Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, los viejos amigos que se llaman entre sí por sus apodos, acudieron este domingo a su cita con las estrellas. El director Iñárritu y el fotógrafo Lubezki ganaron sus Óscar. Juntos demostraron la extraordinaria vitalidad del cine mexicano, que ahora mismo da lecciones al mundo. Para Iñárritu, la victoria … Continued
Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki, los viejos amigos que se llaman entre sí por sus apodos, acudieron este domingo a su cita con las estrellas.
El director Iñárritu y el fotógrafo Lubezki ganaron sus Óscar. Juntos demostraron la extraordinaria vitalidad del cine mexicano, que ahora mismo da lecciones al mundo. Para Iñárritu, la victoria supone la confirmación de una vertiginosa trayectoria que le ha puesto -junto a sus también amigos Alfonso Cuarón (Óscar por Gravity, en 2014) y Guillermo del Toro- a la cabeza de una generación histórica.
Pese a ello, el director de Birdman se niega a hablar de un boom mexicano y prefiere reducir el fenómeno a una sincronía, en la que también incluye al exquisito y enigmático Carlos Reygadas.
“La tragedia del cine es que cuesta mucho dinero. Este arte está jodido desde el momento en que nació, porque es industria y es arte. Es una forma de expresión humana profunda como la música, pero ha cedido terreno a las grandes corporaciones, que ahora diseñan productos para el entretenimiento; la expresión humana, individual, el arte subordinado a una visión personal está desapareciendo”, afirmó Iñárritu a El País.
Todos ellos, además, muestran en público su mexicanidad. Pese a estar afincados en Estados Unidos, cuando visitan su país natal se lanzan a hablar de los problemas medulares. Y nunca renuncian, en la defensa de su obra, a sus raíces. El propio Iñárritu, al recoger la estatuilla a la mejor película, lo dejó claro. Subido al escenario, ante una audiencia mundial, pidió no solo un “Gobierno que México se merezca” sino un trato justo y digno para sus compatriotas, mil veces estigmatizados en Estados Unidos por su origen.
Sobre este territorio oscuro, la camada que comandan Iñárritu y Lubezki ha mostrado un camino de éxito. La carrera del primero, un creador hecho a sí mismo, es la búsqueda constante de una voz universal. Un torbellino creativo que se comprende cuando uno se acerca a este director.
En sus dos últimas obras le ha acompañado el discreto Lubezki, su gran amigo y al que anoche llamó “el verdadero artista”.
Un genio visual que ganó en 2014 la estatuilla con Gravity y ahora lo ha vuelto a hacer con Birdman. Su técnica asombra. Toca la cámara con ligereza, en una fracción de segundo tensa un encuadre, resucita una escena.
En Canadá, en la filmación de The Revenant, se veía su compenetración con Iñárritu. Ambos, sobre la nieve, se apartaban del equipo en los momentos críticos. Hablaban, se comprendían y volvían a rodar sin saber que ya eran leyenda. Anoche, Negro y Chivo festejaron juntos.
Con Información de El País.