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Apenas llegaban las primeras vacunas contra el covid-19 cuando ya iniciaba el debate sobre quiénes tendrían que estar autorizados para comprarlas y distribuirlas: de un lado, los que creen que la tarea compete exclusivamente al gobierno y, del otro, los promotores de un mercado entre particulares.

De inicio, el subsecretario López-Gatell dijo que el sector privado no podría adquirir la vacuna. Sin embargo, luego el presidente López Obrador aseguró que, garantizada la universalidad y gratuidad de las vacunas por parte del Estado, no habrá impedimento para que las empresas las compren en el extranjero.

Los más férreos defensores del mercado consideran que habría que ir más lejos y que el papel del gobierno debería ser simplemente supletorio del libre juego de oferta y demanda.

Dejan de lado el hecho fundamental de que la vacuna no es un bien cualquiera. Estamos ante la única vía que nos ofrece la ciencia para dejar atrás la pandemia y retomar el curso de nuestras vidas.

Como apunta Michael J. Sandel en Los límites morales del mercado, durante los últimos 30 años la lógica de los mercados se fue extendiendo y se convirtió en una forma de vida en la que se acepta, sin más, que casi todo tenga un precio.

El problema es que cuando todo está a la venta, los más beneficiados son quienes poseen más recursos.

Y en la pandemia, los más afectados han sido precisamente los que menos tienen, aquellos a los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido entre los grupos vulnerables que necesitan atención especial.

Además, como el propio Sandel argumenta, hay ciertos bienes que al ponerles un precio pierden su sentido y se corrompen. Los ejemplos van desde la venta de lugares en una fila hasta los pagos a mujeres por ser esterilizadas, pasando por la compra de derechos para contaminar y otros tantos bienes sociales a los que los mercados restan significado.

Creo que las vacunas contra el covid-19 caen en esta categoría, pues como dijo el director de la OMS a finales del año pasado, las soluciones a la pandemia deben ser vistas como “bienes públicos globales” y no como “mercancías privadas”.

Y las vacunas son, hoy por hoy, la única arma que tenemos a la vista para darle salida a la pandemia.