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Inmersos en un torbellino maniqueo, los mexicanos nos hemos acostumbrado a que la polarización se sirve en cada plato de la mesa: desde el seno familiar hasta el Metro, los cafés, los centros sociales y los laborales.

No son pocas las familias que se han dividido en dos bandos, con posiciones a veces irreconciliables.

La polarización, aseguraba el desaparecido consultor español especializado en Comunicación, José Antonio Llorente, “amenaza ya con reducir a la mitad de las poblaciones a un estado tóxico, enajenado y de indignación permanente. Como ocurre con el resto de las drogas y estupefacientes, esta tiene efectos nocivos físicos y emocionales sobre las personas”.

El expresidente López Obrador fue un maestro de la polarización. Zanjó murallas infranqueables entre ricos pobres. Y le funcionó electoralmente.

Su sucesora en Palacio parece intentar lo mismo, pero confrontando a mujeres y hombres.

“Es tiempo de mujeres”, no se cansa de repetir, y el lunes, en su conferencia matutina, ahondó en las diferencias.

“Ayer en el discurso dije que la discriminación, el racismo, el clasismo, el machismo son reminiscencias del colonialismo y del neoliberalismo, y que eso tiene que quedar en el pasado. Todavía hay algunos que, como esta persona que se escucha en el audio, o como comentócratas de los medios, o personajes que se cubren en su halo de personas conocidas, que utilizan estas palabras altisonantes o despectivas en contra de las mujeres”, dijo.

Y acusó: “Tienen tanta cobardía que no tienen la posibilidad de reconocer que una mujer puede gobernar, o que puede ser ingeniera o que puede ser abogada. Entonces, respeto. Y, por otro lado, entre todas y entre todos seguir aislando cada vez más esos comentarios, que no benefician ni al pueblo de México, ni a las mujeres, ni a nadie”.

Durante siglos hubo una dominación irreflexiva e insensata de los hombres sobre las mujeres, basada en la fuerza física.

En contraste, hoy para todo se saca que es tiempo de mujeres y que se les debe privilegiar por ese solo hecho, cuando en realidad lo que debe ponderarse es la inteligencia y capacidad de las personas. Que se les reconozca por sus logros y eficiencia, no por su género.

Lo digo con absoluta convicción pues siempre he reconocido la superioridad intelectual y la mayor sensibilidad de las mujeres de mi casa. En su momento mi madre y ahora mi esposa.

Dicho esto, no tengo problema alguno con el rol de la autoridad femenina. Por lo mismo, me resulta de más esta insistencia cotidiana de la relevancia femenil.

En el trabajo donde ya cumplo 46 años, laboro con gran cantidad de mujeres, capaces y brillantes, como sus colegas varones.

En mis decisiones diarias, siempre tengo presente la convicción de que no trabajo con hombres o mujeres, sino con periodistas, a secas, pues reconozco y respeto a mis colegas que, producto de su esfuerzo y talento, han logrado ascender hasta la cima de la autoridad.

Reconozco y respeto que Claudia Sheinbaum sea la primera Presidenta en la historia de México, como también admiro a mujeres que han alcanzado el poder como Michelle Bachelet, Angela Merkel, Margaret Thatcher e Indira Gandhi, por citar sólo a algunas, pero al mismo tiempo también soy un convencido de que se deben evitar las polarizaciones y hacer el mayor esfuerzo por sembrar la unidad.

En lugar de ser “tiempo de mujeres”, debiera ser tiempo de unidad, sin que medie el género.

Si se quería probar que se podía, en nuestro entorno está más que probado.

Lo que esperamos es que haya altura de miras, sin importar si se usan tacones o no.

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