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Ava G
Ava G. Foto: DZ / RTVE.es.

Llegó a consulta tarde, estaba a punto comenzar a trabajar en un escrito cuando por la ventana vi salir de un flamante Cadillac, un par de piernas torneadas, delineadas por unos zapatos de charol negro con tacón de aguja. Salió del coche y observé una falda negra y chaqueta ajustadas a su extraordinario cuerpo, un zorro colgado del cuello, una pitillera con un cigarrillo humeante que pendía de su boca roja, bajo unos lentes oscuros.

Le abrí la puerta y entró; con ella un tufo a alcohol que se apoderó del ambiente, y lo primero que me dijo es: te pago la siguiente hora porque sé que se me hizo tarde. Ante semejante desplante me quedé viéndola y le respondí: “No, la sesión termina a la seis y son las cinco y media, nos queda media hora, porque yo tengo paciente después de ti”. Puso una cara de desagrado que no pudo evitar, y yo quitada de la pena, la hice pasar y cerré la puerta. Se sentó en mi sofá cosa que fue muy reveladora, las divas tienen esta incapacidad de no ver a los otros.

Le pedí que se cambiara y se molestó aún más, entonces le pregunté si estaba en condiciones de tomar la sesión. Esto terminó por enfurecerla y cambiándose de sillón, comenzó a derramar lágrimas de sus ojos verdes, de pronto se convirtieron en un río. Durante la siguiente media hora guardé silencio y la dejé, pasándole un kleenex de vez en cuando. Al 5 para las seis le dije “esto será todo por hoy”.

Saqué mi agenda, le pregunté si le apartaba para la próxima semana a la misma hora, y me sorprendió diciéndome que sí. Así salió y me quedé observando que se iba un poco más ligera.

Sonreí, cerré la puerta tras de ella y me senté. Es claro que para poder tocar a los personajes sobre los que escribo a veces, crear un ambiente propicio, me permite ir un poco más allá de los hechos anecdóticos de su existencia, me da la posibilidad de encontrar como quien tiene a un paciente con una aflicción, el tratar de entender cómo rastrear dónde está lo que duele. Y es justo eso lo que los hace más humanos, lo que me acerca a ellos desde otro lugar. He de confesar que la idolatría siempre me ha molestado, por lo que me interesa mucho más que la imagen, lo que pende por detrás de la vida de alguien.

Hay libros, películas, anécdotas que hablan de ella, una autobiografía escrita en colaboración con el escritor británico Peter Evans que se publicó en 1990 después de su muerte, pero la verdad es que me interesa conocerla. Saber quién hay más allá de su fama y de la imagen. Traspasar el “síndrome de la diva” que describe los comportamientos y actitudes arrogantes, demandantes y egocéntricas asociadas a ciertas personas famosas o influyentes en campos como el cine, la música o el entretenimiento en general.

Un síndrome que se caracteriza por un sentido exagerado de importancia personal, una actitud de superioridad hacia los demás, demandas irrazonables, falta de empatía y un sentido de merecimiento especial, con comportamientos tiránicos, el tratar mal a los demás, exigir trato preferencial y mostrar desprecio por las normas y las expectativas sociales. Aunque no es un diagnóstico médico reconocido, es más bien una expresión coloquial que sin duda se le aplica a esta dama de nombre Ava Lavinia Gardner.

Llegó nuevamente el martes, me pregunté varias veces durante el día si llegaría y sí sí, lo haría a tiempo. Al cinco para las seis escuché el timbre y me sorprendió, era ella. Ahora vestida con un pantalón amplio, con una chamarra de piel y el pelo agarrado con una diadema de tela de cuadros, que dejaba caer su larga melena negra en los hombros. Observé su rostro más descansado, menos abotagado, sobre todo a la altura de los ojos, donde la vez pasada pendían unas bolsas amoratadas; desde luego traía su cigarro y le pedí lo apagara.

Quiero imaginarla en blanco y negro, como en la pantalla grande donde el color todavía no aparecía, así la puedo abordar a mi manera.

La hice pasar y se sentó en el sillón destinado para la sesión. La escenografía es a color, un consultorio en un barrio londinense y un librero enorme con cientos de libros puestos con orden. Las plantas verdes del espacio cuidadas, llenando de vida los rincones y el sofá de tonos grises con cojines bordados a mano.

Cualquiera pensaría que comenzaba de nuevo en una primera consulta, pero no, la primera fue maravillosa, llena de significados en las lágrimas que hablaban de un dolor profundo. La forma demandante con la que llegó, me hizo pensar si esto era un mecanismo defensivo que la protegía de un mundo apabullante en el que por decisión, decidió vivir a lo largo de su vida.

Me habló de su historia de niña en la pequeña comunidad rural de Johnston Smithfield, Carolina del Norte, donde las jornadas del cultivo de tabaco y algodón eran duras, de lo consentida que fué por ser la más pequeña, de la muerte temprana de su padre cuando ella tenía 13 años y de las carencias económicas que tuvieron cuando perdieron la granja donde nacieron ella y sus seis hermanos, obligándolos a mudarse de un lugar otro, obteniendo cuando vivía el padre, un empleo en un aserradero, y la madre de cocinera en una escuela.

Pasó con rapidez la historia de cuando el esposo de su hermana le tomó unas fotos en Nueva York, y las colgó en un escaparate en la Quinta Avenida, y eso la llevó a firmar un contrato con la MGM por siete años.

Me narró el trabajo que le costó las clases de dicción para perder su acento sureño y así su exuberante y fotogénica belleza, la llevó a ser uno de los mitos del séptimo arte en la Época de Oro de Hollywood aunque algún director dijo, “no sabe actuar, no sabe hablar, nos sabe cantar; pero es magnífica”.

Mientras filmaba con grandes artistas y entablaba relaciones con lo que ella denominaba “sus amores”, terminó en España donde vivía menos perseguida por la prensa, y paseando del brazo del torero Luis Miguel Dominguín; los títulos en los periódicos se referían a ella como “el animal más bello del mundo”, eslogan que le produjo rabia mientras lo decía.

Me habló de sus tres matrimonios, aunque los dos primeros fueron con Mickey Rooney y Arti Shaw, con los que duró apenas un año con cada uno, de éstos sólo mencionó, que ella era virgen cuando se casó por primera vez, y una sonrisa cruzó su hermosa cara y es que en el ambiente cinematográfico nadie lo era. De Arti, menciona que le molestaba que la hiciera sentir tonta, al grado de hacerse una prueba de coeficiente intelectual, mostrándole que tenía por encima de 120. Sus cejas negras se arquean mostrando enojo.

¿Robert Mitchum? le pregunto, “Si, después de mi divorcio, pero a su esposa no le gustó mucho.” Ahora sonríe y me muestra sus dientes blancos.

Pero fue sobre todo el amor de su vida, ese que la hizo vivir por seis tortuosos años con Frank Sinatra, lo hizo que la prensa derramará ríos de tinta. Al escuchar su nombre note un dejo de melancolía. Aunque menciona los balazos que tiraron al aire aquella noche completamente borrachos en el desierto de las Vegas y su detención, me doy cuenta que ahí por detrás hay algo más. Se refiere a lo alocados que eran, pero no dejo de escuchar el tono con el que habla, como la emociona, pero sólo apenas. No deja de mencionar que él era casado, que pertenecía a la iglesia católica, que esta fama de ser gamberros y alocados era todo un modelo incendiario de pareja en esa época.

Cuando mencionó a Howard Hughes, una carcajada salió de su pecho y recuerda el golpe que le asestó con una campana cuando éste la quiso besar a la fuerza. De pronto habla de los años de sus relaciones con hombres casados, y el contrato con la MGM que la obligó a abortar dos veces, porque así eran las cláusulas del mismo.

Es cuando menciona esto nuevamente que se derrumba, comienzan a salir las lágrimas, le pregunto qué le está pasando y doy en el clavo. El dolor de haberse visto en una situación donde ella no tenía el control, donde en ese momento era más importante su ascenso a la fama, es parte de eso que quedó guardado en un baúl de los recuerdos, y que el alcohol ayudaba a sedar cuando estos se asomaban. ¿En el fondo hubiera querido una pareja, hijos y una estabilidad emocional? Quizá, pero me da la impresión que el glamour que hipnotiza y alimenta el ego fue mayor.

Para 1960 los papeles comenzaron a llegar con menos importancia, la edad es sin duda uno de los enemigos más poderosos para las divas. Su última película fue rodada en 1982, llevaba ya tiempo viviendo en Londres donde había asentado su hogar, lejos de Hollywood.

El sueño de la actriz, de la inmortalizada diva, carga por detrás de la pantalla grande, revistas y fotos, un mundo oscuro de dolor, donde las relaciones tortuosas, abusivas y violentas fueron minando al ser humano, llevándolo al final de su vida a encontrar como parar. Entonces fue su cuerpo quien decidió cómo, ya que los avisos que manda no fueron escuchados.

Desde siempre el hombre ha buscado cómo evitar que duela, encontrado en las sustancias un anestésico que lo hace vulnerable, que lo deja a la merced de la enfermedad.

Cuando Ava se refiere a sus múltiples amantes hay una sensación de que lo habla desde el reto, desde ese escaño que la prensa le destinó durante algún tiempo de femme fatale. ¿Qué tanta provocación generaba su vida en una España franquista, con la represión que el sexo y la libertad pendían? Al parecer ninguna, pero no deja de llamarme la atención.

Si mi trabajo con ella está en revisar la melancolía como síntoma que singulariza en lo anímico, por un desazón profundo que toca el dolor y se caracteriza por una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad, y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y auto denigraciones, y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo, me parece que Ava lo vivió al final de su vida.

¿Habrá sido un duelo inconcluso por los hijos perdidos? Podría ser, pues éste muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo. El duelo pesaroso, da una reacción frente a la pérdida de una persona amada, contiene también la pérdida del interés por el mundo exterior.

Así mismo el trabajo con estas premisas, también puede generar nuevos significados para la toma de decisiones que en la edad adulta nos generan dolor. Me gusta pensar que los eventos traumáticos de una vida, también son eventos que evocan cosas para el cambio, que se presentan así mismos como algo significativo, que permiten modificar nuestra mirada.

Voy a quedarme con ella en terapia un tiempo, se lo he propuesto y me ha dicho que sí. Iremos rearmando su historia para que pueda descansar en paz en esa tumba que acompaña sus huesos en Londres, y a la que no asistió ninguno de sus amantes el día de su entierro. Quizá el abandono y el olvido son también generadores de dolor y al final de su vida ella se sintió así.

Ahora podré verla a colores, tocando su alma, revisando sus emociones y su paso por el mundo más allá de su carrera como actriz. Me interesa saber, ya que no hay información disponible, sobre sí volvió a ver a sus hermanos después de haberse establecido en Londres. Como figura pública, Gardner mantuvo una vida privada y familiar alejada de los reflectores, por lo que no se conocen muchos detalles sobre su relación con sus hermanos en sus últimos años.

La causa oficial de su muerte fue una neumonía, pero padecía de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), y sufría de problemas cardíacos debido a su exceso con el cigarro y el alcohol. Gardner había tenido una salud delicada durante gran parte de su vida y había experimentado varios problemas de salud antes de su fallecimiento. ¿Así se habrá cobrado el dolor emocional que sentía? Quizá.

Por DZ

Claudia Gómez

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