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Croaton
Croaton. Foto de WikiCommons/ William Ludwell Sheppard, Engraving by William James Linton.

Aparezco en un barco, el capitán es un británico llamado John White, gobernador de la colonia Roanoke, dirigente del tercer grupo de inmigrantes ingleses que llegaron a lo que hoy es Carolina del Norte, por orden de Sir Walter Raleigh.

El sol ardiente ha quemado mi piel durante las semanas de navegación. La ropa dura por el agua del mar, me queda floja y me siento en los huesos. De pronto aparecen los recuerdos de una diarrea incontenible en las diminutas cámaras bajo cubierta, que me postra por semanas. Entre la ropa empapada de sudor y cubetas de pestilencia del producto de desechos intestinales, regaladas al mar; logré sobrevivir.

Es inevitable; para entrar en espacios así, siendo mujer es imposible. Así que mi cuerpo entra en una metamorfosis y me vuelvo hombre, me cuesta acostumbrarme, pero al cabo de un rato me familiarizo con mi cuerpo y puedo entrar en el papel sin problema.

El barco lo compartimos con cajas, cofres, alimentos, aparejos, el cabrestante, el fogón de la cocina, mástiles y animales. Estaban los otros los polizontes no invitados, ratas, ratones, insectos, cucarachas, chinches y piojos. Un zoológico lleno de gran variedad.

La noche hacía el barco más pequeño: el espacio que ocupa una persona de pie era menor que tumbado, así que el alivio sólo ocurría porque un tercio de la tripulación hacía guardia. En las galeras la cosa era agobiante, la densidad humana era fuente de pleitos y de silencios pronunciados. Sólo los oficiales superiores dormían en cama o camastro, la tripulación lo hacía en las cubiertas sobre colchoncillos, simples sacos llenos de paja.

El mareo era lo de menos, desde luego hay que mencionar que la vida en los pueblos y ciudades era casi igual de dura. Para quienes vivimos en el siglo XXI hubiera sido difícil sobrevivir en esa época.

El clima, los piratas, las averías y toda una patología de enfermedades hacían de la travesía una aventura. Pero sobre todo las infecciosas fueron sin duda, las que más muertes causaron . Al escorbuto se le sobreponía el tifus y la tifoidea. Estaba el escorbuto, “Peste del mar” le llamábamos. Se presentaba un debilitamiento progresivo, dolores en las piernas y las articulaciones. Las encías se ulceraban y sangraban, los dientes se caían; todo por falta de vitamina C. En mi caso esa ya la había padecido en otros viajes, a eso se exponía uno como marinero. Esta vez quizá era solo una probable tifoidea, acompañada de muchas noches en vela.

Ochenta marineros zarpamos y en la trayectoria murieron más de treinta y al menos unos veinte más caímos enfermos. Con este escenario nos adentramos en los mares de Carolina del Sur, hace 431 años.

El capitán venía angustiado, de un humor de los demonios, así que tuvimos que aguantar su cólera incluso con azotes, llevaba tres años de retraso.

Después de fortificar una pequeña aldea, la inclemencia de la isla género una escasez de suministros en la isla de Roanoke. Ciento quince habitantes quedaron atrás esperando su regreso con lo necesario para subsistir. Entre los que se quedaron, estaban su esposa, hija y Virginia Dare su nieta, que fue el primer nacimiento de un inglés en tierras americanas. Pero justo cuando llegó a Inglaterra, estalló una gran guerra naval contra España, y la reina Isabel I recurrió a todos los barcos disponibles para enfrentarse a la poderosa Armada Española.

Finalmente consiguió lo que necesitaba, reclutó a quien se dejara, la paga era buena así que me uní al contingente de marinos para viajar al nuevo mundo, conocía cientos de puertos, pero nunca había viajado a América.

“Tierra, tierra” gritaron desde la cofa con fuerza, todos corrimos a la proa, a lo lejos vimos el filo de la costa llena de árboles. Se percibió un alivio en la tripulación, finalmente después de setenta días en el mar, tocamos tierra. Mi debilidad no me permitió apresurarme pero fui de los primeros en bajar.

Con un mareo tremendo seguí al capitán, al llegar al fuerte las construcciones de madera, habían sido desmanteladas, no había nada. Extrañado comenzó a gritar el nombre de su esposa, de su hija y nieta; no había nadie. Durante horas inspeccionamos el lugar, hasta que caímos en cuenta que habían desaparecido sin rastro alguno, allí no había nadie, ni un alma.

Un marinero gritó a lo lejos “aquí capitán, aquí” corrimos y nos detuvimos frente a un poste con la palabra Croatoan tallada en él y otra talla más allá en un árbol, ese fue el único hallazgo que encontramos. Era el 18 de agosto de 1590 y quedó en él, la impronta de uno de los misterios más grandes de la historia americana.

La palabra Croatoan era el nombre de una isla que llevaba el mismo nombre que la tribu india con la que los colonos habían establecido una buena relación al llegar, y las tres letras, CRO, supusimos que significaba lo mismo.

El capitán se arrodilló y con las manos en la cabeza gritó “NOOO.”

Qué pudo haber sentido un hombre que luchó con toda su alma para regresar, que busco la manera de batirse con las circunstancias llegando a Inglaterra y no rendirse ante la imposibilidad de volver a ver a su familia. Tres años de angustias, de tocar puertas hasta lograr conseguir la embarcación. Mientras White se desgarraba por dentro, los demás bajamos la cabeza y desde ahí acompañamos su dolor.

El misterio de la colonia desaparecida ha sido fuente de múltiples especulaciones, Quizás, entonces, los colonos fueron asesinados o secuestrados por nativos americanos, muertos por alguna enfermedad aniquiladora.

Otras hipótesis sostienen que intentaron navegar de regreso a Inglaterra por su cuenta y se perdieron en el mar, que encontraron un final sangriento a manos de los españoles que habían marchado desde Florida o que se trasladaron tierra adentro y fueron absorbidos por una tribu amiga.

Están los mitos y las historias de fantasmas, muchas centradas en Virginia Dare. Se decía que creció entre los indios, y que una disputa amorosa entre dos de ellos la transformó en un ciervo blanco, cuyo fantasma aún puede verse en el lugar donde estuvo el fuerte de Roanoke.

Entre 1937 y 1941 se encontraron una serie de piedras que, teóricamente, habían sido escritas por Eleanor Dare, madre de Virginia, y contaban la historia de los desplazamientos de los colonos y de sus muertes, pero nadie les dio credibilidad. O quizá en la isla había un espíritu que transformaba en piedras y árboles a quienes lo enfadaban. ¿Acaso fue la intervención de Cthulhu un monstruo que se esconde en los parajes más oscuros de la Tierra, del tiempo y el espacio? O a los colonos de Roanoke se los comió una tribu de caníbales.

Pero la que saco una sonrisa de mi boca porque está empapada de ese mundo de conspiraciones, es la que dice que no se refería a los indígenas, sino a que CROATON era una entidad demoniaca que se supone que fue mencionada por Edgar Allan Poe en su lecho de muerte. Misma que estaba escrita en el diario de la aviadora Amelia Earhart después de su desaparición y que apareció también grabada en la cama donde el escritor Ambrose Bierce durmió, antes de desaparecer en México, en 1913.

En 1998, arqueólogos de la Universidad de Carolina encontraron un anillo de oro de diez quilates grabado con un León erizado o caballos. Se encontraron hallazgos de diminutos fragmentos de vidrio veneciano, numerosos objetos nativos tanto americanos como europeos, incluyendo huesos de ciervo y de tortuga, ladrillos, cerámica indígena, trozos de hierro europeo, partes de una pistola del siglo XVI y un botón de cobre minúsculo. En una excavación, se encontró un pequeño trozo de pizarra que fue utilizado como una tabla de escritura, junto con un lápiz. Una “M”. Quizá después de todo, los miembros de la colonia no murieron de sed y hambre, tal vez se integraron entre los croatans, pudieron haber perdido sus raíces y haberse integrado perfectamente con los locales.

Durante algún tiempo las primeras colonias tenían una alta tasa de fracasos, pero ninguna desapareció sin dejar rastro como esta. Fue hasta 1620, que los Padres Fundadores, un grupo de puritanos ingleses que huían de la persecución religiosa en su país, establecieron la colonia de Plymouth, la segunda que tuvo éxito en Norteamérica y la que pasó a ser la piedra fundacional de lo que después sería Estados Unidos. Pero ninguna tiene ese tinte de misterio que envuelve lo que es inexplicable.

La escena con el capitán de rodillas, se queda congelada, de pronto el único que está moviéndose soy yo. La historia termina ahí, así que necesito encontrar una salida. Como si fuera un lienzo con mi cuchillo rompo la tela de la imagen. Veo mi cuarto al otro lado, me observó escribiendo sobre mi cama, ahora necesito entrar en mi cuerpo y dejar esta piel cubierta de huesos. Esto es lo que llaman una realidad paralela, me encuentro en un impasse, en un espacio liminal entre 1590 y 2021.

Mi yo del presente está enfermo, tiene una bacteria “dificcile” que devora mis intestinos, entonces encuentro que es a través de la enfermedad que puedo entrar en mi cuerpo y despedirme de mi yo marinero.

DZ