La Tumba, una de las novelas más leídas en la historia de la literatura mexicana, cumple hoy medio siglo; su autor, José Agustín, cumplirá 70 años el próximo 19 de agosto. Por ocho meses, los miércoles a las 12, José Agustín visitaba el departamento de Juan José Arreola, en la Colonia Cuauhtémoc, para revisar el … Continued
La Tumba, una de las novelas más leídas en la historia de la literatura mexicana, cumple hoy medio siglo; su autor, José Agustín, cumplirá 70 años el próximo 19 de agosto.
Por ocho meses, los miércoles a las 12, José Agustín visitaba el departamento de Juan José Arreola, en la Colonia Cuauhtémoc, para revisar el manuscrito de La Tumba.
Allí, el juglar de la literatura mexicana le hacía correcciones, copia en mano, mientras el adolescente leía en voz alta su primera novela, escrita en 1961.
“Arreola era generosísimo”, exclama José Agustín en entrevista. “Me decía: ‘Párese, párese. Mire, fíjese, esta preposición está de más. Mire, en lugar de decir ‘están huyendo’ póngale ‘huían’. Quite esa coma, está mal puesta. Acá empiece mejor con polisílabo, no con monosílabo; es más fuerte’.
“Así se fueron los meses y un día Arreola reunió a todos los del taller Mester, donde estaban José Carlos Becerra, Federico Campbell, Hugo Hiriart y Gerardo de la Torre.
“Se dedicó toda la sesión a La Tumba. Arreola lo leyó, como una manera de defenderlo, y es que leía tan hermoso que hasta los textos malos parecían buenos”.
Arreola concluyó. Todos estuvieron de acuerdo en que debía ser el primer título de la colección Mester, excepto Becerra.
“A mí me late que es una obra oportunista”, dijo el tabasqueño, atento a las modas literarias, a lo comercial.
“Me quise parar inmediatamente y rebatir a José Carlos, pero Arreola me tomó del hombro y me sentó: ‘¡Espérese, José Agustín! Yo le contesto a José Carlos’”.
Fue entonces cuando el autor de El Guardagujas pronunció la extraordinaria defensa en favor de La Tumba, que nadie tuvo la precaución de audiograbar como muchas de sus cultísimas y sabrosas disertaciones, y que vino a convencer que la novela del mexicano nacido el 19 de agosto de 1944 debía publicarse porque sí, porque ése era su destino.
“Ya, ya, ya, ahí muere, ahí muere”, se retractó Becerra entre risas, convencido de la honestidad de Arreola sobre la novela que hoy, exactamente hoy, cumple 40 años.
La noticia de su edición, el día de su cumpleaños
José Agustín recordó que, influenciado por Sartre y los poetas malditos; los beats y el cine de Fellini, así como por la Lolita, de Nabokov, pudo llegar a escribir a esa edad la novela de culto de la juventud mexicana.
“Cuando estaba en el taller de Juan José Arreola llevaba textos tan malos que el maestro hasta me callaba: ‘¡No, no, no; no le hagan caso! ¡Párele, párele, eso no sirve para nada!’, me gritaba, y yo tenía que callar”, explicó.
“Sin embargo, al poco decía: ‘Pero, espérense tantito, este muchacho tiene mucho talento y lo va a demostrar’”.
Después, José Agustín le llevó La Tumba, sobre la cual un año después le hizo comentarios.
“El 19 de agosto de 1963, el mero día de mi cumpleaños, me habló Arreola y me dijo que ya había leído mi novela.
“Yo le dije: ‘Hombre, maestro, muchas gracias. Se tardó usted nada más un año en leerla’, y me dijo: ‘No sea estúpido, la leí anoche en hora y media, pero me tardé un año porque no sabía qué atrocidad iba a presentarme’”.
Fue entonces que Arreola pronunció las palabras bautismales que aquel adolescente había esperado toda la vida.
“Su novela es muy buena y yo se la voy a publicar. Es usted un escritor. Considérese usted un escritor, porque va por el camino correcto. Siga adelante”, le dijo el autor de Confabulario.
“En ese momento fui feliz, como nunca lo he sido”, agregó, para luego describir los avatares que tuvo que enfrentar para llevar a buen puerto la publicación de la novela.
La Tumba que vemos ahora es la misma obra, aunque con diversas modificaciones, que el José Agustín de apenas 16 años escribió en máquina de escribir sobre la chimenea de su casa, durante noches eternas, mientras burlaba la vigilancia de su madre y bebía ligeros tragos de licor.
Es la misma que, tras la aprobación de Arreola y los del taller Mester, fue publicada un 5 de agosto de 1964 por la imprenta Casas, en edición preciosa, tipografía perfecta y papel exquisito. Pero con muchas, muchas erratas.
“Es que Rafael Rodríguez Castañeda y yo, encargados de la edición por Arreola, éramos unos neófitos de la corrección”, evoca José Agustín con humor, a la distancia.
Vendría a la firma Novaro Luis Guillermo Piazza de Nueva York, con todos sus recursos mercadotécnicos, a reeditar la novela y sacarla del mínimo tiraje de su primera edición: apenas 500 ejemplares. El editor agregó en la cuarta de forros comentarios de Salvador Novo, Gustavo Sáinz, Francisco Zendejas y de Juan Rulfo, este último calificando a La Tumba de novela extraordinaria, que aboliría al pasado.
“Pero Piazza le puso una portada súper escandalosa, con un subtítulo que decía Revelaciones de un Adolescente, lo que me molestó muchísimo. Tras su aparición, la novela fue bien recibida por la crítica, pero ésta no le perdonó a Piazza la edición tan chafa.
“Después, sacó una edición mejor, con una portada de mi hermano (Augusto Ramírez), quien tomó la portada original de La Tumba, pero hizo una ilustración mucho más hermosa, más acabada, donde la pareja está enlazada en una sábana, pero dentro de una tumba. También le quitó el subtítulo”.
José Agustín reconoce que, a cuatro décadas, la novela ofrece aún perspectivas distintas en la narrativa mexicana. Nadie que se jacte de conocer la literatura nacional pudo haber ignorado la obra de este narrador. Es una estación infaltable en el tránsito de cualquier lector, porque es un fenómeno único: una novela de un adolescente, escrito por un adolescente, con una luz singular, poderosa.
“Ahora, creo que lo menos importante es la época, la música, la atmósfera. Todo eso le da un sabor sin duda muy importante, pero lo fundamental de La Tumba, creo yo, es el tema del paso, del rito de pasar de la niñez a la juventud, un proceso difícil, oscuro, muy duro que pasan todos los muchachos, porque implica como una muerte.
“Uno muere en cierta forma: muere el niño que será el adulto”.
De allí la ambigüedad del final, el célebre “clic” que señala la posibilidad de una muerte física, pero también simbólica.
También de alguna manera se celebrarán los 70 años de edad que cumplirá en breve el narrador.
“Voy a festejar mi cumpleaños en mi casa, en una fiesta que organizan mis hijos”, explica. “Será una fiesta de escritores, porque estarán muchos amigos que quiero.
“Creo que la vida es maravillosa si no estuviera la vejez; pero, bueno, es un desafío que existe, que hay que enfrentar. Yo ahora pudiera retirarme de escribir y vivir de las regalías que me dejan los libros, pero aún tengo muchas cosas que decir. Mientras pueda, lo seguiré haciendo”.
Con información de Reforma