graffiti en América Latina.

En sus paredes habitan los graffitis de algunos de los artistas colombianos más contestatarios, como el colectivo Toxicómano y DJ Lu, cuyos murales cuentan historias del conflicto armado colombiano a través de abejas en forma de metralleta o dan vida a las caras que emulan a las víctimas. También se manifiesta el colectivo colombiano Vértigo con un mural de más de 20 metros de altura, donde un beso entre dos sin techo expresa el tan anhelado amor, se manifiesta en una zona degradada, donde la imagen cobra un sentido que pudiera ser de esperanza.

Así la vida se apea en sus calles mojadas, en la marcha del gay pride, en el cotidiano de sus habitantes.

Un taxista joven de ojos cansados y trasnochado por cuidar a su hijo de siete años con cáncer de estómago, busca el sustento en sus viajes de un lugar a otro mientras el pasajero ajeno, disfruta el viaje rumbo a su destino.

Y es que la vida aquí es un vaivén de un cúmulo de emociones, un desgarro permanente hacia un nuevo día. Y mientras ocurre se devela también la sonrisa de un niño, los brazos cálidos de alguien que nos sostiene.

Ha ganado Gustavo Petro, un exguerrillero que quiere hacer grandes cambios, un viaje a la izquierda en la historia reciente de la nación andina, ganado por un cerrado 3.2% a su contrincante el magnate de la construcción Rodolfo Hernández. Hay todo un revuelo alrededor de Francia Márquez, una activista ambiental de 40 años, quien se convertirá en la primera vicepresidenta afrocolombiana del país y que deja una estela de expectativas sobre todo para aquellos que tenemos la mirada puesta en el Antropoceno, esta sexta extinción masiva.

He preguntado a los taxistas, a los de a pie, a quien me encontré de frente en mi estancia y un “ya veremos” se aprieta en las palabras, mientras Colombia que hasta ahora solo había sido gobernada por conservadores y liberales, da un nuevo giro.

Los dados están echados en espera a lo que quiere, a lo que pueda y a lo que lo deje hacer una nación que pulsa al ritmo de los cambios, de su doloroso paso por la guerrilla, el narcotráfico y la desigualdades que marcan con fuerza una moneda que habla de la inflación que se ha acelerado a su ritmo más rápido en más de dos décadas y que hoy vale $4334.55 pesos por dólar. Dejando a 19,6 millones de colombianos que no tienen suficientes ingresos para suplir sus necesidades básicas según cifras de 2021.*

Un par de días me son suficientes para abrazar esta tierra, a uno de mis tíos que entrañable guardaba en el fondo de mi corazón. Me llevo un poco de curiosidad por seguir aprendiendo un poco más, sobre la terapia sistémica y sus representantes, pues vine a un congreso.

Regreso al país que habito hace más de medio siglo y de donde también me siento parte, es ahí donde mi vientre anido a mis hijos y el lugar donde he hecho mi vida. Pero sin duda algo pasa con el lugar que lo vio a uno nacer. Regresar es saber que uno palpita con cada poro y que añora por más años que hayan pasado.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195