Elecciones 2024
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Dias Perfectos
Foto de Johann Siemens en Unsplash

Me genera admiración la estética japonesa, me llena de asombro esa forma en la que abarca conceptos como la belleza de lo imperfecto y la apreciación de lo simple. Su lengua se ha estructurado a lo largo de los siglos basándose en el principio de tratar de comunicar lo máximo diciendo lo mínimo, un arte que toca lo sublime basada en transmitir cosas profundas utilizando pocas palabras.
Muchos vocablos esconden una sutil esencia entrañando profundos sentimientos, así con pocos términos pueden describir lo exuberante, la calidez, la vitalidad, el silencio, la reflexión y el disfrute de algo tan espectacular como son las estaciones del año. Esta es la base de la poesía japonesa, llamada haiku, acompañando la magia que inspira los cambios naturales y la vida cotidiana a lo largo del año, capturando en un solo instante la realidad y para eso hace falta solo contar lo que cuenta en pequeñas estrofas, aunque no rimen.
Dicen que uno admira de lo que carece y mi asombro por la sutileza de una cultura que usa el lenguaje con una sencillez que avasalla, revela la incapacidad que tengo de vaciar mi cabeza de palabras. Pero no nací en oriente, soy latina y mis genes me impulsan con otros ritmos y ante esta realidad aplastante, me rindo. Pero tendré presente no extenderme demasiado.
Una ida al cine
Hundida en mi butaca durante dos horas y cuatro minutos, de pronto las paredes de la sala se fueron expandiendo, sin darme cuenta mi mente dejó el espacio y se fundió en la pantalla. Koji Yakusho interpretando el personaje de Hirayama en la cinta Días Perfectos, me cautivó. La grandeza de un hombre que limpia baños dignificando tan humillante labor, remueve mi emotividad, poniendo atención en mi capacidad de apreciar las pequeñas cosas de la vida, que a veces se me pierden en la vorágine de la vida cotidiana.
Wim Wenders dirige magistralmente, debo confesar que me dejó inmovil, absorta y después en un estado de introspección, que hace mucho tiempo no sentía, pude levantarme hasta que la luz llenó de nuevo la sala, la cinta dejó de correr y yo salí distinta. Se comenzaron a acumular las ideas, revoloteaban en mi boca miles de palabras que se abarrotaban para salir, y mi compañero de butaca no tuvo más remedio que escuchar la congestión de mis elucubraciones.
Sin darme cuenta, compenetrarme con el personaje principal se fue dando sin poner mucha atención, un hombre contemplativo de mediana edad, inmerso en una ciudad de más de treinta y siete millones de seres humanos. Lo fui acompañando en la rutina de su vida modesta llena de serenidad, en sus pocas palabras, pasando sus días en un equilibrio maravilloso entre el trabajo como encargado de los numerosos baños públicos de Tokio y su pasión por la música, la literatura y la fotografía, fue abrumador.
De pronto sin saber de dónde brotó, aparece un cuestionamiento.
¿Cómo encontrar esa mirada que permite interiorizar lo bello sobre el asfalto, en el acto mundano de lavar la inmundicia de otros y convertirlo en un momento sagrado?
Entrar en el ritmo de la cinta con una escenografía extraordinaria, sin ostentaciones, me fue fácil, el drama contemplativo me generó un asombro indescriptible.
Vivir aquí y ahora, en el momento presente, apreciar cada instante como un regalo irrepetible, me lleva a revisar la manera en que me pierdo en la inmediatez de mis necesidades, en el anhelo que me asfixia sobre lo que no hay. La esencia trascendental sirve como un antídoto contra el paso implacable del tiempo, donde se ofrece una perspectiva renovada sobre la existencia.
Me será difícil olvidar las escenas de los sueños, que no solo añaden una capa poética y simbólica a la narrativa, sino que también permiten explorar las emociones y relaciones de los personajes de manera más profunda y evocativa. Imágenes en blanco y negro de sueños, recuerdan los “planos almohada”, una técnica utilizada por el director Yasujirō Ozu, que consiste en insertar breves tomas de elementos estáticos como paisajes, objetos o espacios vacíos, entre las escenas principales de una película. Estas tomas, que no tienen relación directa con la narrativa principal, funcionan como pausas visuales que invitan a la reflexión y añaden una capa lírica y contemplativa a la obra cinematográfica.
Como una secuencia de fotografías en movimiento, se caracteriza por su composición cuidadosa y la capacidad para transmitir emociones y atmósferas sutiles, permitiendo sumergirme en los personajes y sus emociones profundas a través de elementos metafóricos.
Si uno se queda y espera después de los créditos finales aparece un regalo, ocho letras que encierran la existencia misma.
Komorebi aparece en blanco y negro, una palabra japonesa que designa el resplandor de luces y sombras que crean las hojas al mecerse con el viento. Es un espacio de tiempo que existe una vez, en ese momento.
Esa coyuntura surge como posibilidad de transformación, impregna de esperanza a los estadios que se perciben sin movimiento, sin aire, empantanados, mientras supuran. Un solo término tiene la fuerza para crear una nueva dimensión, tan sutil a veces como el movimiento de las hojas que nunca es igual y lo hace único solo para ese instante.
Es la luz del sol filtrándose a través del follaje, haces de luz que iluminan y deslumbran al mismo tiempo, como si de alguna forma, estuvieran siendo tocadas e inspiradas por una energía que renueva, y que tan solo durará un fragmento de tiempo, permitiendo la creación de un paisaje distinto.
Es tanto lo que sucede en ese fragmento, que el silencio es la única respuesta, no hay manera de entrar ahí con palabras, con pensamientos, es invocar la belleza de la contemplación. Puedo sentir una exaltación, que lo percibo como un brinco en el corazón y es que de pronto, creo que por instantes logré colgarme del sigilo que habita en el no saber, y una sonrisa cruza mi rostro.
En las pequeñas cosas como esa, aparece la magia que me impulsa hacia otro lugar, donde se crean nuevas posibilidades para estar de otra manera.
Ese es el regalo que este film me hizo, recordar la capacidad que todos tenemos de una comprensión clara y profunda, ahí donde habita la pureza que hay en cada instante.
Una a una las escenas son una invitación para atrevernos a desafiar como acto de rebeldía, el adiestramiento de una sociedad que busca el ruido, la saturación e invita al olvido de lo simple, porque en ello no hay cabida para el rendimiento, base de nuestra sociedad contemporánea. Vivimos a expensas de una forma de vida que nos coloca el triunfo y el éxito como anhelo.
En cada fragmento del celuloide hay una exhortación a la relación que tenemos con la naturaleza, a engrandecer el mundo sensorial, a la grandeza que habita en ese espacio liminal donde pasamos de oír a escuchar, de ver a contemplar, donde el olfato tiene una profundidad y capacidad de conexión con nuestro mundo interior que va más allá del mundo perceptual. Es el redescubrir cómo acceder a dimensiones profundas de la experiencia humana, que difícilmente se alcanzan.
La cultura japonesa me asombra, es una amalgama de una compleja cantidad de tradiciones, valores y costumbres tejidas a lo largo de 2600 años de historia. Admiro su profundo respeto a todo, a la tradición, la disciplina, el trabajo duro y a la naturaleza. Pienso que deberíamos aprender de su gran respeto a los ancianos y antepasados. Este largometraje refuerza mi fascinación por ellos.
DZ
Debo reconocer que quede nublada en estas dos horas y cacho frente a la pantalla, pero una vez que se va asentando la emoción aparece un equilibrio, que me permite estar un poco más aterrizada. Una especie de yin y yang que necesita equilibrio. No todo es perfecto.
Aunque puedo admirar muchas cosas, también puedo observar que el exceso de horas de trabajo en Japón es abrumador, y si viviera ahí me costaría la falta de retroalimentación sobre mi desempeño, allá no se interpreta como algo negativo, pero yo lo valoro sobremanera.
Aunque están conectados a la naturaleza, el uso excesivo de plásticos tiene una alta tasa de consumo, así como los desechos de productos que generan problemas ambientales. Pero de las cosas que más llaman mi atención es la pornografia, la sobre sexualización en menores.

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