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La intolerancia empata con los 10 años de la muerte de Carlos Monsiváis, quien en Para todas las cosas hay sazón (imprescindible Días de guardar, editorial Era, 1970), atribuyó al neoporfirismo clasemediero la acuñación del epíteto: “Naco, dentro de este lenguaje de discriminación a la mexicana, equivale a proletario, lumpenproletario, pobre, sudoroso, el pelo grasiento y el copete en alto, el perfil de cabeza de Palenque, vestido a la moda de hace seis meses, vestido fuera de moda o simplemente cubierto con cruces al cuello, o maos de doscientos pesos. Naco es los anteojos oscuros a la media noche, el acento golpeado, el futbol llanero, el vapor general, el California Dancing Club, la herencia del peladito y del lépero, hacer hijos es hacer patria, los residuos de ahí va el golpe (…). Naco es el insulto que una clase dirige a otra y que los mismos ofendidos aceptan y esgrimen como insulto, pudiendo perfectamente hacerlo como autoelogio, del mismo modo en que los estudiantes alemanes se autocalifican como cerdos para recoger con sarcasmo la agresión burguesa”.

Abundan yucatecos que se ríen de lo “cabezones” que se les endilga, regiomontanos de la calumnia de ser “tacaños” y capitalinos de que se les diga chilangos (“desgreñados”: Gabriel Zaid). Y no soy el único de mis paisanos a quien se le escurre lo de Pipopes (pinches poblanos pendejos), aunque me divierte revirar que, gracias al ex gobernador en desgracia, nos graduamos de pipopres (pinches poblanos preciosos).

La cultura nacional está impregnada de pitorreos y analogías entre ricos y catrines, políticos y ladrones, curas y pederastia, periodistas y corrupción, fifís y adversarios, chairos y patriotas, sin posibilidad de distinguir honrosas y mayoritarias excepciones (“Cuáles serán, oh Vida, las diferencias entre un fresa-Narvarte y un fresa-Pedregal?”, se preguntaba Monsiváis).

Desdeñosos, despectivos, los epítetos llegan a convertirse en lugares comunes que, recreados por guionistas, cómicos y comediantes ingeniosos, alcanzan niveles que no solo hacen reír sino pensar.

Aunque padeció censura, golpes y encarcelamientos, Palillo les decía “borregos” y “güeyes” a todos los mexicanos por votar en las elecciones y azuzaba contra los “pelones” Echeverría, López Portillo y Salinas (a éste lo apodó El chavo del 88). A propósito de la popular serie de Chespirito, sus contenidos de machismo, violencia y denigración fueron diseccionados por el sociólogo de la UNAM Raúl Rojas Soriano: “Son un reflejo grave de la sociedad”, opinaba (Notimex, noviembre de 2014), y criticaba el buleo al Quico por su condición de huérfano, el pitorreo de los obesos con El señor Barriga o de los viejitos con Doña Clotilde.

Los Polivoces explotaron el estereotipo de los campesinos y el nopal con Chano y Chon, Héctor Suárez hizo de los burócratas puro Nohay nohay nohay, pero a Chumel Torres… lo discriminó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y a éste ¡el gobierno!