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El 10 de diciembre del 2010, el gobierno de Felipe Calderón anunció que en un enfrentamiento con la Policía Federal, al mando de Genaro García Luna, había muerto el peligroso delincuente, Nazario Moreno, “el Chayo”, fundador de la Familia Michoacana y, posteriormente, de Los Caballeros Templarios, precursor de la decapitación de enemigos al interior del crimen organizado.

Sin embargo, la noticia era falsa, “el Chayo” siguió vivo tres años y tres meses más. Fue el 9 de marzo del 2014 cuando Nazario Moreno González, también apodado “el más loco”, cayó abatido por las fuerzas federales, según comprobó Tomás Zerón, director de la Agencia de Investigación Criminal de la Procuraduría General de la República, al mostrar las huellas dactilares del cadáver del criminal y compararlas con las de su Cartilla del Servicio Militar y su credencial del IFE.

La noticia la comenté en una columna a la que titulé, “García Luna para Calderón, lo que Marta para Fox”. De entrada justifiqué el encabezado negando su posible interpretación sexual. Lo usé para comparar el exagerado empoderamiento que Calderón le permitió a su secretario de Seguridad Pública, como lo hiciera su antecesor con la señora Sahagún. Si acaso hubiera algún factor genital —escribí— se trataría de los huevos bien azules del ingeniero mecánico que en su puesto hizo y deshizo a su antojo ante el consentimiento de su jefe. Reproduzco parte de mi texto:

“Según consigna la periodista Anabel Hernández —piedrita en el zapato de García Luna— en su libro ‘Los cómplices del presidente’, el ingeniero se ganó la confianza de Calderón —Presidente electo— gracias a las intervenciones telefónicas ilegales que hiciera de Manuel Espino. Además, tiene la virtud, según cuenta el abogado Alejandro Ortega, de crear incendios para después aparecer como héroe y apagarlos.

Quiero imaginar y ofrecerle al lector mi versión de cómo fue el reporte del ingeniero a su jefe la madrugada del 10 de diciembre del 2010 cuando dieron por hecho la muerte de Nazario Moreno, ´el Chayo´.

En Los Pinos, el secretario de Seguridad se reporta de manera personal con su jefe: Señor Presidente —dice un sudoroso y teatral Genaro— anduve por su tierra Michoacán.

– Ah, qué bien.

– Le traje esta botellita de Charanda.

El licenciado Calderón tomó la botella de la bebida típica de su estado natal. Un aguardiente destilado de los mostos obtenidos del jugo de caña y que no es emborrachador sino lo que le sigue. Le dio un buen trago y preguntó: ¿Qué novedades hay por allá, Genarito?

Ya chingué —pensó para sí el ingeniero— cuando el preciso le decía Genarito era porque estaba contento. Evidentemente al regocijo presidencial había contribuido la ingesta de la Charanda. Genaro conocía el viejo dicho: Alegría que no provenga del alcohol es ficticia. Aprovechó que don Felipe ingirió otro trago del aguardiente para darle la noticia: Tuvimos un enfrentamiento contra los malosos michoacanos.

Calderón interrumpió la ingesta de la Charanda, cuya botella ya iba a la mitad para preguntarle: ¿Y qué tal?

– Gracias a mi estrategia y al valor de mis hombres, derrotamos a los feroces malhechores de la Familia Michoacana.

– Salud, por tu estrategia. Dio un gran trago. —Y también por tus hombres.

– Por cierto, le dimos al jefe de los malandros un tal Nazario Moreno, apodado ´el Chayo´. Lo dejamos malherido.

– ¿Qué tan malherido?— preguntó Calderón y volvió a beber.

– Pues mire para ponerle un ejemplo: Haga de cuenta que ´el Chayo´ es la botella que tiene en su mano. Sólo le dejamos un chorrito de vida.

El preciso bebió hasta el fondo. Con la botella vacía anunció: Haiga sido como haiga sido para mí ´el Chayo´ está muerto”.

Pregunta

¿Por qué Vicente Fox está tan calladito y zalamero? ¿Será que siente pasos en la azotea?