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Hoy 7 de mayo de 1862, me encamino hacia Palacio Nacional para asistir a la conferencia mañanera del Presidente Juárez. Son las 6:30 AM cuando entro al salón de pagos de la Tesorería, fue habilitado para las conferencias mañaneras porque como la Patria no tiene dinero no le paga a nadie y el salón es tan hermoso que en algo se tiene que ocupar.

Ya adentro saludo a compañeros de otras publicaciones: Siglo XIX, La Patria Ilustrada, El Examen, El Sol de Mayo, y de periódicos de ciudades de la República. Yo, lo saben ustedes, represento al periódico jocoserio: La Orquesta. Los corresponsales franceses de Le Cherivari; le Monde Ilustré; y L’Ilustration andan por ahí escondidos temerosos de que los periodistas mexicanos nos vayamos contra ellos a los madrazos.

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Buenos días –dijo el Presidente– perdonen que no haya sillas para todos pero vivimos en austeridad republicana. Como ustedes saben nuestra patria sufrió el embate de una triple alianza formada por Inglaterra, España y Francia, que enviaron fuerzas de mar y tierra con la pretensión de cobrar, en conjunto, la cantidad de 82 millones de pesos; débito que mi gobierno no reconoce. Esta alianza fue apoyada por la Mafia del Poder, como son los traidores Miramón, Márquez, Mejía y el innombrable Almonte que debería de ser digno hijo (natural) de don José María Morelos, padre de la patria, y de ese engendro que no salió a él ni siquiera en los dolores de cabeza.

Esas deudas –continuó don Benito– fueron contraídas por los gobiernos conservadores de Santana, Miramón y el espurio Zuloaga. ¡Fúchila, guácala!, nosotros no aceptamos condiciones que ofendan la dignidad de la nación. Esto lo dijimos con tal fuerza que Inglaterra y España rompieron el pacto tripartita y regresaron a Europa con cajas destempladas. Sólo quedó Francia, la que reclama menos dinero, demanda 2,859,917 pesos. El ejército francés desembarcó en Veracruz con la ambición, no sólo de cobrar ese dinero, sino además como quien no quiere la cosa quedarse con nuestro territorio. Cosa que de una vez les digo no lo vamos a permitir. ¡Me canso ganso que no!

La primera prueba de lo que digo fue lo ocurrido en Puebla antier cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria. Por eso esta mañana está con nosotros el Comandante del Ejército de Oriente, el General Ignacio Zaragoza.

Llegó al estrado un hombre joven con cara de niño, anteojos redondos y un modesto uniforme gris sin botonaduras ni nada que presumiera que era el jefe. Lo recibimos con aplausos. Tomó la palabra: Buenos días, como ustedes saben y el Presidente de la República lo ha dicho, los gobiernos conservadores dejaron las arcas de la nación vacías. Tuve que formar un ejército de mal comidos, mal pertrechados, con rifles antiguos de chispa y sin bayoneta, artillería rudimentaria, balas de diferentes calibres. Dos mil de mis seis mil hombres iban descalzos. El valor indómito de mis soldados hizo huir en desbandada a un ejército profesional: hombres bien armados y alimentados. Los franceses traían 200,000 raciones de alimentos y 400,000 de vino.

Aquí interrumpió el Presidente para decir: Con tanto vino deben de haber sido capitaneados por el Tomandante Borolas. Ahí tienes un chiste para La Orquesta –me dice el Mandatario– señalándome. Tu periódico es de los que se portan mal… ¿Cómo cree? –le reviro. Sí, no llega a ser fifi pero a veces se porta mal.

Yo aprovecho para preguntarle a Zaragoza cómo motivó a sus hombres.

“Les dije: Ellos serán los primeros soldados del mundo, pero nosotros somos los primeros hijos de México”.