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Dominica la Coja
Dominica la Coja. Foto de copertivacl

Eran un frío mes de diciembre del año 1535, a mi me faltan casi 5 siglos por nacer. Hay un misterio que cobija la idea de por qué nacemos donde lo hacemos y a mi siempre me brota la pregunta: ¿En que estará? ¿Hay alguien, algo o una hipotética fuerza universal,  que decide cuál será el ADN que llevará nuestra carga genética y que tomará la forma del cuerpo? ¿Es quien a brochazos pinta el color de los ojos y del pelo? ¿Por qué estos padres y hermanos?  La vida está hecha de una sustancia de la que no tenemos opinión, que no escogemos, sobre la que no nos toca decidir. Desde niña me asalta la pregunta de ¿Por qué encarnarse en cierto lugar o en  cierto tiempo? Al final podría  ser, que  solo sea cuestión de azar y yo me enredo con tanta pregunta.

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Dominica la Coja. Foto BBC.

Me pasa, que después de discurrir y no encontrar una respuesta que me satisfaga, me quedo con lo que algunas culturas piensan; es el alma quien decide. Soy de esos que cree en ella; en esa fuente inmaterial de vida que habita en mí, donde pulsa mi unión con lo divino. Me sirve creerlo, porque así encuadro mi propósito de estar por aquí, cada vez que me pierdo  simplemente acordarme, se vuelve una brújula, una fuente de creatividad que me guía para salir de ahí y redirigirme a otro lugar.

He aprendido a darle color a las historias que me cuento, los escenarios que imagino se pintan en los rescoldos de mi mente, son producto de lo que he visto, leído, escuchado y por que no, hay algo en mi que se regocija con la idea de que cientos de personajes, lugares y formas se me aparecen para que escriba sobre ellos.

Entonces aparecen de repente, en sueños, en frases, en música, en un soplo de aire.

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Dominica la Coja. Foto Pintura de Goya.

Desde hace mucho tiempo, las historias de mujeres que se han proclamado a sí mismas brujas y aquellas que no les ha quedado de otra, me revolotean en la cabeza. Se me agudiza la mirada, el oído, el olfato y entonces las encuentro. Aparecen dentro de las páginas de un libro, de una frase que alguien dice o en el rechinido que escucho por detrás de la puerta.

Dentro de las múltiples historias donde me he escabullido casi hasta tocar a sus personajes, esta es una que hunde mis dedos en el teclado sin parar:

Imagino la vestimenta de una mujer pequeñita de espalda encorvada,  en pleno siglo XVI. Busco cómo sería su cotidiano y me regocijo viéndola comprando viandas para sus brebajes en el mercado, recogiendo hierbas en el campo, cosechando hongos junto a los árboles. Veo a Huesca con muchos más árboles, con sus calles lodosas y con pocas edificaciones. La geografía de sus calles es otra, no encuentro el parque de Miguel Servet ahí donde hoy, hay un estanque de patos.

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Dominica la Coja. Foto Apócrifa.com

La veo subirse en la parte trasera de una carreta jalada por dos bueyes. Mientras, su vestido se ensucia arrastrando las enaguas. Saca una manzana de uno de los bultos. Será un camino largo, lleno de movimientos que sentirá en los riñones. Son unos cincuenta y ocho kilómetros hasta Vero de Huesca donde apenas viven una docena de familias. Llegando al anochecer, veo las hermosas casas construidas con tapial, piedra y ladrillo. A la orilla izquierda del río está el azud hecho para mover el molino de harina y aceite, que se conserva todavía en nuestros días. Pero no está la iglesia grande que se levanta y se ve desde lejos, en su lugar hay una capilla pequeñita sencilla de piedra vieja.

Al llegar al final del pueblo se baja de la carreta con sus bultos, le paga al viejo un par de monedas y entra en una casa donde vive su madre viuda y donde ella ha aprendido el oficio de ser partera y de sanar con hierbas; un oficio que aprendió desde niña y su madre de su madre y así hasta quien sabe cuantas generaciones.

Saluda; su progenitora es una anciana, así se hizo desde que tenía treinta años y se le cayeron los dientes.

“Dominga que bueno que llegaste, ¿conseguiste la mandrágora?” Asiente y  se tira en el colchón de paja, viene molida de un día de largos trayectos. Sin tomar su caldo de verduras, cae en el sopor del sueño hasta poco antes del amanecer, donde comienza el día de nuevo. Se levanta y se lava la cara en una palangana que se encuentra junto a la mesa, vacía la bacinica ahí donde comen los puercos. Busca la cubeta de madera, saldrá a ordeñar la vaca. Cuando llega la casa está llena de ruido, sus hermanos pequeños se alistan para irse al campo y ella y su madre toman de los frascos las hierbas que necesitaran para aliviar las reumas, los dolores estomacales, sacar lombrices, aliviar el asma, la sarna, las cuartanas, los corrimientos de vientre y otras enfermedades leves. Pasaran a ver a Doña Ofelia, la mujer del herrero que vive calle arriba, está a unos días de dar a luz.

Una mañana cualquiera se acercan unos soldados a caballo “Dominga Ferrer, es menester que nos acompañe a Zaragoza, por orden del rey.” Sin saber qué está pasando, es arrastrada del interior de su casa y subida a un caballo con las manos amarradas. Su madre grita y los vecinos salen a ver qué está sucediendo. Un sudor frío acalla las voces. Todos saben que será la última vez que la verán y aquellos que la han acusado bajan la mirada cobardes, mientras guardan las monedas que han recibido por entregarla.

De Pozan de Vero a Zaragoza, hay poco más de 150 kilómetros por lo que les toma tres días llegar. Apenas le dan algo de carne seca y agua y la llevan detrás de un zarzal a que vacíe el cuerpo para seguir la jornada.

Yo en esta historia apenas estoy en forma de un humo etéreo, pues no veo ni piel ni  huesos en mí. Soy un simple espectador, que siente una rabia incontenible cuando veo el maltrato y no puedo hacer nada. Como si estuviera viendo una película en el cine, pero estoy dentro de la marquesina.

Al llegar a Zaragoza, el sol se está metiendo en la lejanía, la ciudad huele fuerte provocando una arqueada  en la mujer que viene presa. En las calles la muchedumbre le avienta piedras y hay una que le da en la frente provocando un borbotón de sangre cerca de un ojo y un desequilibrio que por poco la hace caer del caballo. En el edificio grande que hay en el centro, la desmontan, la empujan y la avientan en una mazmorra húmeda y asquerosa. En las celdas de al lado hay un gran número de mujeres, muchas de ellas moribundas, golpeadas y descarnadas.

La noche transcurre lenta, por más que quiere hablar con sus compañeras, no se escucha respuesta alguna. Solo se oyen lamentos y llantos callados. Al alba vienen por ella tres hombres y la arrastran por el pelo, la están llevando a la sala de los tormentos. Durante horas le infligen los más dolorosos castigos, la desnudan y mientras le destrozan las uñas de la mano. Le arrancan la piel para buscar las marcas del maligno y la semi ahogan solo para comenzar. Con todos los dedos rotos, a gritos da a conocer los conjuros que usa y confiesa que sabe volar sobre los “faxicos de sarmientos”.  Y mientras le clavan un punzón en la rodilla,  le  sacan la última confesión y es que también sabe hacer venenos con sapos desollados, de culebras, con lagartos y caracoles. Al final  admite ser culpable de agriar el vino, además de ser la causante de todas las desgracias del pueblo. Pierde el sentido cuando su cuerpo sabe que esto no va a parar, le echan baldes de agua helada, pero ya no responde.

Un escriba lánguido va tomando nota de cada una de sus confesiones, los verdugos repiten que ahora la pequeña aldea del Pirineo, se congraciara con el señor, al darle muerte a quien duerme con el demonio y asesina niños. Dominica la Coja como se conoció más tarde, sería ahorcada al amanecer junto a sus compañeras brujas.

En esta época se quemaron alrededor de 60000 mujeres y en los libros aparece el nombre de Dominga Ferrer. Una mujer de Pozán de Vero (Huesca) que dejó su huella en esos parajes como partera, curandera y una bruja adoradora del Diablo.

A mediados de 1534 crearon los Cortafueros, para poder juzgar de brujería sin pruebas, bastaba con la palabra de alguien, para juzgar y condenar. Dominica, como cientos de mujeres, fueron entregadas para ser ajusticiadas en  la horca, en su caso ya no se dio cuenta del castigo pues el dolor la había aniquilado. Así aparecen las confesiones en el Archivo Provincial de Zaragoza.

De pronto recuerdo cómo la imagen de las brujas, no tienen nada que ver con esta mujer joven y alegre y aparece mi curiosidad incesante. Espalda encorvada, pechos secos, nariz con verrugas y pocos dientes, un caldero, un gato y la luna llena enmarcando el cielo nublado.

Así que comienza la incursión; primero encuentro que las brujas aparecen en la Biblia, en la historia del rey Saúl.  Este consulta a la así llamada “bruja de Endor”. El Exodo 22:18 sentencia: “A la hechicera no la dejarás que viva”.

Durante el período clásico, se manifiestan en la forma de “estirges”, unas temibles criaturas aladas con forma de harpías o lechuzas que se alimentaban de la carne de bebés.

Me encuentro con Circe, la hechicera de la mitología griega. Una especie de bruja capaz de transformar a sus enemigos en cerdos. Así que fue el mundo antiguo, responsable del establecimiento de una serie de figuras retóricas que en los siglos subsiguientes serían asociadas a las brujas.

A comienzos del Renacimiento se fue gestando nuestra percepción de las brujas y fue el pintor y grabador Alberto Durero quien les dio forma. Por un lado, en “Las cuatro brujas” (1497), se observa que podía ser joven, atractiva y ágil, una mujer que seduce y es capaz de cautivar a los hombres.  En una dualidad extraordinaria en el grabado de “Bruja montando una cabra al revés” (circa 1500), es plasmada como una vieja abominable, desnuda sobre una cabra con cuernos, símbolo del demonio.

Tiene ubres caídas por senos, una boca abierta por la que da alaridos e impreca y unas hilachas de cabello que apuntan en la dirección en la que se mueve de forma innatural  y para darle más realismo, blande una escoba.

Así que ahí está la fuente, la primera de las brujas que hoy encontramos en la cultura popular.

El y otros pintores quizá se inspiraron en la personificación de “Invidia” (“Envidia”), tal como la concibió un artista italiano, llamado  Andrea Mantegna (1431-1506).  “La batalla de los dioses marinos”, es un  grabado que expone la figura de Envidia de Mantegna, una vieja arpía, macilenta, con pechos caídos y flácidos que no servían para nada. Esta es la manifestación de porque sentía envidia de las mujeres y por eso las atacaba comiéndose a sus bebés.

El arte influyó brutalmente sobre esos siglos de muerte y como resultado hubo una efusión de símbolos asociados a la brujería brutalmente misóginos, mientras que los artistas aprovechaban la invención de la imprenta para diseminar el material rápida y ampliamente.

¿Podria ser la razón de la persecusion de estas mujeres curanderas esta ligada a que ellas practicaban abortos? Si esto fuera así, la causa quizá estaría en  que  su oficio dejaba a quienes necesitaban mano de obra para sus tierras en problemas, como secuela de la peste, sobrevino el derrumbe del sistema feudal a causa de la pérdida de esclavos, lo que afectó especialmente a quienes eran dueños de las tierras y vivían del cobro de impuestos. A fin de repoblarlas, se predicó la procreación sin límites como un deber ante Dios; y el conocimiento herbológico de control natal que poseían las parteras, fue destruído junto con ellas.

Fue una época que castigó con fuerza el conocimiento, pues este era fuente de libertad para quien por miedo obedecía como un fiel cordero.

En 1484, Inocencio VIII emitió la bula “Summis Desiderantes”, que le dio base legal a la Inquisición para perseguirlas. Más adelante, en 1487, dos monjes dominicanos publicaron el Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas). Este era un manual de aplicación práctica de la bula, para magistrados e inquisidores. “Las Brujas que lo son, matan en variadas formas el niño concebido en el vientre y procuran un aborto; y ofertan al recién nacido a los diablos.”

El “Constitutio Criminalis Carolina” del emperador Carlos V ilegalizó en 1532 la brujería, el aborto y la anticoncepción. Martín Lutero quería matar a todas las brujas: “No realizaréis adivinación ni magia” dice el Levítico19:26 y establece la pena de muerte  para los magos: “Los magos no los dejarás vivir” (Exodo 22:17). Traducida más adelante en género femenino por Lutero, de forma gramaticalmente correcta, como “Las magas no las dejarás vivir”.

Juan Calvino pedía que las “exterminaran”; y William Perkins proponía eliminar a las “buenas”: “Sería mil veces mejor si todas las brujas, pero especialmente las brujas beneficiosas, sean matadas”. Estas frases dejaron una herida que supuró durante varios siglos.

Europa logró duplicar, de este modo, en un par de siglos su población algunos estudios etnológicos, hablan de que de la media de 3,3 hijos vivos por familia que había en el siglo X, se pasó entre los siglos XVI y XIX, a 6.5 hijos.

Entre 1450 y 1750 hubo al menos 110 mil procesos que terminaron en unas 60 mil ejecuciones, la mayor parte en Polonia, donde se mataron 10 mil, según se lee en La caza de las brujas en la Europa Moderna, de Brian Levak.

Para el siglo XVIII las brujas ya no eran consideradas una amenaza. Se les veía ahora como ideas supersticiosas de campesinos.

Goya pinta “Los Caprichos”, una colección de 80 grabados que comienza en 1799, ahí usa  a las brujas, pero también a los duendes, demonios y monstruos como instrumentos de sátira.

Los usa metafóricamente para señalar los males de la sociedad como la codicia, la guerra, la corrupción del clero”.

Son más de las 12:00 la hora marcada por el reloj para la danza de las brujas, afuera hay una espléndida luna llena que invita al aquelarre de aquellas que fueron, las que son y las que nunca existieron. Yo veo la escoba en mi cocina y sonrió. Hoy brindo por cada una de las que murieron injustamente y porque algún día pueda encontrar una razón para tanta muerte, que vaya más allá de una hipótesis que leo en algún libro de historia, ahí donde la pluma está llevada por la mano de alguien que como yo, busca razones para estar en paz.

Por DZ

Claudia Gómez

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