Elecciones 2024
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El presidente va a despedir a Olga Sánchez. Sólo así se entiende que, sin mencionarla, ayer le dijera “conservadora”, al llamar “conservadores” a quienes tienen departamentos en el extranjero. Y ella tiene uno en Houston.

La secretaria de Gobernación ya pasó aceite a inicios del gobierno a causa de ese inmueble: un penthouse de 11 millones de pesos, en la lujosísima torre Park Square, con servicio personal las 24 horas, conserjería y portero.

Se tuvo que deshacer en explicaciones: “Nuestro patrimonio se ha hecho, peso sobre peso, durante 100 años. A ver, lo tengo hace diez años, lo compramos con nuestro trabajo, que quede claro. Hemos trabajado nuestro patrimonio, peso sobre peso”.

La jefa de la política interna representa al anticristo para su jefe el presidente, quien considera que las personas como ella, “con licenciatura, con maestría, con doctorado”, son “aspiracionistas que buscan triunfar a toda costa, salir adelante”.

Porque eso es lo que dice Olga Sánchez que ha hecho toda su vida: querer salir adelante, “con nuestro trabajo, que quede claro. Hemos trabajado nuestro patrimonio, peso sobre peso”. Pues sí, como casi todo el mundo.

Sin embargo, la secretaria de Gobernación representa casi todo lo que critica su jefe, pues no sólo posee un inmueble en el extranjero: también recibe mucho dinero por su aspiración de querer salir adelante.

Porque, en su medio siglo de trabajo, ha cosechado todo tipo de títulos académicos y gozado de diversos cargos: ministra de la Corte, notaria pública, magistrada del Tribunal Superior de Justicia del DF, abogada, profesora universitaria…

Y justamente por eso gana buen dinero. Como exministra, está pensionada al mes con 258 mil pesos; más 25 mil pesos cada 30 días por concepto de jubilación por parte del ISSSTE, aguinaldo de 344 mil pesos, vehículos sustituidos cada cuatro años…

Sin embargo, sea por conservar el cargo, por vergüenza, por acomplejada o por convicción personal, es la secretaria de Segob quizá la persona del gobierno que más esfuerzos ha hecho por adaptarse a las exigencias monacales de su jefe.

Donó su sueldo a una casa-hogar y (en la búsqueda de la justa medianía que exige su jefe) tuvo que dejarse notar en la cabellera las canas de sus 72 años, usar ropa modesta y mostrar rostro ajado, diferente a lo radiante y fashion que lucía antes en la revista Hola.

Se ha tratado de adaptar al nuevo aspiracionismo de “Ay, Dios mío, haz que parezca pobre y aflojado en terracería”; cuando hasta 2018 era “Ay, Dios mío, haz que parezca exitoso y más joven”.

Lo describe Pablo Majluf: “Muy feo en lo estético. Sus diputados de traje nescafé, corbatas amarillas canario. Lo más grotesco del charrismo guacamolero”.

El populismo es kitsch. Es chafallón.