
Sin duda, esta película es un regalo para el asombro, para la quietud de espacios silenciosos, entrando y saliendo en momentos de tensión, sin importar si estamos de acuerdo en lo que vimos o no
Sorprenderse es sin duda un privilegio en el mundo de la inmediatez. Estoy de acuerdo con Byung-Chul Han quien habla sobre esto de una manera crítica, haciendo énfasis en la digitalidad y la cultura del rendimiento, generando una sobrecarga informativa que impide que podamos detenernos y apreciar lo que realmente importa, haciendo que lo sorprendente se vuelva banal y que lo extraordinario se haya vuelto simplemente cotidiano, reduciendo cada vez más, nuestra capacidad de asombro.
Yo soy de los afortunados que en mi día a día puedo detenerme y estar atenta, a esta capacidad que sobrepasa mis expectativas cuando se ven desafiadas, por experiencias inesperadas o extraordinarias, que la mayor parte de las veces pueden estar enraizadas en pequeñas cosas, muchas veces imperceptibles, a una mente siempre ocupada.
Ayer fue un día lleno de esos momentos mágicos, donde un croissant crujiente que despedía un olor a mantequilla irresistible, llenó mi paladar de gozo. En uno de los pulmones de esta gran ciudad, el canto de los pájaros, el sonido del viento al pasar por los árboles cercanos de una bella caminata, se mezcló con el murmullo del agua, creando una atmósfera de serenidad que a cada paso embriagó mi alma. Ir acompañada durante esos ocho kilómetros, enfrascados en una conversación profunda y amorosa, fue sin duda la cereza del pastel.
En esa frecuencia llena de asombro, fui al cine y abrazada de la butaca comencé un viaje inesperado, acompañada de una fotografía con una paleta de colores cálidos y suaves, evocando emociones de nostalgia y ternura, resaltando momentos íntimos entre los personajes, enfocándose en expresiones faciales y detalles bellísimos, como la lluvia o el rojo de una granada. La luz natural y tenue en algunos momentos fue creando un ambiente acogedor, acariciando la melancolía que refleja el tema de la vida y la muerte, que atraviesa la narrativa.
Acompañar la cámara por los espacios de una Tailandia real, esa que no se ve en la propaganda para los turistas, es asombroso. Las calles, el ruido de los autos, las gotas de agua cayendo por los techos provocando charcos en la acera, van creando una atmósfera que permite entrar en la intimidad de la casa de la abuela, recorriendo sus recuerdos en forma de altares, fotos, vasijas y un refrigerador lleno de comida caduca, símbolo del descuido al que ha sido sometida, mientras sus hijos viven sus vidas.
Tener la oportunidad de conocer los ritos detrás de la muerte y sus conceptos del más allá, es una experiencia especial y me pareció ver en algunos puestos de comida en las calles, además de los aperitivos populares hechos de masa frita rellena de cebollino, algunos insectos que es algo popular en su cultura.
Conmoverme hasta el alma, fue lo que me dejó esta película llamada “Como ser millonario antes de que muera la abuela”, un film que ha sido seleccionado como representante de Tailandia para los Premios Óscar 2025, en la categoría de Mejor Película Internacional. El joven director Pat Boonnitipat con apenas 35 años, logra magistralmente desarrollar el crecimiento emocional de un chico que nombra M.
Una sola letra que representa su carácter apático, superficial, y centrado en sus propios intereses, simbolizando quizá, a muchos jóvenes de su generación, que buscan el éxito rápido. Una M que enfatiza su búsqueda de identidad, y el proceso de crecimiento que experimenta a lo largo de la historia.
Este personaje llenó mis pulmones de aire fresco, pues la figura masculina ha sido golpeada duramente por un patriarcado que ha dejado a su paso injusticias que claman al cielo, pero que en el personaje se renueva al recobrar la ternura para su género. Es quien finca la posibilidad de ser quien retoma los valores familiares, planteando que aunque estos han estado destinados solo a las mujeres, los hombres también pueden hacerlo.
Su camino de transformación es acompañado de Amha y su dura historia, rompiendo con su compañía el severo carácter, que ha desarrollado como un mecanismo defensivo hacia un mundo hostil.
Durante los 126 minutos en los que no pude dejar de estar atenta a la gran pantalla, fui entrando en las complejidades y tensiones dentro de las relaciones familiares, especialmente entre generaciones.
El guión bellamente escrito por el director y Thodsapon Thiptinnakorn. Fui víctima de su “manipulación”, pues sus personajes son creíbles, y sus motivaciones resultan tan cotidianas, que asustan. Aunque el idioma es una dificultad, el arte de escuchar el tono con el que se hablan mientras uno lee la traducción, genera su propia magia, esta atención que acompaña el sonido, se funde con la fotografía y la trama.
Sin duda la elección de Putthipong “Billkin” Assaratanakul como actor principal fue acertada, si se buscaba un actor que pudiera reflejar la naturaleza contradictoria de M, él lo logra a cabalidad. Percibí la mezcla de codicia, apatía e intensidad emocional, permitiendo que pasara de unas ganas de ahorcarlo al principio, a ir tejiendo una conexión profunda con su transformación a lo largo de la película, donde desarrolla una íntima sensibilidad hacia el dolor ajeno, algo que resulta conmovedor. Esto hace que su actuación sea fundamental para el mensaje central de la película, que habla sobre el valor del mundo relacional, y cómo estas experiencias moldean nuestra identidad.
Saliendo de la sala el film siguio repicando dentro de mí, acompañado las siguientes horas, enfrascada en una conversación larga, donde las distintas miradas que genera la trama son bellísimas, pese a la crudeza que la envuelve. Yo viví una historia diferente a la que mi compañero de butaca percibió. Eso es asombroso, estar atento a la riqueza que generan distintos puntos de vista, donde aparecían símbolos llenos de ricas metáforas.
Si puedo escoger una sola metáfora, sin duda me quedo con el símbolo de la granada roja. Esta robó mi atención desde el principio, erigiéndose como un poderoso emblema de dualidad entre la vida y la muerte. Entre sus granos aparece la complejidad de las relaciones familiares, un hijo problemático que la toma sin pedir permiso, y M a quien su abuela se la regala, aun sabiendo que él quiere vender su casa.
Una fruta, que representa tanto la riqueza material, la fertilidad como el legado emocional. Me da la impresión que en ella hay una impronta que refleja el centro de la ambición de M, quien busca asegurar su herencia, mientras se enfrenta a la inminente pérdida de su abuela Amah, magistralmente interpretada por Usha Seamkhum. Sus granos rojos pulsan el sentido de urgencia y deseo, reflejando la lucha interna de este chico, entre el interés personal y el amor genuino que se va despertando en él.
A medida que avanza la trama, junto a la enfermedad, la granada invita a una reflexión más profunda sobre el valor de los vínculos familiares y el significado de la verdadera riqueza, cuestionando si lo que realmente importa es el dinero, poniendo énfasis en las experiencias compartidas, y los recuerdos construidos en el tiempo que les queda juntos.
Sin duda, esta película es un regalo para el asombro, para la quietud de espacios silenciosos, entrando y saliendo en momentos de tensión, sin importar si estamos de acuerdo en lo que vimos o no.
DZ