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Para quienes fundan su opinión en los prejuicios, Jacques Rogozinski Schtulman (ascendencia polaca, nacido en Francia y naturalizado mexicano), brillante y reciente colaborador de MILENIO (y de algunos años en El Financiero), es un maligno derechoso neoliberal implicado en la privatización de empresas del Estado: fue jefe de la Oficina de Desincorporaciones de la Secretaría de Hacienda en el gobierno de Salinas de Gortari, donde participó en diversos procesos de enajenación. Después dirigió Banobras, Fonatur y, con Peña Nieto, Nacional Financiera.

Autor, entre otros títulos, de La privatización en México: razones e impactos (1997) y Mitos y mentadas de la economía mexicana. Por qué crece poco un país hecho a la medida del paladar norteamericano (2012), acaba de publicar (editorial Debate) ¿Y ahora pa’ dónde? Reflexiones sobre cultura y desarrollo en un mundo cambiante, donde corrobora que lo tecnócrata no le impide ser un pensador de alcances universales. Léase si no:

Los disruptores políticos llevan las cosas al límite, toman la iniciativa en decisiones difíciles y a veces muy controversiales que implican altos riesgos para lograr sus objetivos. Van en contra de los lineamientos establecidos. Y pueden ser cualquier color ideológico. Populistas, nacionalistas, neoliberales.

A menudo los disruptores políticos provienen desde los márgenes o desde fuera de la política tradicional. Llegan con grandes promesas, muy parecidas a una refundación. Y llevan con ellas a una fe casi religiosa. La opinión pública es empujada a los límites. El nuevo líder defiende posiciones consideradas políticamente “incorrectas” y para muchos inclusive abusivas. Toma de decisiones por canales informales y conduce la diplomacia del país a manera personal. No hay miembro de su gabinete que tenga el puesto asegurado. Puede cambiarlos en momentos críticos sin ningún empacho, señalarles errores y cuestionarlos en público. El disruptor piensa en el big picture y deja a otros ejecutar sus ideas, pero hay algo que siempre será claro: si tiene confianza en algo es en sus propias ideas, más que en las ajenas.

Párrafos antes habla de los disruptores empresariales, que siempre han existido, pero en política este fenómeno se me ocurre más nuevo, al menos en los últimos 30 años. Muchos confunden disrupción con populismo, aun cuando alguien puede ser populista sin ser disruptivo. Creo que debemos considerar que Donald Trump no está en esta categoría.

Y así remata el capítulo cuarto:

Cuando piensen en un disruptor político, piensen en Trump. Pero piensen también en otros hombres y mujeres que han introducido e introducirán cambios con modos heterodoxos para la cultura política tradicional. Romperán. O rompen, pues lo están haciendo, y a alta velocidad y con mensajes simples. Tenemos ocho segundos para entenderlo